Pablo, allá donde estés
Concitastes el mejor de los pensamientos en todos cuantos mencionaron tu nombre
Nunca te he hablado de mis dos hijos. De la pequeña Noa, inquieta como toda niña de cuatro años y medio; y del más pequeño aún Rodrigo, que con 14 meses, ya da, literalmente, sus primeros pasos en esta vida. Nunca te he hablado de ellos principalmente porque nunca he hablado contigo. Me hubiera gustado hacerlo. Es una de esas experiencias vitales que, para mi desgracia, nunca podré satisfacer. Otras quedarán por el camino, pero pocas de la importancia de este deseo incumplido. Me ocurre como a mi querido José Luis Malo. Al que admiro al punto de envidiar el modo en que escribe. Lo hago, todo sea dicho, desde el respeto máximo. Ojalá lo hubieses conocido.
Te decía que me hubiese gustado hablarte de mis dos regalos. Quiero que tengas por seguro que a ellos sí les hablaré de ti. Quizás cuando empiece a superar esa percepción de tabú que sigue rodeando la muerte y la enfermedad. Pero lo haré. Será en ese momento cuando a Noa podré explicarle que el mismo día de tu muerte yo trabajaba. Que estando frente al ordenador un compañero de Deportes asomó su cabeza para preguntar: ¿sabéis que ha muerto Pablo Ráez?
Ha muerto Pablo Ráez. Era previsible, me dije en ese momento. Formaba parte de la normalidad de un ser humano enfermo de cáncer, cuyo cuerpo rechazaba el trasplante de médula al que había sido sometido semanas antes. He de confesarte que siempre miré con recelo lo que representabas. No entendí de inicio por qué un chaval de apenas 20 años merecía tantas portadas de los periódicos, tantos minutos de radio y tanta atención mediática.
¿Que tiene cáncer? No es el único. ¿Que lo cuenta por las redes sociales? ¿Y qué? Eran algunas de las reflexiones que hacía, a veces en voz alta, al observar cómo el periódico en el que trabajo y los de la competencia, se afanaban en dar eco a ese joven marbellí que trataba de superar su enfermedad. Te aseguro, Pablo, que no es la primera vez que me equivoco. Seguramente no fue hasta tu muerte cuando realmente fui consciente del nivel de mi error. No fueron lo miles de mensajes de los que fuiste protagonista, no fue el que personajes de la cultura, de la política, tuviesen un momento de recuerdo hacia tu persona. No fue por eso, sino por la extraña y casi única virtud de haber sido capaz de concitar el mejor de los pensamientos en todos cuantos mencionaron tu nombre. Ese es un don del que muy pocos en este mundo pueden presumir. Dudo mucho que esto que escribo aporte algo diferente a lo que tantos y tantos han venido escribiendo en la última semana. Tampoco lo pretendo. Voy a rebufo de otros que como el ya mencionado Malo o Pablo Bujalance han sabido describir a la perfección lo que ha supuesto de hermoso tu ejemplo. Solo quería y necesitaba congraciarme contigo y, sobre todo, conmigo mismo. Me atrevo a presumir Pablo, sin conocerte, que no me lo tienes en cuenta. Seguro que ahora, allá donde estés, me sonríes, de la misma manera con la que lo has hecho durante estos dos largos años. La muerte nos lleva a todos, Pablo, pero mejor hacerlo con una sonrisa en los labios.
También te puede interesar
Lo último