Rosario y Málaga, corazón compartido
La Gran Gala de la primera noche de la Feria 2015 fue el escenario de una apasionada Rosario Flores
SILENCIO. El auditorio se llenó de él. No un silencio en el que no se escucha nada, sino uno de esos en los que se espera que suene algo. Entre esa expectación, como un pequeño temblor que precede al terremoto, la banda ocupó sus puestos y entonó una introducción instrumental en la que, casi sin avisar, la leona apareció a través del humo con mirada felina y los pies firmes sobre las tablas. Casi igual que un estallido, como un flash, el concierto ya había comenzado y Rosario Flores estaba allí. Algo más de una hora de paciencia y teloneros, -que estuvieron a la altura- y el arranque fue tan inmediato como esperado.
Las primeras canciones pusieron el listón muy alto. Yo me niego se encargó de dar el arranque. Es uno de los temas más recientes de Rosario y también de los más intensos y movidos. Oye dime luna apareció casi sin que hubiera terminado la anterior, y justo después llegó Mi gato, el himno rumbero de 1992, que todavía levanta las pasiones de quienes lo escuchan. "Gracias Málaga por acompañarme, no me dejéis sola esta noche". Así saludó Flores al público, y continuó con su recital de naturalidad, bailando y llena de desparpajo como tiene acostumbrados a sus seguidores. "Ay mi Málaga de mi alma y de mi corazón. Yo me he criado aquí, muy cerquita, y os llevo en el corazón" confesó la cantante, en la antesala del primer momento íntimo de la noche: Te quiero como un niño sonó como una balada añeja y conocida. Todos supieron que debían acompañar a la cantante, que agradeció el cante del público con un baile lento. Mientras, una de las coristas hizo un solo que arrancó el aplauso de la grada al terminar.
Rosario mostró especial interés en elogiar a la banda que le acompañó, y que lo lleva haciendo "mucho tiempo". Destacó el papel de Fernando Illán, el bajista y "mis pies, mis manos y mi corazón", dijo refiriéndose a la longeva relación que mantienen ambos músicos.
Algo contigo, el bolero de Chico Navarro, sonó con una mezcla entre jazz latino y flamenco, en la que la banda que acompaña a la madrileña demostró su buen gusto y buen hacer, con especial mención al guitarrista solista. Nacho Lesko demostró que con un sonido limpio y transparente se puede llevar la música a otro nivel, aportando el toque jazz a la particular versión de Rosario.
Pasado ya el ecuador del concierto, la energía positiva había electrizado al público, por lo que Rosario cedió un poco de protagonismo a sus dos coristas a las que calificó de "monstruas" interpretando un blues sin letra que dio paso a Cantar a la vida, momento en el que demostró su capacidad todo terreno y la amplitud de su registro, rajando la garganta para darle soul al blues. Con referencias a su abuela y a su madre, la rumba más descarada se apoderó de las caderas de toda la banda -y del público-, en la que el pianista tocó el cajón flamenco mientras intercambiaba miradas cómplices con el encargado de la percusión. Sonó La rumba del bongo, y la fiesta terminó de cuajar.
"Yo no puedo bajarme de los escenarios sin cantar esta canción, porque es un himno de amor y porque la compuso mi hermano. Vamos a cantar por un mundo de amor, fuerte, arriba y al cielo". Los aplausos resonaron bajo las emocionadas palabras de la cantante, que se dispuso a comenzar el momento más sentimental de la noche. Alguna lágrima se escapó entre el público al escuchar No dudaría, sobre todo entre los que tenían más canas. El final de la balada fue la primera despedida: "Gracias, de corazón", dijo antes de abandonar el escenario para volver a solas con su guitarrista y entonar De mil colores, pasando de formato acústico a eléctrico llegando a un fin de fiesta ecléctico. Queremos marcha hizo del auditorio un tablao flamenco para decir adiós.
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