Motivos para decorar el muro

calle larios

lEn pleno furor de las redes sociales, las paredes continúan siendo el medio predilecto de algunos para comunicar sus inquietudes a la muchedumbre

La radiografía resultante es reveladora

Para la ruina que todavía perdura en no pocas calles, la acumulación de carteles funciona como un idóneo compañero de viaje.
Para la ruina que todavía perdura en no pocas calles, la acumulación de carteles funciona como un idóneo compañero de viaje. / Málaga Hoy
Pablo Bujalance

29 de enero 2017 - 02:30

Ya a comienzos de los 60 escribió Paul Simon aquello de "Las palabras de los profetas están escritas en las paredes del metro". Semejante revelación habría de tomarse décadas para manifestarse en una Málaga a la que eso del metro le ha sonado a ciencia-ficción hasta hace muy poquito. Dado que aquí tenemos además un subterráneo humilde y fifty-fifty, que vuela demasiado al aire libre como para que haya quien se tome sus paredes en serio, las palabras de los profetas se escriben, todavía, a pie de calle. Eso sí, desde que a la ciudad la convirtieron en capital planetaria del arte urbano, el asunto ha terminado saliéndose de madre. Los pardillos que antes se hacían con una brocha para pintar Yoli te quiero en la fachada del dentista ahora son creativos multimillonarios que comercian con su marca en todo el mundo y que hacen cotizar el ladrillo de Soho intervenido a precio de mansión marbellí; aunque, claro, el incauto que decida seguirles la corriente y estampar su particular lectura del Guernica en cualquier esquina sin la licencia correspondiente será debidamente sancionado por la municipalidad. Esta hegemonía hace de la pintada furtiva, del cartel pegado con fixo, del aquí te pillo aquí te mato con la cola de toda la vida una actividad casi, casi, de alto riesgo: hasta para hacer el gamberro hay que tener clase. Pero lo cierto, y aquí quería llegar, es que por más que los ejecutivos de las redes sociales hayan convencido al respetable de que el mundo tiene los límites exactos de su negocio, todavía hay muchos, muchísimos, que optan por dejar mensajes en las paredes para que la muchedumbre se dé por aludida. Los muros de obra, ya ven, todavía le sacan una cabeza a los de Facebook. Viene todo esto a cuento porque en mis paseos diarios encuentro todo tipo de reclamos, ofrecimientos, anuncios, promociones y simples llamadas de atención allá donde ningún aviso prohibe fijar carteles; y si es cierto que la tecnología virtual ha crecido hasta límites insospechados con tal de estimular la interactividad de la comunicación, el sistema analógico del pegado de toda la vida tampoco se ha quedado a la zaga. Esto adquiere matices determinantes en una ciudad como Málaga en la que se invita a la gente a mirar cada vez con más énfasis mediante museos de todas las especies y procesiones a lo largo y ancho del calendario laboral. Hace poco, en la fachada ahora tapiada del viejo cine Astoria, por ejemplo, alguien había fijado un folio blanco firmado, con la fecha puesta y con este lema en la base: "This is my masterpiece" ("Ésta es mi obra maestra"). El guiri en cuestión se había tomado a pecho lo del Museo de los Museos que el alcalde pretendió en su momento construir justo ahí y fue dejando una obra por adelantado (igual erró el tiro y habría hecho mejor dejándola caer en el CAC como homenaje a John Cage; quién sabe). Abundan, cierto, mensajes escritos en diversos idiomas, y seguramente no hay mejor termómetro para medir la calidad cosmopolita de Málaga. Otra cosa es que los mensajes en cuestión pidan sexo de manera desesperada, relaten las calidades de una habitación para un alquiler urgente, amenacen a fulano con dejarlo en calzoncillos en la próxima borrachera o propongan teorías dispares sobre la física cuántica, la política exterior estadounidense, la muerte de John Bonham o la nacionalidad de Pablo Picasso. Quién sabe.

En plena calle Victoria uno puede encontrar llamamientos a la revolución armada, exigencias para la expulsión de inmigrantes, clases de guitarra a precios módicos, compañía profesional y experta para el cuidado de niños y ancianos, información sobre el próximo concierto de Danza Invisible, complejas fórmulas químicas, letras de canciones y versos sueltos de poemas de Bécquer, alocuciones filosóficas, caricaturas de personajes desconocidos y lemas agresivos de las más diversas tribus. Pero si se continúa el paseo y se llega a Lagunillas, los extremos se refuerzan: el arte urbano de la Plaza Esperanza se mezcla con teorías sobre la propiedad privada, reinterpretaciones de la Historia ("¿Victoria de quién?", reza una pintada reciente), loas a Vírgenes y menús del desayuno. Todo colgado, pintado, pegado, impreso, adherido. Todo el mundo quiere decir algo. Afortunadamente los muros están de moda, así que parece que en los próximos años vamos a tener campo de sobra. Tanta gente parece estar sola en esta Málaga en la que hay demasiadas preguntas para tan pocas respuestas.

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