calle larios

Canción urgente para Uncibay

  • lNo sólo se trata de que bajo el orden turístico universal el centro esté reluciente y los barrios se queden hechos un asco

  • La deshumanización de la ciudad también aniquila el escaparate

Son las seis de la tarde, más o menos, y la plaza está tremendamente sucia. En el suelo abundan papeles, plásticos y restos orgánicos de diversa índole, desperdigados de cualquier manera con ayuda de un viento que no contribuye precisamente a hacer del lugar un rincón más apetecible. Además de sucio, el firme está pegajoso: las suelas de mis skechers se quedan pegadas e intuyo una fina capa de algo parecido al alquitrán que se traduce en manchas de variopinta envergadura por toda la superficie. En las terrazas, los turistas consumen a esta hora lo mismo sandwiches de jamón y queso que descomunales raciones de pescaíto frito, mientras los nativos se contentan con el café de Doña Mariquita, como es preceptivo en el huso horario mediterráneo. Las esculturas mitológicas de José Seguiri están igualmente sucias, cubiertas de la misma mugre, que parece depositada aquí después de siglos de esmerada sedimentación. El Acteón lleva un envase de cartón en su mano derecha, y en la anatomía de las Sabinas se distribuyen restos de algún almuerzo mal avenido. Cuando uno lleva aquí un rato ya se ha acostumbrado al olor a fritanga, pero acaban de llegar los camiones de Limasa a descargar los contenedores de reciclaje, en aparente descomposición por el paso del tiempo, y aunque no hay razón para pensar que el cartón almacenado y ahora aireado pueda apestar lo cierto es que sí, lo hace. Conforme se avanza desde Calderería a Méndez Núñez aparecen pequeños charcos en el mismo suelo pegajoso y lo mejor es andarse con cuidado. El centro de la plaza está ocupado por una nube de moscas, y cabe preguntarse entonces qué clase de bichos habrá que espantar, como hace ahora una crucerista cincuentona de sombrerito ridículo de paja y gafas de sol amarillas y redondas que hace lo que puede para quitarse de enmedio los insectos mientras intenta sorber un batido, cuando sea julio o agosto. Pasan dos gitanos muy animados, uno toca la guitarra y otro le da a las palmas como si le fuera la vida en ello, los dos cantan a voz en grito por Los Chunguitos antes de pasar la espalda del instrumento con tal de que alguien deposite unas monedas. A este lado, el acceso a las galerías Goya proyecta una impresión de soledad y cierre inmediato de perturbadora tristeza. En la otra acera, la librería Áncora constituye un extraño remanso de paz con su escaparate de novedades literarias, como si se tratase de una nave espacial varada y procedente de un planeta completamente distinto: es posible permanecer aquí y ser inmune a esto. Pero resulta difícil cuando tres italianos descamisados que vienen empujándose y dándose collejas en plan hooligans se empeñan en hacer de toreros con cualquiera que se cruce en su camino, preferiblemente mujeres jóvenes y solas. Ya en el cruce con la calle Granada, el suelo sigue igual de sucio y languidecen ruinas de mercancías variopintas en los portales. Cualquiera diría que estoy en la plaza de un barrio abandonado, lejos del centro. Pero no. Ni mucho menos.

No, ésta es la Plaza de Uncibay. El Museo Picasso está aquí al lado. Y el Museo Carmen Thyssen y la Casa Natal no se encuentran mucho más lejos. La suciedad y el abandono aparente son sólo algunos de sus peores problemas, pero habría que añadir el excesivo ruido y la concentración de despedidas de soltero y demás fiestas espontáneas que prolongan la Feria de agosto durante casi todos los fines de semana. A partir de aquí, algunas cuentas no cuadran. Si el Ayuntamiento apostó en su día por un modelo que concentraba su actuación en el centro en detrimento de los barrios para garantizar el bienestar de los turistas, cuando uno pasa por Uncibay, donde los aquelarres pizzeros de Jerónimo Cuervo encuentran su ámbito de expansión natural, sólo puede preguntarse dónde se ha metido el Ayuntamiento. Si éste era el criterio, Zentrum über alles, alguien debería hacer algo con la Plaza de Uncibay, destino local del turismo que menos beneficia a cualquier ciudad del mundo. No hablamos de La Luz, ni de Carranque, ni de El Palo, ni de Santa Julia, ni de otros barrios donde vive gente: al menos, que no haya que pasar vergüenza por venir a Uncibay. Cuánto cuesta quererse un poquito.

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