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La proyección en la Sección Oficial a concurso del Festival de Málaga de la última película de Daniel Calparsoro, Combustión, protagonizada por Álex González, Adriana Ugarte y Alberto Ammann, sirve en bandeja la posibilidad de hacer algunas reflexiones urgentes. El filme trata sobre tipos muy malos, carreras de coches y mujeres fatales, con abultadas escenas de sexo y violencia y una complejidad argumental inferior a cualquier capítulo de Doraemon. Es decir, es una pésima película. Ni siquiera merece la pena entrar en detalles críticos: basta recordar la escena en la que uno de los matones se pone a consultar el tuenti (posiblemente el pasaje más ridículo del cine español de los últimos años: si era un chiste, no tiene gracia) para que uno prefiera pensar rápidamente en otra cosa. Pero limitarse a poner a parir la película no tiene mucho sentido. Es evidente que un producto semejante no debería estar en el Festival de Málaga, y mucho menos en su Sección Oficial, si es que realmente se presentaron 107 películas candidatas a engrosar la misma. Con una propuesta semejante, difícilmente puede el festival pasar como tal ante otros festivales, ni ante el público ni los cineastas. Pero lo más delicado es por qué, al final, una película como Combustión termina no sólo produciéndose y realizándose, sino también promocionándose en una plataforma como Málaga.
Claro, comprobamos que Antena 3 participa en la producción de la película y no hay mucho más que hablar. Quien paga, manda. Y si se señala el domingo, uno de los días de mayor visibilidad del certamen, para el pase de la película, pues se pasa el domingo. Y ya está. Pero una cosa es que el festival pretenda hacer de su Sección Oficial una foto fija de lo que da de sí el cine español, lo bueno y lo malo, y otra muy distinta es que tenga que cavar su propia tumba sólo porque quien lo sostiene económicamente le obliga a comulgar con engendros como el de Calparsoro. El Festival de Málaga sigue queriendo significar algo en la industria del cine español, pero ésta es justo la posición por la que lleva luchando desde hace ya 16 años. En esencia, la posición se ha movido poco en este tiempo. Y si el festival no crece ni cuenta mucho aún para quienes de verdad parten el bacalao en el cine español (los mismos que sólo vienen a Málaga a recibir homenajes), se debe, en esencia, a que la industria no lo considera tanto un trampolín útil sino una última opción para películas que, de otra manera, irían a la basura. Ni siquiera a los cineastas que vinieron a Málaga a debutar y luego terminaron ganándose el respeto de la industria les resultó excesivamente útil su paso por Málaga en ese empeño. La diferencia vino para ellos por otros cauces.
Pero el uso del Festival de Málaga por parte de la industria para dar cuerda a sus productos más desechables constituye sólo un ápice del verdadero problema del cine español. Lo más grave es cuando se pone a películas como Combustión como ejemplo de lo que puede hacerse para aumentar los ingresos en taquilla. Ayer, tanto Adriana Ugarte como Álex González reivindicaron durante la rueda de prensa el cine comercial como solución. Bien, esto es evidente. Pero Combustión no es cine comercial: es cine macarra. Quienes han pensado, promovido y producido este filme creen que el público son esos quinquis que flipan con pibas imponentes como artículos de usar y tirar, sueñan con coches carísimos y están siempre dispuestos a darle una paliza a quien les lleve la contraria. Cualquier persona ajena a esta condición no podrá más que aburrirse viéndola. Una cosa es exhibir la depravación como hacen Tarantino o Álex de la Iglesia y otra reproducirla sin humor, porque la vida es así de dura y de honda y toda esa basura. Un compañero me decía hace algún tiempo que el mayor problema del cine español es la pésima catadura moral de sus protagonistas; pero no, lo peor es que los productores, guionistas y directores consideran que los espectadores tienen también la sensibilidad y el gusto atrofiados por el exceso de narcóticos.
El mismo Álex González se refirió al público más joven como consumidor potencial de Combustión. Y algunos compañeros de profesión apuntaron la misma idea después del pase de prensa. Y yo me pregunto: ¿Qué culpa tiene la juventud de que se hagan películas como ésta? ¿Tan bajo y tan necio es el concepto que se tiene hoy de la juventud española: hagamos esta bazofia para que se gasten la paga de sus papás en la taquilla? Afortunadamente, no es así: entre los jóvenes, como entre los maduros, hay macarras, gente con criterio y muchos especímenes diversos. El peor enemigo del cine español es la industria que tanto llora hoy su descomposición. Pero, al menos, la taquilla habla.
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