Málaga

Aparicio y sus iconos 'faraónicos'

  • El ex regidor pugnó por transformar el puerto en zona de atracción turística y por curar la "cicatriz" que a su juicio suponía para la ciudad el Guadalmedina

El paso de los años suele pagar con olvido. La Málaga del AVE a Madrid, del Metro por las entrañas de Carretera de Cádiz, del aeropuerto de la nueva terminal y su segunda pista, de la segunda ronda de circunvalación... se asienta sobre aquella otra urbe a la que, ensencialmente, dio forma Pedro Aparicio. Los 16 años que estuvo al frente de la Alcaldía, cruciales para edificar la ciudad, tuvieron también infraestructuras de nuevo cuño que, como en la actualidad, recibieron el calificativo de "faraónicas".

Mucho de lo que hoy es realidad, tras décadas de pugna, tuvo sus orígenes en la reclamación de la Corporación presidida por Aparicio. El puerto hoy conquistado por la ciudad fue uno de los asuntos de disputa del entonces regidor socialista con la Administración central, de su mismo partido. El mandatario local vio la necesidad de romper la histórica barrera entre los dos escenarios físicos, siempre representada por la valla, y reconvertir los muelles en centro de atracción turística.

En el año 1988 se impulsó la redacción de un plan especial para ordenar el recinto portuario. ¿Con qué objetivo? Lograr un puerto abierto a la ciudad, que podría contar con puerto deportivo y un lugar de atraque para cruceros; el recinto podría dar cabida a locales comerciales y otras instalaciones para el desarrollo turístico. Una reclamación que le supuso más de un enfrentamiento con las administraciones responsables del puerto de la ciudad.

No era Aparicio un dirigente político al uso. Ni complaciente con su propio partido ni con las administraciones en las que gobernaba el PSOE. La construcción de la ronda oeste de la capital fue otro exponente de ello. Recuerda José Asenjo, quien fuera concejal de Urbanismo, primero, y de Grandes Proyectos, después, con Aparicio, que el regidor se negó a acudir a la inauguración de tan trascendente infraestructura y que dejó al entonces ministro de Obras Públicas, José Borrell, plantado. Y ello a pesar de que el suelo sobre el que se asienta la carretera fue expropiado y pagado a pulmón por el Consistorio. Su ausencia se debió a un error en la invitación enviada por el Gobierno, que ignoraba mención alguna al Ayuntamiento.

El actual encauzamiento del Guadalmedina forma parte de su herencia. Bien es cierto que Aparicio lo que quiso fue dar una "solución definitiva" a lo que él mismo tildó de "cicatriz". A mediados de 1988, alcanzó un acuerdo con el entonces presidente de la Junta José Rodríguez de la Borbolla para actuar sobre el cauce, protagonista de numerosas inundaciones hasta esa fecha. Formaba parte del Plan Andalucía 92.

En el caso de la capital malagueña, el Guadalmedina era el epicentro. El compromiso era desarrollar unos 2.500 millones de pesetas de la época. Sin embargo, sólo se ejecutó parcialmente. Fruto de ese acuerdo es el encauzamiento de la parte final del río, su dragado y la ejecución de nuevos muros. Pero Aparicio no pudo impulsar su verdadero deseo, que era coser definitivamente esta herida. La cuestión le supuso importantes fricciones con la Confederación Hidrográfica del Sur, institución a la que aludía como "entidad inexplicable; sigue en dependencias oscuras de determinados ministerios al tiempo que parece un organismo autónomo que no rinde cuentas más que a sí mismo".

La obra del aparcamiento de la Plaza de la Marina fue, según él mismo reconoció, la obra que más quebraderos de cabeza le dio. Motivos hubo. La intervención provocó que la Junta de Andalucía le abriese un expediente sancionador al Ayuntamiento por haber derribado dos hileras de sillares del muro portuario hallado en el subsuelo. El regidor se amparó en que la Administración regional conocía la necesidad de tocar este estructura. A pesar de ello, la maniobra municipal se sigue recordando hoy como una de las mayores polémicas de la gestión del regidor.

La primera piedra se colocó el 14 de enero de 1987; la previsión situaba el coste en 855 millones de pesetas -5,1 millones de euros- y el plazo en 15 meses. El coste se disparó hasta los 1.500 millones de pesetas -9 millones de euros- y duró casi tres años. Aparicio rehusó inaugurar la obra y se limitó, la madrugada anterior a la apertura del aparcamiento, a visitarla.

Al igual que le ocurrió con el Puerto, tampoco tuvo la oportunidad de ir adelante con su apuesta por el tranvía. No cejó en el empeño, al punto de encargar la elaboración de un anteproyecto al entonces gerente de la Empresa Malagueña de Transportes (EMT), Rafael Fernández Barrera. El objetivo era unir la Alameda con la Universidad en superficie, pasando por la Avenida de Andalucía, Herrera Oria hasta llegar a Teatinos. La iniciativa contó con no pocos detractores y finalmente quedó anulada. Puede pensarse que, aunque fallida, la apuesta personal de Aparicio, enamorado del ferrocarril, fue la semilla que, muchos años después, ha traído a Málaga el Metro ligero.

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