La Babilonia colmada
La antigua entrada de la ciudad comparte con el cercano barrio de La Unión el enclave más poblado de Europa y se muestra rabiosamente cosmopolita, incluso azotada por el sol más feroz
La Cruz de Humilladero es, como casi todo en Málaga, una paradoja. En muchas ciudades españolas los enclaves así llamados corresponden a las antiguas entradas de las urbes, presididas por el símbolo cristiano y dotadas de abrevaderos donde bebían (y, por tanto, humillaban) las bestias empleadas por los hombres para su transporte, a menudo fatigadas y sedientas después de largos viajes. En nuestro caso, la extensión urbanística crecida alrededor de la Cruz de Humilladero queda bastante más cerca del centro de Málaga que de cualquier acceso a la misma, pero algo de frontera sigue teniendo este barrio, que da nombre al distrito 6 de la ciudad y que por ello se funde con otros próximos como La Unión, Santa Julia y La Aurora con natural disposición. Lo que distribuye aquí las transiciones no es sin embargo la arquitectura de torres masivamente habitadas, ni las áreas comunes coquetamente arboladas y ajardinadas, ni la rica variedad de comercios, ni las obras del Metro, sino el trasiego de personas, continuo, perenne, bajo el sol y el frío, con una costumbre familiar que invita al forastero a formar parte. La inmigración es para muchas familias un asunto que atañe a más de dos generaciones, y en los badulaques y veinte duros del Paseo de los Tilos chinos y magrebíes atienden a su clientela con un acento más malagueño que el que se habla en la Trinidad.
Quien quiera comprobar cómo aquí la ciudad se hace a base de materia humana y no de alegaciones al PGOU, no tiene más que acercarse un jueves al mercadillo que se instala en la calle Conde de Guadalhorce, frente al antiguo matadero. El hormigueo es constante, pero todo sucede en un orden preciso, que parece pactado entre todos los actores. Las mujeres llevan sus carritos mientras preguntan a un gitano pintiparado por el precio de los melocotones, mientras los hombres que hacen la compra llevan la mercancía en bolsas de plástico o directamente en las manos. Una señora de permanente en ristre, ataviada con una blusa ancha y fresquita, compra a un africano una mochila de Hello Kitty para su nieta, que este año lo ha aprobado todo en el colegio. Se vende mucha ropa, especialmente deportiva, además de todo tipo de accesos y algunos artículos sorprendentes. Y en pocos mercadillos de la ciudad queda tan difuminada la línea entre quienes compran y venden.
De cualquier forma, cada día se puede comprar prácticamente de todo en el barrio. Abundan las tiendas tradicionales, como algunas relojerías de la misma Cruz de Humilladero y las pescaderías entre las calles Flores García y Santa Marta (el puesto de flores junto a la iglesia de la Asunción es un verdadero agente patrimonial), aunque otras calles como Horacio Lengo y el Paseo de los Tilos han experimentado un cambio radical en este sentido durante los últimos años gracias, precisamente, a la inmigración: en las estanterías de sus locales se puede encontrar desde la toalla más bizarra hasta el Cristo de plástico más sobrecogedor. En cuanto a gastronomía, la Cruz de Humilladero responde bien a esta diversidad: el Paseo de los Tilos sigue siendo una de las zonas más interesantes para tapear muy bien a precios realmente económicos, aunque tampoco faltan restaurantes de calidad incontestable en la mesa y en la carta como el mesón Astorga, en la calle Gerona (ésta es un verdadero bastión de resistencia: cualquier día veremos a los operarios municipales instalando las nuevas señalizaciones de la calle Girona, todo sea por el Estatut y la corrección política). No faltan además bares de copas con frecuente movida nocturna entre la misma calle Gerona y Horacio Lengo. En el señero Pasabola de esta última, por cierto, varias generaciones de adolescentes se han dejado sus calderillas en agitadísimas partidas de billar.
Semejante disposición humana requiere una sociedad bien organizada. La Asociación de Vecinos La Cooperación es, en honor a su nombre, una de las más activas de Málaga y constituye una pieza insustituible en el delicado equilibro que supone a menudo la convivencia entre orígenes distintos. Este año, la agrupación ha organizado la duodécima Semana Cultural, la tercera Carrera Multicultural y una Semana de la Moda el pasado mayo para estimular la compra en las tiendas del barrio, asfixiadas en gran medida durante los últimos meses por las obras del Metro. Precisamente, entre Santa Julia y La Unión se acumula tal cantidad de establecimientos del ramo que el núcleo podría pasar perfectamente por un Puerto Banús para todos los bolsillos. Justo en este tramo las academias de peluquería compiten con las de baile, sobreviven algunos de los videoclubs más antiguos de la ciudad y se sirven las hamburguesas más grandes en varios kilómetros a la redonda. La crisis ha provocado algunos cierres y traspasos, pero los vecinos, especialmente ahora en verano, siguen consumiendo con fidelidad. El trato amistoso y cómplice entre compradores y dependientes es moneda de cambio habitual.
A pesar de sus transformaciones, todavía puede encontrarse en el barrio vestigios de una Málaga anterior, que pervive en la memoria de todos los vecinos. La sede de la antigua prisión provincial, en Ortega y Gasset, aguanta como un fantasma detrás del muro entre Santa Julia y García Grana, pero en la misma Cruz de Humilladero el Bingo París, junto a la gasolinera, remite al antiguo Cine París, donde muchos de los mayores que hoy van al mercadillo disfrutaron sus primeros ligues y en el que los hoy treintañeros que después se trasladaron a otros barrios (aquí la inmigración residente no sólo ha modificado el espectro económico, también ha frenado el alza de la media de edad de la población) vieron su primera película de Walt Disney. Por cierto, hay mucho tráfico, pero en el parking público siempre quedan plazas libres. No hay muchas excusas para no venir.
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