Tribuna de opinión

Pedro Villagrán: recuerdo del buen socialista

Pedro Villagrán, antiguo senador socialista y director de Cruz Roja. Pedro Villagrán, antiguo senador socialista y director de Cruz Roja.

Pedro Villagrán, antiguo senador socialista y director de Cruz Roja. / M.H. (Málaga)

Escrito por

Fernando Arcas Cubero

Pedro Villagrán era, además de un prestigioso traumatólogo formado en Suiza y luego médico en Carlos Haya, un socialista y un militante de fuste. Se recuerda poco a los militantes, y eso que sin ellos ni habría mítines, ni elecciones, ni calor social a los líderes, ni colchón electoral para las victorias y, sobre todo, sostén para las derrotas. Ellos siempre han estado ahí, desde el siglo XIX: son el origen de los sindicatos y de los partidos políticos. Inasequibles al desaliento, a la desesperanza, ni siquiera por el engaño, la traición o la decepción.

Pedro era un buen compañero. Lo era en el núcleo de jóvenes profesionales demócratas y de izquierdas cuando la medicina, y el mundo profesional, se convirtió en uno de los arietes contra el franquismo, y del que salió en Málaga, entre otros, uno de los mejores alcaldes de España. En la política decir “buena persona” no significa nada, es más, puede ser hasta un insulto camuflado. Una frase vacía por completo. “Buen compañero” sí, un socialista y ugetista de largo recorrido, que hasta el final continuaba dejando sus impresiones sobre la marcha política de su partido en las redes, sin desfallecer.

Puedes entrar en la militancia porque lo hayas recibido de tu familia, o llegar por un compromiso moral o intelectual (la más generalizada, e interclasista, salió del antifranquismo por rebeldía moral, eso que tanto fastidia y algunos tratan de borrar de la historia de España). Villagrán, como una parte importante de la izquierda, lo era por memoria familiar: aunque en penumbra, la historia presenciada, o contada, de represalias a tus padres o abuelos marca a fuego y para siempre. Te constituye y te configura, y en España ha llevado a la gente a la izquierda de manera natural.

Inquieto, valiente, opinador, polemista. En eso era admirable, y cuesta escribirlo en pasado

Villagrán tenía, además de ese compromiso, el otro procedente de su manera de estar en el mundo. Inquieto, valiente, opinador, polemista. En eso era admirable, y cuesta escribirlo en pasado. Sabía no sólo hablar, sino controlar los silencios, las pausas, templar. Había que escucharle, quisieras o no. Por más que se mercantilice la imagen de la política y del liderazgo, en la auténtica tradición política se requiere el diálogo, la palabra. Pese a las técnicas de la sociedad de la comunicación, la política sigue teniendo su alma ahí, en las palabras, y en las pausas y la modulación del discurso, impulsadas por la convicción. Pedro tenía todo eso.

No sé si en el socialismo actual este modelo tendrá sentido, o si es algo a extinguir de su memoria. De hecho parece que no, porque la historia del liderazgo de Pedro Sánchez es la de un perfil así: que sigue su idea, y persigue su triunfo sin desmayo, rocoso bajo su apariencia noble, el político más castigado de la democracia española después de Adolfo Suárez. Lo que si sé es que Villagrán, hasta última hora, fue de ese talante, de la creencia con fe terca en el valor de su partido y de la militancia. Ese apostolado incomprensible para escépticos y cínicos. No hace mucho que Villagrán lo escribía en las redes:

“Sé que inmediatamente de comenzar a leer lo siguiente tú, amigo bloguero, me dirás que miro al pasado y no al futuro. Y no es verdad. Cuando esto funcionaba (allá por los ochenta y poco) las Agrupaciones Locales eran sitio de debate, de discusión política y allí se hablaba de Política (con mayúsculas). La bandera del Partido, que es roja, presidía las reuniones, los compañeros se deseaban salud al saludarse y despedirse, se cantaba la Internacional, se saludaba con el puño cerrado, el color rojo prevalecía siempre ante cualquier color (y no digamos sobre el azul), se conocía por parte de los militantes la historia de nuestro Partido. Era un Partido claramente de izquierdas, plural (enormemente plural), con una disciplina estatutariamente rigurosa, austero en sus formas y maneras, donde la entrada a la militancia se hacía con rigor y conocimiento, con avales y garantías de que quien entraba en la Organización era digno de entrar en ella”.

Villagrán era envidiable, por su fidelidad a las ideas y por su disciplina al mismo tiempo

Lo escribió hace muchos años Largo Caballero y permanece vigente: hasta con tus más respetados referentes, hay que mantener independencia de criterio. Con todo el cariño, eso sí, pero no callar, no autocensurarse. En esa autoestima política, Villagrán era envidiable, por su fidelidad a las ideas y por su disciplina al mismo tiempo, por su cabal consideración de lo que puede ser la amistad política. Lo otro era su optimismo (no sé si viene de la necesaria pulsión positiva de los médicos ante la enfermedad). Villagrán no contemplaba más que la opción favorable, el éxito de la estrategia una vez que se hubiese argumentado y razonado. Si la idea era buena y sólida, vendría a buen término, no contemplaba otra opción. Y pienso además que no era sólo en la política y la medicina que Villagrán fuese así: era una filosofía positiva de la vida entera. Lo que le ha dado fuerza, cuando han venido malas, para su ejemplo de entereza final.

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