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'La maniobra de la tortuga', las espirales de la violencia

  • Juan Miguel del Castillo, que ya concursó con 'Techo y comida' en 2015, regresa al Festival de Málaga 

Natalia de Molina en 'La maniobra de la tortuga'.

Natalia de Molina en 'La maniobra de la tortuga'.

Combina La maniobra de la tortuga dos historias diametralmente opuestas cuyos protagonistas viven en el mismo bloque. Por un lado, la de Manuel (solvente Fred Tatien), un detective en horas bajas que, a base de malas prácticas, ha sido relegado a los sótanos de comisaría para hacer trabajo de documentación. Un asesinato del que nadie parece interesado en ocuparse hará saltar la palanca de su contención, involucrándose personalmente en el caso.

Del otro, Cristina (Natalia de Molina) es una enfermera que ha sido víctima de malos tratos y cuyo agresor acaba de salir de la cárcel. Más allá del desarraigo de ambos, las líneas apenas se cruzan salvo en el ascensor o las escaleras.Y todo el trabajo que Del Castillo realiza en la película -que también escribe- busca interrelacionar ambas historias, sin conseguirlo nunca del todo.

La trama policiaca, mejor armada y más rica en detalles, sostiene la narración, apoyada en una buena ambientación, que trata de buscar el lado crepuscular de una ubicación (Cádiz) tradicionalmente presentada como luminosa. Cierto es que no hay nada que no se haya visto ya, pero tampoco hay desafinaciones sonrojantes. 

El contrapunto de la agente Morgado (Mona Martínez) además salpimenta de humor una historia que no es la primera vez que vemos, pero tampoco será la última.

En la historia de Cristina, por contra, el realizador tiende a perder la brújula y se trastabilla al intentar meter algo parecido a un sello de autor (esas cámaras frontales) ante la falta de puntos de giro. Sucede también que, a falta de matices, el arco del personaje se produce de forma mucho más discursiva, habitualmente en conversaciones teléfonicas, ante mesas de funcionarios, ralentizando el ritmo policíaco que discurre en paralelo.

Lo curioso es que Del Castillo demostró en Techo y comida, justamente al contrario, un manejo magnífico del tempo de los sentimientos y su puesta en escena que en esta transición al noir parece quedarse en el camino, quizá como peaje hacia una clásica narración detectivesca.

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