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Candilejas sigue en La Brecha

  • lContra lo que afirma el clásico, de no ser por las segundas partes nunca llegaríamos a ningún sitio lHay cierta Málaga, recóndita, a la que vale la pena asomarse lY pertenecer

Será que uno ya no se fía ni de su sombra, pero a estas alturas recelo sin remedio de las iniciativas relativas a la metamorfosis urbana de Málaga que se presentan en la cima del mainstream, con los escaparates a tope, la bendición del obispo, la ambientación a cargo de la banda municipal y no sé cuántos millones invertidos desde los fondos europeos. En esta ciudad amante de las bullas, que ya se arremolina implacable en torno a besamanos y traslados, que pierde las formas por sacarle un autógrafo a un famoso en el Festival de Cine y que se cree envidiada por el resto del mundo a tenor de sus equipamientos artísticos, los lugares en los que más y mejor me reconozco, donde más a gusto me encuentro, son los menos promocionados y los que, a pesar de haber sido objeto de rehabilitaciones recientes, quedan sin más fuera de la atención de las masas. Lo que por otra parte, claro, es muy de agradecer. Ocurre, sin embargo, y aunque esto signifique incurrir en contradicción, que en determinados sitios uno echa de menos más gente; más que nada porque en el espacio público la clientela sigue siendo imprescindible para garantizar el futuro de las cosas, incluidas las que valen la pena. Aunque la gente, ya se sabe, así en abstracto, es poco inclinada a indagar y curiosear más allá de los trayectos acostumbrados (no saben lo que se pierden), y es esto lo que resulta más doloroso en una ciudad que ha contado últimamente no pocos hallazgos en enclaves un tanto retirados de los itinerarios oficiales, cuya localización exige un pelín de callejeo y de torcer esquinas. Más aún, y muy a pesar del poderío de los escaparates, algunos de los mejores episodios que se han dado en la reinvención del centro histórico lo han hecho hacia adentro, con cierta vocación de escondite. La rehabilitación de Pozos Dulces, con todo lo que queda por delante, entrañó un ejemplo considerablemente feliz; pero claro, ¿quién pasa por Pozos Dulces, a no ser que salga la procesión pertinente? ¿Cuántos malagueños saben y cuántos ignoran lo que hay ahora ahí? Algo similar podríamos decir sobre Beatas, y mira que tiene camino Beatas hasta llegar a ser lo que debería ser. Por cuestiones autobiográficas, un servidor aguarda con especial interés el devenir próximo de la Goleta y calles como Gigantes. Pero si algo va quedando claro es que la recuperación de los espacios agónicos del centro precisa una actividad comercial. Por eso hay que acercarse a dar una vuelta por La Brecha, donde, por cierto, ayer inauguró su nueva sede Candilejas. Conviene tomar nota y, tal vez, divulgar el modelo.

Otra cosa ha podido quedar clara a estas alturas: si al Soho le cuesta la misma vida llegar a ser el Soho es porque nadie ha puesto facilidades para la instalación de comercios. Si se trataba de regenerar un barrio, pensar que el arte urbano podía ser suficiente significaba incurrir en cierta bisoñez, cuanto menos. Al mismo tiempo, el hoy llamado Entorno Thyssen, extendido desde Compañía a Andrés Pérez, iba consiguiendo sus propios objetivos de recuperación a través del empeño de los comerciantes de la zona, dispuestos a hacer frente a la invasión de franquicias. Ahora, La Brecha extiende la red desde la misma calle Andrés Pérez hasta el Muro de las Catalinas, ya casi en Carretería, a lo largo de la Plaza Eugenio Chicano. Y parece un buen síntoma que sea el Ayuntamiento a través de Promálaga el que se haya inventado lo de La Brecha y haya facilitado la llegada de otras tiendas con sus locales; ahora, lo deseable es que el síntoma delate que el Consistorio ha comprendido que sostener el centro de la ciudad a base de hostelería para guiris y franquicias a mansalva es un empeño demasiado peligroso.

Tras el cierre del local de Santa Lucía en noviembre, Francisco Gil, que trabajaba en Candilejas desde 1990, ha decidido continuar el negocio con el mismo lema pero con un sensible cambio de filosofía que incluye la venta de elementos de merchandising musical (gorras, tazas, camisetas y postales) así como de discos, su materia prima de toda la vida. Gil recibió ayer a los primeros clientes sin más boato que algunas cervezas para celebrarlo, pero su apuesta por La Brecha es decidida. Lo cierto es que el ambiente en la plaza es muy agradable e invita a mirar. Junto a Candilejas hay ahora una tienda de artesanías de cerámica, otra de decoración y otra de luthería, así que ya me dirán. Cuenta Gil que los comerciantes quieren organizar actividades al aire libre (talleres de cerámica, conciertos, mercadillos) y que a La Brecha le vendría de perlas un puesto de zumos y un mural de Eugenio Chicano. Y tiene razón, desde luego que sí. Algo debería hacer Promálaga al respecto. Mientras eso llega, visiten La Brecha. Otra Málaga es posible.

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