Málaga

Doble triunfo de Ponce y Rey que salva la Feria

La tarde se balanceaba sobre la cuerda floja desde el momento en el que comenzó a perder las manos el primero de Juan Pedro Domecq. Los tendidos, llenos en favor de los cronistas de color, no iban a consentir que los pertinentes rechazos acaecidos en los corrales tuvieran el mismo impacto en el ruedo. Ay si se hablase de esos cuatros juanpedros que se quedaron a un tris -o dos- de pasar el reconocimiento... Pero además de la mañana, hubo tarde. Del desastre de un toro flojo, se pasó a uno inválido que se dejó los cuartos traseros en el caballo. Sería un mal sueño eclipsado por el ritmo triunfalista que tomó la tarde. Y eso que, tras ser apuntillado, Ponce hizo la cruz en el aire. Parecía sentenciado. Pero ahí estaba el de Chiva con su arsenal quirúrgico preparado. El público no quería ni ver otra vez a Palomares picando un toro. Tomó pronto la muleta y empezó a hacerle faena en los terrenos del 8. Pases largos y en línea, sin exigirle y sin exigirse. Airoso anduvo grato de recursos y al final sacó naturales de bello trazo. Toreó bonito desde el dominio y la exigencia que guió una faena larga de estética plasticidad. Por el derecho lo exprimió más. Acabó en las cercanías y tras dejar la espada y un pinchazo le dieron una oreja, no muy exigente de pañuelos y algo comprometida de silbidos. Subiría al marcador igual que las dos orejas que le arrancó a su cuarto en una vibrante faena. Lo vio desde el principio cuando capoteó a la verónica con muchísimo temple pero sin olvidar la doma de las embestidas. Ya apuntó calidad por el derecho. Manuel Quinta fue al suelo tras colarse el bajo Montero por el peto, pero no pasó nada. Nada que lamentar, porque todo lo contable aún no estaba realizado. Comenzó en los tendidos del 3, genuflexo, arrimándonse en los pases de la firma al gordo juanpedro y rematando desde la verticalidad de la cima. No era Jaráiz pero Ponce quiso torearlo como si tal. Por la derecha, el dominio; por la izquierda, el conocimiento. No dejaba repetir por este pitón y Ponce le daba un segundo de respiración mientras le abanicaba el hocico con los vuelos de la muleta. Los pases iban dibujando un trazado perfecto en el albero. Tiró de recursos al ver que por la derecha perdía intensidad y quiso complacer a su público con las poncinas. Cuatro hasta llevarla a tablas y la faena estaba hecha. Lo cerró con tres cositas, que quedan muy bien, y dejó la estocada algo desprendida. Disfrutó la puerta grande. Otra vez. Después de la vuelta al ruedo quiso bañarse entre ovaciones y vítores, agradeciendo el cariño con sendas reverencias. Estaba roto de emoción.

Manzanares lució un precioso terno burdeos y azabache. Poco más reseñable ante un lote desentendido, soso y sin emplearse. Discreta actuación del alicantino. Con el primero no estuvo, ni de colocación ni de concentración, pero la plasticidad con la que llena el ruedo jugó a su favor. Algunas tandas destacables por la derecha y poco más. Ídem con el 5º, más complejo, dejando un tiempo antes de la jurisdicción y desatendiendo a los vuelos de la muleta. Se iba rajando poco a poco y quiso matarlo recibiendo a favor de chiqueros. Acabó con media contraria y saludó.

Con Roca Rey llegó la euforia. Toreó a la verónica a su primero como si el animal fuese bueno. Meció la franela igual que a los bebés en la cuna. El cuatreño del peruano tuvo chispa y motor. Se envolvió el capote al cuerpo para ceñirse las chicuelinas. De los aplausos por no picar al toro, se pasó a los aplausos por torear. Solo había dos opciones y una quedó descartada. Prefirió el toro crudo y acertó. Transmitió desde el primer arranque y Roca Rey comenzó a doblegarse por bajo hasta tenerlo metido en la muleta. Los derechazos fueron muy profundos, queriendo ayudar al toro para acabar ayudando a su éxito. Control y ritmo fueron los baremos sobre los que se midió la faena. Por la izquierda dio 6 naturales y un pase de pecho con los que la plaza enloqueció. Matrícula. Trincherazo, por la espalda, de pecho y otra más al natural. Festín de toreo. Remató con unas manoletinas desde el centro del ruedo. Tras matar, afloraron dos telas blancas de la presidencia. Primero, un pañuelo; en el arrastre, el otro. Abriría el esportón del triunfo in extremis. El sexto fue irregular y duro. Estuvo por encima y aclimató la plaza con dos jaleadas tandas finales por el derecho. La petición cariñosa fue una realidad. Al final, empate técnico en trofeos, puerta grande acalorada por la juventud y tres aspirantes para declarar a un triunfador de la feria de Málaga. La moneda cayó cara.

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