Feria de Málaga

Entre el deber y el placer

  • Camareros, dependientas, quiosqueros, porteros de bar y operarios de limpieza han de trabajar en un centro absorbido por el alboroto y con la sonrisa puesta

DÍA 3. Lunes. Primera jornada laborable de Feria tras el fin de semana. Hay gente que, aunque le pese y el ambiente no sea el más propicio, tiene que trabajar y eso se notó ayer en la calle. Menos bullicio, un poco más de espacio para caminar, un poco más de aire para respirar. En liza entraban el deber y el placer y dejar desatendidas las responsabilidades era impensable, sobre todo en los tiempos que corren. Así que, algunos con más pena que otros, iniciaron la semana en sus trabajos. Pero hay puestos que conviven o perviven precisamente por la fiesta y no tienen más remedio que ponerse la sonrisa y seguir el ritmo de ésta. Que no fue poco a pesar de ser lunes.

Aunque la mayoría de tiendas de moda y complementos de Larios y alrededores cerraron sus puertas a partir de las dos o dos y media de la tarde, se veían algunas persianas levantadas para atender al poco público que entraba a comprar pasadas las 16:00. Blanco, en Puerta del Mar, "no cierra en Feria, ni piensa hacerlo después", como comentaban dos dependientas en relación a los rumores tras el concurso de acreedores. Éste es el segundo año que la tienda no echa el cierre por la tarde y ayer estaban en horario habitual. "Los malagueños están en la Feria, aquí lo que viene es mucho turista desorientado de los cruceros que llegan", explicaba una trabajadora, con la esperanza de que desde arriba decidan cerrar la tienda por las tardes por falta de público. "Ahora mismo no hay follón, pero a partir de la seis o las siete la gente ya está borracha", se quejaba la empleada.

Y es que atender sobrio a los que se han pasado con el alcohol no es fácil. Sin embargo, Miguel Ángel y Carmen, del quiosco Quisicosas en Puerta del Mar, prefieren sacar toda su simpatía y buen humor para llevar la semana lo mejor posible. "Vendemos más agua y más refrescos que en otra fecha del año", comentaba ayer Miguel Ángel mientras contestaba a un cliente que no vendían Cartojal, una de las preguntas más recurrentes a las que tienen que dar su negativa. Igual que la venta de cigarrillos sueltos. Lo que sí despachan son abanicos pintados a mano, flores y granizados de diez sabores. Y todo "con la sonrisa puesta, hay que ser simpático y sobre todo honrado", añadían.

Algunos trabajan bajo techo y con el aire acondicionado puesto, otros a pleno sol. Francisco Javier y David, empleados de Limasa, llevan ya más de una década limpiando las calles durante la Feria. El domingo acabaron turno de recogida a las 5:00 de la madrugada del lunes y pocas horas después ya estaban en el centro. "Hoy nos ha tocado desde la calle Larios hasta el entorno de la Alcazaba, la Plaza de la Merced, la del Teatro", comentaban y subrayaban que "en general, la gente nos respeta y no hemos tenido problemas". Eso sí, el trabajo es diferente, "por la bulla, por el calor, tenemos que cambiar el recorrido y recoger papeleras, bolsas, grupos de botellas tiradas en el suelo...", decían estos empleados a los que, por desgracia, no le falta basura que recoger.

En las tiendas de la principal arteria de la ciudad, a la que muchos volvieron ayer para festejar el agosto malagueño, los carteles de cerrado por Feria o de horarios especiales se sucedían. Ni Women Secret, ni Bershka, ni Massimo Dutti, ni Mango, ni Fosco, ni siquiera Primor, estaban abiertas por la tarde. En mitad de todas ellas, un clásico, un establecimiento que abre todos los días del año, Lepanto. José es uno de sus encargados y ayer aseguraba sentirse "muy a gusto" trabajando en Feria. "La gente está contenta, el ambiente es muy bueno, aunque se está notando que no hay días de fiesta durante la semana, quitarlos ha sido una barbaridad, hoy [por ayer] ya se nota", decía.

En estos días llegan a este mítico restaurante y pastelería clientes habituales y también "gente nueva", como afirmaba José, que pasa y se queda, para disfrutar con sus tapas o sus almuerzos, que ahora intentan potenciar, o deleitarse con sus dulces, "que son de sobra conocidos". "No me disgusta trabajar en Feria, de verdad, ya estoy acostumbrado", aseguraba José que pocos problemas ha encontrado con la clientela. "La Policía hace bien su trabajo y no hay mal ambiente", subrayaba.

También la divina providencia, la suerte o el buen hacer han salvado a María, que tiene un puesto de artesanía en la calle Larios, de contar anécdotas desagradables. "Gracias a Dios nunca me ha pasado nada", recordaba ayer, a pesar de llevar más de dos décadas vendiendo sus catavinos de cuero creados por ella misma, sus portabanicos, jazmines, flores para el pelo, abanicos y castañuelas. "Hay que pagar impuestos, pero sale rentable", comentaba María que todas las mañanas de Feria ya está en la calle pasadas las ocho de la mañana para ir montando el puesto.

Sus catavinos, con copitas de fino o vasitos de Cartojal, se venden más como recuerdo, como regalo que los turistas piensan para sus familiares, que para colgárselos al cuello y usarlos sobre la marcha. "Incluso tengo ya a coleccionistas que vienen todos los años a llevarse uno", contaba esta artesana que aseguraba "llevar bien" el trabajo durante la Feria. "Para mí es necesario trabajar y no lo llevo como una carga, y más en estos tiempos", añadía.

Las heladerías hacen su agosto, las tiendas de alimentación ponen una barra en la puerta para despachar bebidas alcohólicas y un bar de sushi cambia su filosofía modernita para poner rumbas a todo trapo. Todo muta, todo se transforma para intentar sacar el máximo partido de esta fiesta, sobre todo los establecimientos que, por su ubicación, resultan absorbidos irremediablemente por el alboroto.

El bar de copas People se llena ahora a media tarde, cuando durante el resto del año tienen que esperar a la madrugada. Blas, que lleva ya muchas Ferias trabajadas, aguardaba ayer en la puerta del local la entrada de clientes. "En Feria te encuentras a gente de todos los sitios, hay mucha más mano ancha que el resto del año", afirmaba. Lo fundamental en su puesto, "que no se cuele ningún menor", explicaba, y evitar la bronca dentro, aunque aseguraba que "no hemos tenido problemas hasta ahora".

Pero estar en una puerta supone ser un punto de información. "Nos preguntan por direcciones, por otros locales, si vendemos tabaco", decía Blas poco antes de la hora punta del local, en torno a las cinco o cinco y media de la tarde, cuando la gente ya ha dado su vuelta y piensa en "acoplarse" en algún lugar más o menos fresco en el que poder bailar y tomar una copa, reír y celebrar la vida. Aún quedan días por delante para hacerlo, esto casi acaba de empezar.

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