Feria de Málaga

Todo lo que queda después del 'Big Bang'

  • La Feria de Málaga 2011 ya es historia, pero ayer la ciudad se despidió a gusto de su fiesta grande y de los excesos que, para bien o para mal, se han perpetrado durante estos días

Hace poco abrió en la calle San Juan un establecimiento de belleza y salud que cuenta entre sus ofertas con un servicio de ictioterapia, un tratamiento exfoliante indicado para los pies en el que se emplean unos pececillos que devoran la piel muerta y dejan los pinreles más hermosos que la estatua del Cenachero. El local se ha convertido ya en toda una sensación y cuenta ya con una clientela más que notable. ¿Adivinan quiénes han sido las principales usuarias de este invento durante los últimos días? Pues sí, no otras que las feriantes que, hartas de llevar los pies fatigados con tanta sevillana y tanto triquitraque de un lado para otro, han encontrado en tan minúsculas criaturas acuáticas el consuelo mejor para sus males. Y es que, aunque el tacón ya forme parte de la historia y las esparteñas se hayan convertido en calzado común, tantísimas horas de dale que te pego acaban con cualquiera, y los pies son una cosa muy seria. El Ayuntamiento debería tomar nota: tal vez un método infalible para acabar con el botellón sería adoptar este servicio con un sentido encomiable de la municipalidad y llenar durante la Feria todas las calles y plazas de estanques repletos de pececitos con sus respectivos asientos, para que cuando el más pintiparado sintiera la fatiga en los metatarsos y el desprendimiento paulatino de la piel del talón pudiera sentarse a gusto y recuperarse con el cosquilleo. Ésta sí que supondría una medida inteligente para la estimulación del consumo: cansancio, sesión de masaje submarino y de vuelta al plato de jamón y al Cartojal. ¿Es un despropósito? Bueno, ¿no es uno mayor vallar la Plaza de la Merced para que nadie beba allí, reconducir el botellón a Císter y Alcazabilla y allá se las entiendan vecinos y comerciantes, juzgado mediante si hace falta? Si lo que se pretende es gobernar con imaginación, encomienda angular del Mayo del 68, lo mejor es no andarse con rodeos.

La Feria ya ha terminado, y a cada uno le duele lo que le duele. A unos los pies. A otros la cabeza. A otros el bolsillo. A otros el estómago. Y a otros les duele que no les duela nada. A un servidor le duele tener cada día justo bajo la redacción a una charanga improvisada de ebrios sin número cantando Que viva España como si advirtiesen de que viene el tren. La promesa de que hoy domingo no volveré a soportar su cantinela (ellos, dormidos cual marmotas; yo, de nuevo aquí, frente a la pantalla, para contar a ver qué cosa) me suscita cierto cosquilleo, similar al que provocan los pececillos pero en cierto rincón del ánimo, allá en la glándula pineal donde, según Descartes, reside el alma. Tal vez, incluso, hoy domingo, cuando los de Limasa hayan concluido la eucarística epopeya que es borrar los restos de la Feria del centro, pueda darme un paseo por el susodicho con mi hija sin temor a que se corte con un cristal o resbale en un charco de alcohol. Cierto: los que no nos tomamos esto tan a pecho celebraremos hoy la recuperación de la ciudad, secuestrada para fines exclusivamente particulares (¿hay algo más exclusivamente particular que una borrachera a base de matarratas en vasos de plástico compartida por cuatro en la vía pública?) y devuelta al fin al luminar itinerario de lo público. Como en Roma tras la declaración de la República, hoy regresan a nuestras calles la cordura, el entendimiento, la urbanidad y el decoro como ejercicios fundamentales de comportamiento civilizado. Nadie detendrá a las jóvenes para cantar sus hermosuras con menos gusto que un traficante atrapado en un aeropuerto congoleño, nadie importunará a los ciudadanos de bien con certámenes de efluvios digestivos ni palabras malsonantes, no habrá necesidad de buscar alternativas al camino habitual (sembrado éste de los más recurrentes restos orgánicos de acera a acera), nadie (o menos gente, espero) se esforzará en convencernos de lo preciosísima que es Málaga y de lo apestosa y chabacana que es Sevilla, el número de conductores borrachos (y con ellos la perentoria necesidad de cruzar cada paso de cebra con la precaución precisa para extirpar un hígado) descenderá, el olor a cerveza se extinguirá de las esquinas, la marea de la calle Larios permitirá el paso de un niño pequeño con un trébol en su mano derecha y quienes vivimos en el centro podremos volver a comunicarnos con quienes llaman a nuestros porteros electrónicos. La Feria es el panorama previo al Big Bang, toda la masa concentrada en el tamaño de una lenteja (perdón por la metáfora barata, no recuerdo la densidad exacta y no tengo ganas de consultar la wikipedia) que en 10 elevado a menos 35 (¿dónde tiene este teclado los exponentes?) segundos ocupa diez veces el espacio de la Vía Láctea. Lo bueno empieza ahora. Pero a ver qué hacemos con la materia oscura. ¿Un botellón?

Comentar

0 Comentarios

    Más comentarios