Docentes armados de paciencia y mucho cariño
Loli Carmen Giner atiende el aula específica del CEIP Luis Buñuel con la ayuda de la monitora, que se ocupa de otra decena de niños · Piden más recursos humanos
Tras una doble puerta con un cartel que reza Educación especial, se abre un mundo que poco tiene que ver con una clase convencional. En el colegio público Luis Buñuel, Loli Carmen Giner es la tutora del aula específica, que reúne a cinco alumnos de entre 5 y 11 años. Todos ellos requieren un cuidado constante, ninguno tiene lenguaje, tres tampoco caminan y son las docentes las que han de cubrir sus necesidades básicas. Aunque practican con ellos la estimulación auditiva, táctil y visual, saben que su labor es, sobre todo, asistencial. Una tarea en la que todos los días ponen grandes dosis de paciencia y cariño.
Loli Carmen Giner tiene el apoyo de la monitora de educación especial, Charo Reina, y de Teresa María González, que realiza en este centro las prácticas de Magisterio durante este cuatrimestre. Joaquina, la logopeda, acude varios días a la semana -tiene que compartir su tiempo con el CEIP Gandhi- y un médico asiste a los niños cada viernes. Pero estos especialistas no están dedicados en exclusiva a estos escolares, sino que han de dividir su tiempo con el resto de alumnos del colegio que requieren una atención especializada aunque estén integrados en el resto de aulas.
"Como necesitan una atención tan individualizada no da tiempo a sentarte con todos ellos y ayudarles a ser más autónomos", explica Charo Reina, cuya misión es el control de esfínteres, el desplazamiento y la alimentación. Tanto ella como Loli Carmen coinciden en que "existen plazas y materiales en los centros pero faltan recursos humanos para hacer bien nuestra labor". Joaquina incide también en este punto, ya que tan sólo en el Luis Buñuel atiende a 23 pequeños con alteraciones del lenguaje totalmente distintas. "Desgraciadamente podemos hacer muy pocas sesiones individuales debido a la gran cantidad de alumnos, y así uno siente que no puede cumplir sus objetivos".
Pero en el trabajo diario, aunque se sienta la carencia, estas docentes hacen todo lo posible por aportar un poco de felicidad a pequeños como Tania, Juan o Quique. "Tenemos a dos niños con síndrome de West, uno con parálisis cerebral, un síndrome de Ret y un alumno con encefalopatía postenóxica perinatal, crisis de epilepsia y retraso madurativo", explica la tutora. La observación constante y un horario regulado son las principales bazas para el cuidado de estos pequeños que, muchos, ni siquiera tienen el recurso del llanto. "Ellos no piden nada, ni para bien ni para mal", dice Giner.
Casi todos los juguetes del aula tienen sonido. También utilizan instrumentos y sonajeros para su estimulación auditiva. Pero si algo los llena de alegría es el Cantajuegos, que Charo y Loli Carmen le ponen en uno de los ordenadores del aula. Cada vez que el colegio realiza una actividad especial, ellos se integran con el resto. Van al teatro, se disfrazan en Carnaval, se visten con el traje típico el Día de Andalucía y acuden a psicomotricidad los martes y viernes. En su paso por el aula específica "puede haber mucha evolución o ninguna, eso depende", dice la tutora. Si es posible integrarlos en una clase normalizada, dejan este aula transitoria. Casi una treintena de alumnos con necesidades especiales están integrados en el CEIP Luis Buñuel.
La comunicación con estos niños es, sobre todo, gestual. "Los observamos mucho, por eso, conocemos sus posibles necesidades", comentan Charo y Loli Carmen. Pero la clave principal es la regularización del tiempo: desayuno, cambio de pañal, paseo, juegos de estimulación. Ellos, responden al cariño, demostrando con sonrisas o caricias sus emociones más fundamentales. El mobiliario está totalmente adaptado en esta clase. Tienen andadores y bipedestadores para que fortalezcan las piernas y tengan mayor movilidad. "El médico nos ayuda con los cambios posturales, les hace ejercicios y adapta sus aparatos para que adquieran fuerzas en las piernas", explican las docentes.
Aunque aseguran enfrentarse a este trabajo "con alegría", el desgaste emocional es grande. "La verdad es cambian mucho las prioridades cuando trabajas con ellos", confiesa la monitora de Educación Especial. "Tenemos mucha responsabilidad y esto produce estrés y agotamiento mental, pero nos conformamos con que ellos se vayan a casa contentos", añaden.
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