Clavelitos, clavelitos de mi corazón
Alivio: la tuna de Oporto representa el único espectáculo artístico del que gozará la ciudad durante una buena temporada l Salvo para quienes decidan meterse en las galas de humoristas y cantantes de la Feria l La cultura cierra por vacaciones en Málaga l ¿Contará esto para la candidatura a 2016?
PROCURARÉ escribirlo de la manera más suave posible: no me gusta la tuna. No me gusta nada la tuna. No tanto porque la considere reducto de la España negra, retrógrada y machista (Dios, otra vez me estoy echando enemigos a la espalda), sino porque la sufrí en mis propias carnes. Durante mi etapa universitaria organicé junto a un grupo de inconscientes varios talleres de música y teatro, con el objetivo, finalmente logrado aunque con muchas dificultades, de ajustar un calendario más o menos fijo de conciertos y representaciones en tres o cuatro facultades, del que aún queda algún reducto. Resultaba decididamente frustrante solicitar año tras año a los decanatos y los organismos del Vicerrectorado de Cultura míseras ayudas económicas con la misma respuesta recibida, una y otra vez: cero. Nada. Recuerdo una conversación telefónica absurda mantenida con Javier Ruibal desde un despacho de la Facultad de Ciencias de la Educación en la que, con mucha vergüenza, le decíamos que ni siquiera podríamos abonarle los gastos del viaje desde El Puerto de Santa María, que era todo lo que nos pedía. Nuestra única opción (así nos respondieron los administradores a quienes solicitamos la ayuda) era sufragarlo de nuestro bolsillo, pero nos negamos cuando comprendimos que nadie nos lo iba a agradecer. Todo lo que no se organizara desde arriba no era, al parecer, digno de consideración. Al mismo tiempo, aquellos decanatos y vicerrectorados destinaban cantidades generosas a las tunas para que participaran en encuentros de música folclórica universitaria en diversas ciudades europeas y americanas. Luego, mis compañeros de clase que ejercían en la tuna con plena convicción alardeaban de que el presupuesto les había alcanzado para coger borracheras de solemnidad y meter a los novatos de turno en un taxi con los ojos vendados para luego dejarlos abandonados en la cuneta de una autovía. Una representación más que digna, en fin, de la institución académica que los apoyaba.
Perdonen semejante desahogo por mi parte, seguramente injusto a estas alturas. Pero cuando el otro día me topé en la calle Larios con la tuna de la Facultad de Económicas de Oporto afloraron en mí estos venenos proustianos. Y eso que lo hacían bien, bastante bien. Atacaron inevitablemente con Clavelitos y Guantanamera, aunque también se pusieron en plan saudade con algunos fados e incluso canciones propias. Supieron además conectar con la gente que hizo corro y coreaba las antiguallas más conocidas, y allí estaba yo masticando mis contradicciones (Calígula decía que éstas, en su justa medida, resultan saludables para el espíritu) cuando caí en la cuenta: aquél iba a ser el último espectáculo artístico que iba a poderse disfrutar en Málaga en mucho tiempo. Acabado el Terral y otras citas, agosto se dispone a ser el páramo cultural que es cada año en la capital: sin teatro, sin conciertos, sin nuevas exposiciones en los museos (el CAC ha apurado julio in extremis para presentar la colección de Carmen Riera), sin lírica, sin circo, sin encuentros con escritores ni conferencias. Todo parado hasta el curso que viene. Por ahora, las únicas excepciones las constituyen los conciertos de los alumnos de los cursos superiores de música que organiza la Fundación Unicaja en la sala María Cristina y las galas de la Feria, con un cartel especialmente previsible y poco ambicioso: que el plato fuerte sea El Sueño de Morfeo equipara la Feria de la sexta capital de España con las de cientos de municipios de provincias de todo el país. Resulta cuanto menos paradójico que en una ciudad que aspira a la Capitalidad Cultural de Europa en 2016 (como Santander, que celebra en agosto su envidiable Festival Internacional de ópera, música, teatro y danza: busquen el programa en internet y disfruten) la cultura cierre por vacaciones. Pero eso es lo que hay; y que viva el salero.
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