Matadero | Festival de cine de Sevilla

Crónica de un fracaso anunciado

Una imagen del filme de Santiago Fillol.

Una imagen del filme de Santiago Fillol.

Se nota y mucho en Matadero la doble condición de teórico y guionista (Mimosas, Lo que arde) de un Santiago Fillol (Ich bin Enric Marco) que debuta en la ficción con un filme de capas y sustratos que se comunican, espejean y dialogan a través de la Historia, el propio cine, la tensión de clase, la militancia política, la tiranía del poder, la obsesión o la traición.

Su filme recrea el rodaje en 1974 de una adaptación del relato de Esteban Echevarría (1840) y cómo este deviene trasunto de su propia trama revolucionaria para truncarse en película maldita. Sólo desde el presente narrado en (ingenuo) femenino puede contarse ya aquel proyecto que nos habla del ocaso del peronismo y su clima político al tiempo en que reflexiona sobre el vampirismo representativo, los procesos del cine o el ego del artista visionario.

Encontramos retazos de Coppola, Hopper, Hellman o Herzog en este auteur norteamericano (endeble Perillán) obsesionado con el realismo como estética política de la verdad. La utopía deviene debacle y el paisaje de la Pampa y la conspiración terminan devorando los ideales artísticos entre sutiles fuera de campo. Sin embargo, Matadero no logra dar toda la densidad deseable a sus muchos asuntos y metáforas, un filme de ideas y pares a veces demasiado explícitos al que le faltan ritmos y cuerpos más sólidos que anuden sus ambiciones.