Televisión

'Malaka' y la Málaga ficticia

  • Salva Reina y Maggie Civantos continúan dando vueltas por la ciudad en busca de oro, un asesino, el campero perfecto y algún que otro telespectador

Salva, 'cucha', la cosa va regulera con la audiencia.

Salva, 'cucha', la cosa va regulera con la audiencia.

Ya van cuatro episodios de Malaka que TVE ha emitido en el prime time español, es decir, en una hora estelar que como se siga retrasando (anoche arrancó cerca de las once menos diez) va a alcanzar a la hora golfa. Cuatro episodios en los cuales los malagueños juegan al "¿Dónde es dónde?" para ver quién averigua antes en qué calle, barrio o playa se ha rodado cada escena.

Hemos llegado al ecuador de la serie y esperamos que este último, por el momento, capítulo haya recuperado algo de la audiencia que perdió la semana pasada.

Malaka arrancó con fuerza, con un 13,5% de cuota de audiencia durante su episodio de estreno, rozando los dos millones de espectadores, aunque la ficción acusó esa misma noche, entre el primer y el segundo capítulo, una pérdida de 350.000 espectadores.

Con el tercer episodio, la producción de Globomedia lo tenía más difícil todavía: Antena 3 lanzaba La Voz Kids y Telecinco hacía lo propio con Got Talent... Al parecer, España no se cansa de triunfitos de usar y tirar, porque la serie protagonizada por Salva Reina, Maggie Civanto y Vicente Romero se quedó en un 9% de share con 1.341.000 espectadores.

La televisión es así, como el fútbol, y los motivos de la audiencia son inescrutables. En el fondo de cada telespectador se esconde un pequeño homúnculo que decide qué se ve y qué no se ve en casa. Algunas veces por los motivos más peregrinos imaginables, tal y como se puede comprobar en las redes sociales. Entre esas razones, como ya vimos, se encuentra la imagen que Malaka, al parecer, exporta de la ciudad.

Si la semana pasada decíamos que la Palmilla reivindica su existencia, esta primera semana de otoño recordamos que Malaka no es otra cosa que una mera ficción. Esto, que parece fácil de comprender, una perogrullada, hay a quien no parece quedarle claro.

Malaka es una historia ficticia que hunde sus raíces, como todo relato policíaco, en un escenario existente. Una ficción que se riega con el día a día de la realidad. Pero ni los agentes Gámez y Arjona existen, ni en Málaga se vende esa droga nueva llamada oro ni, por desgracia, van a llevarse a cabo unas obras para adecentar el Guadalmedina.

La relación de Málaga con la ficción que crece, no en, sino de la propia ciudad, no está correctamente fijada aún en su conciencia.

Al igual que un neoyorquino sabe que la urbe que aparece en las miles de películas en las que Nueva York hace de escenario no es el espacio en el que vive (da igual el lugar: puede ser Las Vegas, o Los Ángeles, Tokio, Barcelona, o el Madrid de Toni Romano...), en Málaga todavía no disponemos de esa perceptiva con la ficción referencial en la que la ciudad sale reflejada, pero que no es la propia ciudad. Por eso, en Malaka, la Palmilla es la Palmilla y no es la Palmilla.

La Palmilla va más allá de la ficción: en la de verdad ha desaparecido la cruz colocada por los vecinos en el Monte Coronado.

Quizás, como ya hemos comentado, esta falta de perspectiva viene porque estamos obsesionados con la imagen de Málaga; lo que, tal vez, se deriva de basar su economía únicamente en lo que se piense de ella tras sus fronteras. Aunque podemos afirmar sin equivocarnos que Thomas Cook no le está echando mucha cuenta a la imagen que Malaka pueda o no dar de la ciudad.

La relación que mantenemos los humanos con la ficción es tan extraña como maravillosa. Los sentimientos que ponemos sobre las historias que creamos y nos cuentan son dignos de mejor causa. Amamos las mentiras, y amamos que nos mientan. Tanto, que en ocasiones olvidamos que estamos siendo testigos de algo que no es real.

También por eso las reacciones a la ficción que es esta serie son tan viscerales: porque es una ficción que se enfrenta a la ficción que cada uno de nosotros se ha compuesto en su mente sobre lo que es Málaga.

Por eso tenemos que habituarnos a ver Málaga como lo que es: el escenario de todo tipo de historias, tanto las reales como las que imaginamos, nosotros y los demás. La ciudad debe desarrollar una relación más amable con lo que da a elucubrar.

Estamos acostumbrados a observar a Málaga a través de los vídeos de promoción turística de la Junta de Andalucía, la Diputación y el Ayuntamiento y, como toda mentira que nos cuentan y nos tragamos, olvidamos que esa Málaga es tan falsa, o tan cercana a la realidad malagueña, como pueda llegar a ser Malaka.

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