Feria de Málaga

Uncibay, punto de encuentro para el 'botellón' en la Feria de Málaga

  • El corte de música provoca que muchos feriantes se desplacen hasta la plaza desde otras calles del centro para consumir alcohol

Ambiente del botellón en la plaza Uncibay este miércoles

Ambiente del botellón en la plaza Uncibay este miércoles / M. N. (Málaga)

Tras una semana de Feria, el Centro no descansa. Sin aglomeraciones, este miércoles Málaga vivió su séptimo día de fiesta. Calle Larios continúa siendo un mar de malagueños y visitantes que, botella en mano (de Cartojal), aún tienen ganas de continuar con la fiesta o, al menos, hasta que el cuerpo aguante. Pero como viene sucediendo en estos días, y cada año, el botellón se hizo con la Feria de Málaga. Los más jóvenes, y no tanto, se reunieron en la plaza Uncibay, ya proclamada como punto de encuentro con un único objetivo: beber.

En torno a las 17:30, en la Plaza de la Constitución muchos se atrevían a bailar por sevillanas; mientras, otros preferían disfrutar con sus amigos de una charla, sin que falte el vino dulce. Pero a las 18:00 se cortó la música y, con ella, el buenrrollismo. “¿Qué ha pasao con la música?” gritaba un hombre con su inseparable vaso.

Tras el corte, un aluvión de feriantes comienza a andar hacia la plaza Uncibay. Saben que allí el ambiente continúa, solo acaba de empezar. Conforme se avanza, se nota que la zona del botellón está cerca. En la calle Calderería, los vasos de tubo y botellas de plástico se topan con los pies cada metro y medio. De repente, se escucha un vocerío: “¡Ay que te como y te como, ay que te voy a comer!”. Hemos llegado a nuestro destino.

Entrar a la plaza puede resultar complicado por el estrecho acceso desde la calle Méndez Núñez, no queda otra que dejarse llevar por la marea de personas que también lo intentan. Salir puede llevar varios minutos de más. Sin embargo, al entrar la cosa cambia. No resulta difícil caminar con holgura y sin agobios. El paisaje está compuesto por grupos de amigos reunidos en corrillo alrededor de su tesoro más preciado: unas garrafas de cinco litros de rebujito y mojito.

Eran pocos los que seguían el clásico de El Mani. Los móviles invadían el panorama en busca del selfie perfecto con los amigos o, incluso, con desconocidos que después de un vaso de rebujito se convierten en familia. Alguna que otra copa cae en el suelo, los efectos del alcohol se van notando. Los vasos ya no son de tubo, sino de cubalitro, más alcohol, qué podría salir mal. Los efectivos de la Policía Local miran sin sorpresa el escenario, están acostumbrados.

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