Festival Cine Málaga

La posibilidad de un nuevo realismo

  • 'Hablar', de Joaquín Oristrell, abre una sección oficial en la que predomina el tono social y analítico como eje transversal en diversos géneros. El cine español se echa a la calle.

Lo que en los últimos años ha venido habitando la sección oficial a concurso del Festival de Málaga de manera progresiva, en la edición que hoy empieza termina de constatarse como tendencia: el cine español ha decidido salir a la calle, donde también parece que pasan cosas, y trasladar a la pantalla historias de un carácter social y crítico cuando no directamente político. Esta mirada no es nueva en absoluto (un precedente histórico decisivo es El mundo sigue, de Fernando Fernán Gómez, que se proyectará el domingo en el Museo Picasso a modo de proverbial rescate; por no hablar del mucho y buen cine social que generó la Transición), pero ahora se refuerza hasta hacerse declaración de intenciones, con abundancia de títulos, variedad de géneros y ambición comercial. La evidencia es que la crisis ha motivado esta inclinación en la industria, pero las claves puestas en juego son muchas más: desde el cine español existe la convicción de que las historias pegadas a la actualidad menos amable interesan al público, y es aquí donde sí que cabe advertir un cambio posible en los procesos. Si el cine patrio ha recurrido tradicionalmente a la comedia para salvar la taquilla (algunos batacazos recientes complementarían también los argumentos para evaluar otra orientación en el presente), y si en los últimos años también el thriller ha contribuido de manera notable a la reconciliación con el público, es un cierto cine social, directo, sencillo, limpio y sin alardes el que aspira a tomar el relevo a la hora de forjar una identidad mayoritaria. Existe, eso sí, una tradición en la cinematografía ibérica que concede a este registro algo de ventaja: su tono realista, su querencia a la hechura documental, su preferencia por contar historias y por rodar con los pies pegados al suelo. Abonado así el campo, que la preocupación del público por sus situaciones cotidianas se trasladara a sus gustos a la hora de ir a las salas era cuestión de tiempo. Y la sección oficial del Festival de Málaga, en su función de escaparate de cuanto da de sí el cine español (con una perspectiva anclada además en el futuro inmediato), no podía permanecer ajena.

El espectador del certamen malagueño tendrá oportunidad de comprobarlo hoy mismo con la cinta inaugural Hablar, de un director tan reconocido (y reconocible) como Joaquín Oristrell: con un reparto plagado de estrellas, entre las que figuran el malagueño Antonio de la Torre, Sergio Peris-Mencheta, María Botto, Raúl Arévalo, Marta Etura, Juan Diego Botto, Mercedes Sampietro y Goya Toledo (con breves intervenciones), el filme es un plano secuencia de 80 minutos, ambientado en una calurosa noche de agosto en el barrio madrileño de Lavapiés, que acude al registro testimonial en su acepción más pura. Los personajes hablan a la cámara para dar cuenta de sus deseos, sus frustraciones, sus amplias derrotas y sus pequeñas victorias, bajo la sensación general de que este tiempo y todas las promesas que venían con él han resultado ser un fraude. El debutante Daniel Guzmán firma por su parte A cambio de nada, un drama de aroma autobiográfico protagonizado por Miguel Herrán, Antonio Bachiller y Luis Tosar, plagado de personajes derrotados que sobreviven como pueden en el día a día y que tienen en su mutua compañía el único consuelo posible en una ciudad demasiado grande que ha terminado convirtiéndose en un territorio extraño. En Requisitos para ser una persona normal, primera película como directora de la actriz Leticia Dolera (que ejerce también de protagonista junto a Manuel Burque y Silvia Munt), el desarraigo adquiere rango generacional a través de una mujer de 30 años que pierde su empleo y su casa y que lucha por encontrar una manera de encajar en un entorno hostil. En Techo y comida, otro debut, éste del joven jerezano Juan Miguel del Castillo, Natalia de Molina (verdadera actriz del momento, con tres películas en la sección oficial y aspirante más que seria al palmarés desde ya) encarna a una joven madre soltera y desempleada que no puede hacer frente a los pagos del alquiler y que teme perder la tutela de su hijo de 8 años. Asistimos, con estos mimbres, a la consignación de un posible nuevo realismo para el cine español, significativo en virtud de la actualidad socioeconómica. Otros títulos de la sección oficial que no tocan de manera tan directa el asunto social también se presentan como comulgantes de este registro: es el caso de El país del miedo, de Francisco Espada, con José Luis García-Pérez y con Eduardo Velasco y basada en una novela de Isaac Rosa; Los héroes del mal, de Zoe Berriatúa, con Jorge Clemente y Beatriz Sánchez Medina; y también de Los exiliados románticos, de Jonás Trueba, con Vito Sanz y Francesco Carril. En todas estas cintas la realidad y la verdad se mezclan como cartas de la misma baraja, en una ambición que va desde la ficción más pura hasta el registro más documental (la objetividad de la cámara es siempre un aliado inestimable: y habrá que ver también en la sección oficial cómo los límites entre ficción y documental se difuminan cada vez más) para asentar una relación con el espectador libre y duradera. Sin intermediarios.

Eso sí, para comprobar que el delirio y el surrealismo tienen aún que decir, nada como una vuelta por Zonazine. Que de todo hay.

Comentar

0 Comentarios

    Más comentarios