Megáfonos para la fe

Llega a sorprender cómo en esta ciudad tanta gente se toma a pecho el pregonar a voz en grito lo que cree y lo que no, a costa de los demás No vendría mal un poco de recogimiento erasmista

Una agresión al patrimonio en la iglesia de Santiago, triste e imperdonable. A su autor no le basta con ser ateo: quiere que lo sepa todo el mundo.
Una agresión al patrimonio en la iglesia de Santiago, triste e imperdonable. A su autor no le basta con ser ateo: quiere que lo sepa todo el mundo.
Pablo Bujalance

11 de octubre 2015 - 01:00

POR más que en virtud de la Lomce el Gobierno haya decretado el finiquito de la Filosofía en el curriculum educativo, a algún desgraciado le pareció tan genial la frase "Gracias a Dios soy ateo" que decidió hace unos días pintarla con tan mal gusto en la pared de la iglesia de Santiago. Si Luis Buñuel, quien se adjudicó la cita, tuviera oportunidad de encontrarse con el energúmeno, sospecho que le propinaría una holgada tunda de gorrazos. Pero sí, ya lo ven: la jugada maestra consistía en recrear la frase en el mismísimo muro de la iglesia, al ladito de la puerta, para dárselas de chulo, sin reparar en que esa iglesia es de todo el mundo, incluidos quienes preferimos ver respetado el poco patrimonio de Málaga que queda en pie. Y, por más que sucedan cosas así, no deja de ser una pena que haya que invertir trabajo y dinero en arreglar lo que estos descerebrados deciden cargarse porque sí, porque su madre los trajo al mundo. A tenor de los rasgos caligráficos, parece que el artista profesa inclinaciones punk y anarquistas; y esto sí que tiene gracia, porque seguramente el angelito o angelita no resistiría un envite en cualquier debate serio sobre ateísmo. Pero ya se sabe que la razón y la ecuanimidad son valores poco promocionados hoy día; y, bien mirado, toda una ley educativa se pone de parte de los bárbaros: mientras sean rentables, que le prendan fuego a lo que se les antoje. Hay algo en esta pintada, eso sí, más allá del atentado digno de ser castigado con una temporadita en un gulag, que me hizo pensar cuando la vi. Al cafre en cuestión no le bastaba con ser ateo; no, tenía que manifestarlo públicamente; pero no de cualquier manera, no en Facebook ni en una conversación de bar, sino junto a la puerta de una iglesia. Ahí, a lo grande. Que quede constancia, que se sepa y que se hable de esto. Y me llama la atención el modo en que aquí tanta gente se toma tan a pecho en decir bien claro en qué cree y en qué no cree, cuál es el objeto de su fe o de su indiferencia, aunque sea a costa de los demás y por más que a nadie le importe. Yace, parece, una autoafirmación notable en la proclamación del credo. Más de uno considerará esto una blasfemia (también son ganas de meterme en líos), pero, justo en el otro extremo de la línea de la fe, son aquí muchos, muchísimos, los que no dudan en tomar las calles y hacer lo que sea para pregonar en voz muy alta que creen en Dios, en la Virgen o vaya usted a saber en qué: y así tenemos procesiones no ya en Semana Santa, sino prácticamente todos los sábados, con las consiguientes incomodidades para no pocos vecinos. Es cierto, claro, que donde unos destruyen el patrimonio otros lo protegen y veneran (a veces con exceso, pero ésta es otra cuestión), de modo que la segunda opción siempre es preferible. Pero, al final, el quid es esta manía tan mediterránea y contrarreformista de gritar más que el de al lado que uno cree mucho en el Cautivo o que no cree en absoluto.

Quienes vivimos estos asuntos con pesadumbre unamuniana y con la mayor intimidad posible echamos de menos, ciertamente, un poco de distanciamiento erasmista a la hora de gestionar públicamente estas manifestaciones, ya que la fe se convierte en una materia política, sin remedio, cuando asalta las aceras. Lo que a uno le gustaría, en el fondo, es que todo el mundo, creyente o ateo, agnóstico o devoto, fuese capaz de defender su posición con argumentos sólidos. A falta de estos argumentos sólo nos queda el ruido, mucho ruido, pero esa querencia al golpe en el pecho, a la sucia pintada y a la Málaga entera corona a su Virgen delata que las posiciones son más bien débiles: uno habla muy alto cuando no tiene nada que decir, pero los discursos razonables transcurren con sosiego. La indiferencia, con excepción de algunas quejas sin mucha convicción, con la que fue recibida aquí aquella campaña publicitaria en los autobuses impulsada por el científico Richard Dawkins, con lemas como Probablemente Dios no existe, así que relájate y disfruta de la vida, delató ya hasta qué punto sobran aquelarres y faltan ideas. No hay problema: ni Filosofía vamos a tener ya en las aulas. Sólo quedan el grito y la pintada. Qué pena.

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