Málaga

"Después de vivir una guerra hay una amargura que se te queda"

  • Malagueña y mexicana de adopción, a sus 82 años acaba de escribir la historia del exilio que sufrió su familia cuando tenía 7 años · Desde la distancia recuerda con pasmosa lucidez un periplo que ha marcado su vida

La suya no es una vida cualquiera. Desde muy pequeña Gloria Rodríguez (Málaga, 1927) conoció el desarraigo y el miedo a perder su identidad. Con 7 años la Guerra Civil le exilió con su familia primero a Francia y después a México, a donde llegó en 1939 en el vapor Ipanema. Han pasado 70 años pero esta historiadora y psicoterapeuta en activo recuerda como si fuera ayer su accidentado periplo. Caminó durante tres días sola hasta la frontera con Francia mientras su padre, -secretario del Gobierno Civil- estaba en un campo de concentración. Ahora un libro (El éxodo de una familia en la Guerra Civil) pensado como legado para sus hijos repasa la historia de una mujer, en paz con su pasado.

-¿Cómo vivió siendo tan pequeña los primeros bombardeos?

-Nos tocó de lleno la insurrección militar del 18 de julio de 1936. Mi madre estaba en la peluquería del edificio donde vivíamos y vinieron los primeros tiroteos. Málaga quedó en una posición muy difícil porque estaba Queipo de Llano. Se reunieron para ver qué hacían con nosotros (mi madre tenía nueve hijos) y nos refugiaron en el Gobierno Civil, en La Aduana. Luego nos mandaron por barco a Cartagena. Ese día vivimos el bombardeo más pavoroso. Entraron los aviones italianos y nuestra casa casi quedó destrozada. Por suerte a nosotros no nos pasó nada.

-Y de ahí a la frontera con Francia...

-Entonces mi padre decidió que quería ingresar en el ejército voluntariamente. Nos llevaron a Olot y allí pasamos el resto de la guerra. Mi padre (de la Izquierda Republicana) decía que no íbamos a perder pero mi madre oía la radio italiana -que estaba prohibida- y sabía que las cosas no iban bien. Llegamos en autobús a un pueblo y desde allí a la frontera con Francia tuvimos que caminar tres días. Mi abuela se caía y mi madre regresó con ella. Me llamaron, pero yo no me enteré. Corrí a buscarla y no la vi. Me quedé sola. Mi madre me encontró en Francia de milagro y salimos el 13 de junio a México, mientras mi padre estaba en un campo de concentración.

-Hasta el desembarco en México...

-Fuimos en el barco Ipanema a Veracruz desde Burdeos. Pero para llegar a esta ciudad no teníamos dinero y la gente del pueblo nos compró los billetes. En México se portaron muy bien con nosotros. Mi padre llegó con 23 francos en la bolsa y una familia a cuestas. Y salimos adelante. Él tenía la carrera de piano y se colocó en la escuelas del exilio fundadas por el Gobierno español. El general Cárdenas siempre estuvo con la República, cambiaron incluso la Constitución para que los españoles refugiados pudiéramos entrar. Éramos entonces apátridas y nos dio la nacionalidad mexicana. Yo hasta 1995 no recuperé mi nacionalidad española.

-¿Hasta qué punto se conoce la historia de los exiliados españoles en México ?

-En el franquismo fue una avalancha, entramos a México unos 30.000 refugiados españoles. Yo creo que hemos hecho un buen papel. El exilio español en Latinoamérica fue la crema y nata del exilio, con un alto nivel intelectual. España perdió una generación extraordinaria, tenemos premios Nobel mira Juan Ramón Jiménez. Severo Ochoa -que por cierto hizo el bachillerato en Málaga-, filósofos, poetas.

-¿Qué papel jugó la República en sus vidas?

-Creo que la obra más significativa de la República fue la educativa. Fernando de los Ríos se fue a estudiar los sistemas más avanzados a Europa y los trajo a España. En dos años fundaron 13.000 escuelas y el resto eran confesionales, que iban mucho más atrasadas. En España había una población analfabeta muy grande. Nosotros tuvimos los mejores maestros. Cuando llegamos a la Universidad los españoles ya teníamos siete años de latín.

-¿En ningún momento sintió rechazo?

-Cuando llegamos a España antes había llegado otra tanda de españoles que no tenían trabajo, sobre todo andaluces, asturianos y gallegos. Buscaban una mejor vida y muchos de ellos se enriquecieron. Los mexicanos, de forma despectiva, los llamaban los gachupines. Había un rechazo hacia el español que venía a conquistar. Pero los refugiados no íbamos en plan de conquista, sino de desterrados y cambió mucho la visión del mexicano. No íbamos a enriquecernos.

-¿Qué ha pretendido con este libro?

-El mensaje que quiero mandar a las nuevas generaciones es que la memoria histórica no puede perderse, porque si se pierde se cometen los mismos errores, y nunca más se puede volver a repetir una guerra fratricida en nuestro país, aunque pensemos de forma diferente. Yo no quise que mis hijos cargaran con mi exilio. Traté de ser una mamá normal y escribí este libro, cuando en el año 2000 aprendí informática, pensando que ya tenía una edad y que cuando me fuera de este mundo quería que supieran por qué huí a México. El libro ha sido como una catarsis para mí.

-Dice usted en el libro que, después de una guerra, las palabras nunca vuelven a ser cristalinas.

-Porque hay una amargura que se te queda. Cuando le mandé a mis hermanas en México la invitación para que vinieran, una de ellas me dijo, "Gloria, ¿en realidad lo habremos superado?". Y no sé qué contestar, algo queda para siempre, no es uno igual pero valora más la paz.

-¿Nunca pudieron regresar?

-Recuerdo de pequeña que mis padres siempre decían "el año que viene vamos en España". Mi padre en realidad no quería venir pero, cuando ya era mayor, le presionamos porque estaba enfermo del corazón. Lo investigaron en el 64, vieron que no tenía crímenes políticos y le dejaron ir a España. Yo fui luego en el 70 casada con mis tres hijos. Estuvimos en Málaga un día, nos subimos en un coche de caballos para pasear por la ciudad y ese día no dormimos de la emoción.

-¿Le queda algún recuerdo de la Málaga de su infancia?

-Yo era muy pequeña, pero me acuerdo perfectamente las escaleras de la Catedral y el Paseo del Parque. Y mi casa en la Plaza del Carbón, que visito cada vez que vengo de viaje y me hago fotos. En 2001 mi hija nos organizó un viaje a toda la familia a Málaga. En el autobús me pusieron en el primer asiento para que yo fuera viéndolo todo. Ese mar de casas en la costa me impresionó mucho, en los años 70 no había apenas nada construido. Pero Málaga sigue siendo una maravilla, un paraíso, con las carreteras bien trazadas. En México estamos llenos de baches, no hay dinero.

-¿Cómo se ve España desde la distancia?

-Yo veo en México tres canales de televisión españoles. Y me ponen muy nerviosa los políticos, siento que están gastando demasiada energía en pelearse, cuando estamos en una crisis mundial que viene de Estados Unidos, no es sólo España. A mí me da risa cuando oigo a los españoles hablar como si fuera una crisis local. Necesitamos unir fuerzas y salir de nuestro egoísmo. ¿A qué están jugando estos políticos, no se acuerdan de lo que pasó en España?

-¿En México lo vive igual?

-Aquí hay unas diferencias económicas lacerantes, en toda Latinoamérica en realidad. La extrema pobreza es muy extrema y se han amasado fortunas en una sola mano... Yo pienso que la política es para servir al pueblo, no para enriquecerse. Me dan también mucha pena los inmigrantes. Los que llegan a España y los que huyen de México a EEUU y los tratan como animales. Tenemos mucha inmoralidad en nuestras sociedades.

-¿Se siente más mexicana que española?

-Yo no hago esa comparación. Soy española, malagueña, porque mis padres lo eran y mis abuelos también. Pero soy mexicana también de corazón y no he escatimado dar, dentro de mi trabajo, lo poco que yo pueda como ser humano para ayudar a los mexicanos. Mi profesión me ha brindado esa posibilidad. Para la presentación del libro han venido a Málaga mis tres hijos y mi esposo. Nos hemos juntado los cinco por primera vez en mi tierra. Estoy feliz.

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