Málaga

Calle Hurtado en Málaga: 'atrapados' en sus casas

  • Vecinos denuncian la dificultad de la movilidad en la calle debido a la ausencia de rampas

  • Personas con dependencia aseguran sentirse encerrados

Una mujer sube el carrito de su hija por las escaleras

Una mujer sube el carrito de su hija por las escaleras / Javier Albiñana

José Martín se desplaza con la silla de ruedas por el pasillo de su casa, entre la estrechez de unas paredes con las que en varias ocasiones se topa. Se aplasta los dedos levemente, da marcha atrás con delicadeza, continúa su camino y cuando alcanza el rellano se para: "Hasta aquí puedo llegar". Su voz se rompe durante unos segundos y, de pronto, se pone a llorar. Se seca las lágrimas sin éxito, quedando un reguero brillante en la cuenca de los ojos. Cuenta entonces que durante el confinamiento sufrió un problema medular que le ha dejado secuelas en las piernas, que no puede andar bien, que solo uno de sus cuatro hijos le hace caso y que el día 2 de septiembre tiene una prueba médica en Carlos Haya y no sabe cómo va a ir: "Si viene la ambulancia a por mí, pues bien". 

Cobijada por dos parcelas sin construir y escoltada por varias pintadas y grafitis de El virus es la tele, la calle Hurtado de Málaga capital se presenta como pasadizo de subida o de bajada en pleno barrio de Capuchinos. 68 escalones, una docena de barandillas, 15 portales, pocas flores en los balcones, varios desconchones en las paredes y ni un solo metro de rampa. Son los números que cada día tienen que vivir los vecinos de esta vía. 

En la parada del C1, un grupo de seis jóvenes, nevera en mano y toalla al hombro, esperan la llegada del autobús. Carmen se cruza con ellos. Viene de hacer la compra y carga con dos bolsas de plástico. Sin titubeo y casi de memoria, como si fuera una lección de clase, comienza a señalar uno por uno los portales. Recita en voz alta los números y los nombres de sus vecinos. Habla de Pepe, de Trini y de Araceli, que hace dos semanas falleció y los servicios funerarios necesitaron ayuda para poder llevarse el cuerpo de la casa: "Cada vez que viene mi hija con los niños es un suplicio. Tiene uno de seis meses y otro de tres años y lo pasa fatal con el carrito. Llevo 23 años viviendo aquí, pero, ¿sabes qué te digo? Que en cuanto pueda me voy". 

La madre de María del Mar mira desde su ventana La madre de María del Mar mira desde su ventana

La madre de María del Mar mira desde su ventana / Javier Albiñana

María del Mar vivía en Alicante. En pasado, porque ahora no se separa de su madre, una persona de 73 años que necesita oxígeno y tiene problemas del corazón. Explica que la gente se va marchando del barrio: "Quieren otra oportunidad. Si la tuviera, también me iría". Entre la pandemia, su situación personal, y la cantidad de escalones que tiene que sortear para salir a la calle, su madre se limita a contemplar la vida desde la ventana de su cuarto. La vida que tiene una calle sin rampas. 

Algo similar le ocurre a Enrique. Con ayuda de sus dos primos, pudieron llevar a su madre al centro de vacunación: "Tiene 93 años y no vino nadie para ponerle la inyección". Comenta que le gustaría "sacarla a la calle" más a menudo, pero "no se puede". 

De vez en cuando se escucha cómo la rueda de los carritos de la compra o sillitas de los bebés golpean los escalones. Pese a la posible similitud, calle Hurtado no tiene la épica de las escalinatas que unen 167th Street con la avenida de Shakespeare en el barrio del Bronx. Aquí no canta la banda de Gary Glitter, ni Joaquin Phoenix baila disfrazado de Joker. Tan solo suena Pepas, la canción del verano, procedente de algún altavoz próximo a los ventanales. El día a día transcurre con un mismo eje central: "¿Te acuerdas cuando nos manifestamos ahí abajo, en calle Capuchinos?", recuerdan dos vecinas. Coinciden en el diagnóstico, pero también en la solución: "Que al menos pongan rampa en una parte. No pedimos más", explican. 

La concejala del distrito, Gemma del Corral, en declaraciones a este periódico, explicó que el problema en este tipo de situaciones no está en "la falta de voluntad" por solucionarlo ni en el presupuesto, sino que en la mayoría de ocasiones se trata de cuestiones "técnicas". Del mismo modo, aseguró que se ponía a disposición de los vecinos con el objetivo de buscar una alternativa.

José Martín nació en 1951. Al igual que Carmen, lleva 23 años viviendo en calle Hurtado. Ambos son vecinos, puerta con puerta. Cobra una pensión de 600 euros, el piso "le sale" a 90 euros al mes y lo que le sobra de luz, gas, agua, es lo que le queda para comer: "Paga escrupulosamente", añade Carmen. 

La falta de rampa y ascensor impide que José pueda salir a la calle La falta de rampa y ascensor impide que José pueda salir a la calle

La falta de rampa y ascensor impide que José pueda salir a la calle / Javier Albiñana

Tres días antes de que se decretara el confinamiento de la población, José Martín recibió el alta del hospital para que la pandemia "no le pillara allí". La operación le dejó afectada la médula y una condena revisable a vivir en silla de ruedas: volverá a pasar por quirófano, con la esperanza de recuperar algo la movilidad: "Me duelen mucho las piernas. Casi no puedo moverlas", reitera. Sin rampa en la calle y sin ascensor en el edificio. José ha escrito al Ministerio de Vivienda y a la Junta de Andalucía: "No he recibido respuesta. Me da igual tener que pagar un poco más, pero al menos que me den un bajo. O un elevador". Las escaleras que conectan el patio con su su planta tampoco dan mucha opción a instalar ningún mecanismo de desplazamiento. La falta de espacio lo condiciona todo.

Su casa no está adaptada para una persona con problemas de movilidad. Hay veces en las que Carmen le baña, aunque el plato de ducha tiene un escalón de, al menos, 10 centímetros: "Aunque seamos pobres, somos buenas personas", dice Carmen, que vuelve a referirse a las limitaciones física del entorno: "Aquí hay viejitos que han muerto secuestrados". Entonces, José sentencia: "Es como si estuviera preso". 

Cuando relata que ya está vacunado, desbloquea el teléfono para enseñar el pasaporte Covid. Tiene de fondo de pantalla a su nieta, la de su hijo que vive "por Casabermeja", la del único de los cuatro con el que se habla. Al referirse a ella sonríe por un momento y rápidamente muestra el código QR: "Ves, ya me pusieron la dosis". Entonces, deja el móvil en la silla, la pantalla golpea por error su pierna y el asistente de Google se activa automáticamente: "¿Qué te apetece hacer?", dice la voz robotizada. De forma automática, José responde: "No estar encerrado". 

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