Málaga

Chicas para calendarios futuros

  • La fiesta de bellezones de Larios en el restaurante Montana me pilló de camino a casa l El 'glamour' se quedó en ruido y muchas poses, al fin y al cabo la fama es eso l Pero por la mañana ya había visto a mi candidata perfecta para el almanaque ideal en un centro de salud l Sorpresas te da la vida

ME recomienda mi compañera Rebeca Tobelem que cambie la foto del Calle Larios en la que todavía, a estas alturas, salgo con mi jersey de cuello vuelto. Prometo hacerle caso. El pasado miércoles me convencí definitivamente de la importancia de la imagen: regresaba a casa ya de noche desde la redacción y, de camino por Compás de la Victoria, pasé por el restaurante Montana, como de costumbre. Me sorprendió la música que sonaba a un volumen atronador en un sitio destinado a otro tipo de ambientes, con un patio exterior enorme que, en estos meses, se disfruta especialmente. Me dio por husmear y me topé con la fiesta de Larios, por la que se convocaba el concurso de belleza para elegir a las modelos del calendario del año que viene. Por allí estaban Marisa Jara y Estefanía Luyk, que ejercían de madrinas y posaban sensuales y pizpiretas con sus gin tonic en la mano, brindando entre flashes por cualquier cosa, sin tocar los suculentos platos servidos en blanquísimos manteles, y entonces sí que sentí apuro por salir en un periódico tapado hasta la nuez en julio. Allí dentro todo era frescor, juventud, glamour, pose y ruido, fama a fin de cuentas, a tan sólo unos pasos de casa. Junto a los bellezones y algunos tipos enormes con pintas de guardaespaldas, otras chicas (éstas sí decididamente jovencitas) luchaban cuerpo a cuerpo para hacerse un hueco entre la bulla y dejarse ver, como presentando sus credenciales, qué guapa soy, qué tipo tengo. Qué diantre, a todos nos gusta salir en la foto, aunque sea con un jersey de cuello vuelto.

Curiosamente, mi candidata ideal para un calendario Larios o cualquier otro había acudido la mañana de aquel mismo día a un centro de salud cercano. La historia, sorprendente, reúne tanta hermosura que maldije la inoportunidad de no llevar una cámara encima. En una de las salas de espera previas a la consulta, donde se hacinaban una docena de vecinos con desigual paciencia, una discusión entre un hombre y una mujer fue ganando en intensidad y bilis hasta que aconteció el griterío y casi llegaron a las manos. El malestar general se hizo en todo el pasillo, alguien expulsó a los dos impresentables pero el regusto no mermó su incomodidad. Para estropearlo todo aún más, un pequeño cenutrio de 6 ó 7 años jugaba a fusilar a todo el mundo con un rifle de juguete que emitía ruidos de rayos láser y una luz roja. A la vez, el vehemente soldado reproducía con su pequeña boca el escándalo del fogueo, pum, pam, ratatatá. La madre del presunto, que por sus pintas hoy me parece que quería emular a la Luyk, sin mucho éxito, se daba por satisfecha con que su vástago no la emprendiera con ella, así que no le importaba que arremetiera contra los demás. En la refriega, el chiquitín distinguió a una niña de su edad que había acudido a la misma consulta con su madre, experimentada, madura y templada, se acercó a ella y emuló su asesinato con cruel exactitud. Pero había encontrado un personaje a su medida: la niña hizo caso omiso de los disparos, tomó el bolso de su madre, extrajo una varita mágica de juguete y lanzó su sortilegio contra el cafre. Ante la aprobación general, el mequetrefe se quedó consternado, con cara de qué me han hecho, y buscó desarmado los brazos de su madre no tanto para buscar consuelo sino para patalear su ira. Las heroínas auténticas, las que salvan la vida, van de incógnito.

Así que propongo un santoral entero para esta niña y su varita. Su belleza es distinta a la de la gloria efímera y la pose de plástico, que diría Rubén Blades. Mientras haya imaginación hay esperanza.

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