Siete Jereles | Festival de cine de Sevilla

Flamenco al galope

García Pelayo a caballo en una imagen de 'Siete Jereles'.

García Pelayo a caballo en una imagen de 'Siete Jereles'.

Siete caballos, otras tantas mujeres caminando, parejas que conversan y un Gonzalo García Pelayo que recorre marcha atrás, a contracorriente, las calles de su olvidada infancia jerezana. Variación pulida y sin duda mejorada de Nueve Sevillas, este nuevo encuentro creativo entre el director de Vivir en Sevilla y su gran exégeta Pedro G. Romero, inscrito dentro del Proyecto 10+1, propone siete recorridos por un laberinto urbano y nocturno preñado de símbolos, historia, cultura y música por el que se cruzan antiguos y modernos, clásicos y heterodoxos, puros y mestizos, padres, hijos y nietos de la historia y el legado del flamenco en una ciudad (femenina) a un tiempo fantasmal y decadente que conserva empero, en cada rincón, en el nombre de cada calle, en cada plaza o edificio, la huella de un esplendor que se resiste a desaparecer, muta y se mezcla bajo nuevas capas de asfalto.

Nueve Jereles aparta lo real bruto, que apenas emerge con alguna aparición espontánea y frontal al cante o al baile, para ensimismarse en su juego de filigranas encadenadas filmadas en plano secuencia y en coreografías de drone, gestos virtuosos, móviles y plásticos que Pelayo y Romero diseñan como enlace reflexivo, visual y sonoro entre tiempos, palos y tendencias, entre lo sagrado y lo profano, entre lo popular y lo culto, entre la tradición y la vanguardia, de la fiesta al réquiem. Los viejos carteles en fondo azul nos anuncian la entrada en una nueva variante, aunque la ciudad de estos Siete Jereles es siempre la misma, monumental y ruinosa, tópica y viva, bellamente iluminada por Álex Catalán en sus fondos, sustratos y profundidades, en sus luces y sus sombras.

A los postres, como en Nueve Sevillas, el sabio indolente Ortiz Nuevo verbaliza alguno de esos gestos y referencias escondidas tras las citas de Goya, San Juan de la Cruz, Foucault, Bataille, Gamoneda, Rancière, Celan, Gónzalez, Agamben, Deleuze y otros autores tan queridos por Romero, como lo es también el viaje al archivo en forma de collage, aunque la verdadera luz y el verdadero goce de estas Siete Jereles llega siempre, a pesar de las redundancias, las derivas y lo errático del camino, de esos fogonazos de arte vivo no domesticado que trascienden el solemne y lujoso escenario urbano y conceptual dispuesto por sus autores.