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Conquista en territorio gabacho

  • ¿Y si fuese verdad que el entorno del obelisco de Torrijos delimitado por la verja circundante, en la Plaza de la Merced, corresponde a la soberanía francesa en virtud de una orden de Isabel II?

MÁLAGA no sería la misma sin sus mitologías, sin ciertos relatos aparentemente inverosímiles que tienen bastante que ver con el ansia endémica de escaparate, de darse importancia, lo que a su vez revela no pocos complejos históricos. Al mismo tiempo, sin embargo, estos cuentos (no llamados así por un servidor con ánimo de descalificarlos, sino porque las ciudades, al igual que las personas, siempre tienen la necesidad de contarse) resultan muchas veces desconocidos por esa mayoría que prefiere hallar consuelo con el éxito de la provincia en la Guía Michelin y otras competiciones impostadas que tampoco tienen mucho que ver con la vida cotidiana de la gente. Y si el mito no interesa, es porque la Historia tampoco lo hace: que Málaga fuese durante siglos una potencia portuaria en Occidente ya sólo excita una leve indiferencia en el personal, lo que a estas alturas resulta comprensible. Y, así, que a la Catedral le falte una torre porque el dinero reservado a tal efecto se invirtió en la Guerra de la Independencia en EEUU, en la construcción del Camino de Antequera o en la llegada del Apolo XI a la luna viene a ser poco más o menos lo mismo. La historiografía, por mucho que esto fastidie a los académicos, se alimenta sin remedio del mito, por cuanto lo uno lleva a lo otro; y así viene siendo desde Herodoto, quien ya advirtió de que la posibilidad de una narración aséptica de los hechos es inversamente proporcional al tiempo transcurrido desde los mismos. Todo este rollo tiene, no crean, una razón: el pasado viernes se recordó en el obelisco de la Plaza de la Merced el fusilamiento de Torrijos y sus hombres a cuenta del 184 aniversario del suceso. Y al ver las fotos con toda la parafernalia, los uniformes de antaño y las bayonetas en guardia en honor de los héroes, recordé uno de estos cuentos que engrosan la mitología malagueña y que no ha sido precisamente divulgado. Hay quien da por buena la historia según la cual la superficie de terreno que delimita la verja alzada en torno al monumental obelisco para su protección es de soberanía francesa. Y que es así por orden nada menos que de Isabel II, quien encontró con esta medida la mejor solución posible para garantizar que se preservara el respeto a Torrijos y sus compañeros si acaso se daba un cambio de gobierno en cierto sentido. Por lo que sé, no se ha encontrado ningún documento oficial que así lo acredite en los archivos competentes, pero hay quien sigue dando pábilo a la idea, por otra parte altamente atractiva: Málaga contaría en su mismo corazón con un Gibraltar gabacho, una minicolonia de la Rive Gauch a escasos metros de donde vino al mundo Picasso, el malagueño francés por excelencia. De ser cierto el mito, a lo mejor podrían explicarse a su cuenta algunas cosas.

Podría parecer paradójico semejante ofrecimiento a Francia de Isabel II con el fin de mantener el respeto a quienes lideraron una revuelta contra su padre, Fernando VII, al grito de los valores de la Revolución Francesa: libertad, igualdad y fraternidad. Pero también es cierto que la reina intentó maquillar, que no transformar, la vetusta institución monárquica que heredó de su progenitor; y que su ojito derecho siempre estuvo puesto en Francia, país con el que durante su reinado acordó España significativos acuerdos estratégicos. Al final sí que hubo un cambio de gobierno en una dirección no deseada por Isabel II con la asunción de la Primera República; pero el obelisco y los restos de los revolucionarios quedaron respetados y fue ella la que tuvo que marcharse (a París, claro). Total, que argumentos a favor y en contra puede sacar el lector de su manga los que crea convenientes, por más que apetezca comerse un croasán apoyado en la misma verja a modo de tributo. Pero quién sabe si la querencia francófila de Francisco de la Torre, que puso todo el empeño en traerse un museo francés, reforzar la Alianza Francesa (que ahora ha decidido además abrir un restaurante en su sede, lo que, dado que se trata de una medida muy popular en Málaga últimamente cuando de ajustar balances se trata, invita a pensar que la institución no atraviesa un bueno momento económicamente hablando) y departir con François Hollande en la reapertura del Museo Picasso de París tendrá algo que ver con el particular. Lo mismo podría decirse de la pequeña y extraña réplica de la pirámide del Louvre en Alcazabilla. Afrancesados somos, mon Dieu. Y yo con estos pelos.

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