Descubra la verdadera historia de la pintada que dió nombre a la chimenea

En su día era una parte fundamental de la fábrica de plomo, con los años quedó en desuso y hoy todos los malagueños la conocen por el nombre de Mónica. Una riña amorosa de adolescentes fue el germen de la leyenda

Descubra la verdadera historia de la pintada que dió nombre a la chimenea
Descubra la verdadera historia de la pintada que dió nombre a la chimenea
Juan Antonio Navarro Arias

Málaga, 23 de julio 2008 - 19:50

Seguro que cientos de Mónicas han soñado alguna vez que un hombre, por amor, un día fuera capaz de escalar una chimenea para escribir su nombre en el cielo de Málaga. Muchas lo soñaron, o incluso lo piensan cada vez que cierran sus ojos. Pero sólo una fue la que consiguió hechizar a un loco capaz de hacer tal cosa y poner en peligro su propia vida. Esta Mónica, convertida en leyenda urbana por los malagueños, ya tiene cara. Y marido. Hoy está casada y tiene dos hijos, precisamente, con ese loco al que un día se le ocurrió escalar cien metros para declararle su amor a Mónica.

Los hechos tuvieron lugar hace 14 años. Su protagonista, José Carlos Selva, que ya ha vivido 34 primaveras, por aquel entonces acababa de terminar el servicio militar, se encontraba en Málaga, en su barrio de Bonaire, y había discutido con una joven llamada Mónica. Con esta chica había iniciado una relación hacía poco más de un año. La riña, según explican ellos mismos a este periódico, no fue más que “una discusión de adolescentes”. Ni siquiera recuerdan el motivo exacto. Sea como fuere y el tiempo que llevasen, José Carlos tenía claro que ésa era la mujer de su vida y no la podía dejar escapar. Hoy, a la vista de todos está que hubiese hecho cualquier cosa, hasta escribir el nombre de su amada en la pared de una chimenea de cien metros. Enfadados y sin darse un beso de despedida, cada uno marchó a su casa. José Carlos a Bonaire y Mónica a la barriada de los Conejitos, en el distrito de Carretera de Cádiz. Pero la cosa no iba a quedar así, pensó el joven, que esperó a que se marchase el sol para iniciar la pintada más famosa de Málaga. Al menos una de ellas. La luna fue el único testigo aquella noche de este acontecimiento del que tantas cosas se han dicho. “Siempre mentiras”, arguye José Carlos. Bueno, hubo otro testigo, su amigo Roberto Sánchez, quien sostuvo los diez kilos de pintura necesarios para ejecutar el reto. La famosa declaración de amor. “Estuve colgado hasta las dos de la mañana pintando. Tardé más de cuatro horas”, explica José Carlos.

¿Pero cómo subió?; ¿Y cómo reaccionó ella?; ¿Qué les parece que se restaure la chimenea y se elimine la pintada? Casi una década y media después, José Carlos Selva dice que sería capaz de volver a pintar el nombre de la mujer de su vida, aunque no lo haría porque hoy esa construcción está protegida. “Entonces era una chimenea vieja que sólo servía de refugio para que los drogadictos fueran allí a pincharse”, afirma. De la seguridad con la que dice que sería capaz de repetir la pintada se desprende que su amor por Mónica sigue intacto, y que se mantiene en buena forma. Y es que este hombre es un gran aficionado del rapel, esa práctica que consiste en descender superficies verticales por cuerda. De hecho, según dice, antes de realizar la famosa pintada había escalado la chimenea decenas de veces, aunque nunca había permanecido tanto tiempo colgado de ella. Cuando terminó la pintada se fue a descansar y a la mañana siguiente, “al amanecer”, quedó con Mónica. “No le dio ni importancia, miró aquello y dijo pos vale. Estaba en plan dura, pero por la tarde bien que llevó a todas sus amigas a la chimenea”, asegura José Carlos. Mónica, sin embargo, niega esta versión, pues asegura que sí que le hizo “muchísima ilusión”. Muchos han salido diciendo que ellos escribieron Mónica en la chimenea, pero yo se que fue él porque aquella tarde discutimos allí, que era donde nos reuníamos con los amigos, y al día siguiente apareció la pintada”, explica esta malagueña que, desde el anonimato y sin quererlo, es una de las mujeres más conocidas de la ciudad. Ambos saben que la restauración acabará con Mónica, pero al menos esperan que una placa recuerde la pintada que bautizó la chimenea de la antigua fábrica de plomo. En el momento, la pintada fue una anécdota en la relación, pues aquella pelea no fue más que una riña, pero a la postre se ha convertido en todo un símbolo. “Cada vez que vamos a Málaga nos acercamos a verla. Además, en la distancia, nuestros familiares y amigos nos mantienen informados de las últimas noticias que hay sobre la restauración de la chimenea”, explica la propia Mónica.

El noviazgo continuó felizmente, la pareja se casó en la parroquia de los Santos Mártires, en pleno corazón de Málaga, y luego se marcharon a Tenerife en busca de unas mejores condiciones laborales. Entonces, él era cocinero y ella camarera. Hoy tienen una tienda de ropa y aseguran que la vida les trata “muy bien”. Además, tienen dos hijos, un niño de 5 años llamado Yeray y una niña, Yaiza, de 3. Han bautizado a los pequeños con nombres canarios, igual que el acento que han heredado en las islas, pero su corazón está en Málaga, igual que una parte de su vida que sigue viva en una chimenea conocida por Mónica.

(Reportaje publicado en Málaga Hoy, el 9 de junio de 2007)

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