Sombrillas chinas y cabinas telefónicas
Después de 'Telva', la marca 'Beefeater' es la invitada a protagonizar el despliegue publicitario en la calle Larios l Los promotores pueden estar tranquilos: no hay previsto ningún gran éxito deportivo para los próximos días l Pero ¿qué consideraciones cabe hacer al respecto sobre el espacio público?
ESTO me pasa por bocazas. La semana pasada me dio por escribir sobre los bloques publicitarios de Telva en la calle Larios y su agónico final a los pies de los cafres que salieron a celebrar la victoria de España sobre Alemania, y ayer mismo la emblemática vía de la ciudad fue conquistada por el siguiente sponsor en el turno: Beefeater trajo a Málaga su particular invento, que estará operativo hasta el sábado y que consiste en unas cabinas telefónicas desde las que se puede llamar gratuitamente a Londres; los teléfonos, además, suenan cada cinco minutos, y si alguien atiende la llamada le será planteada una pregunta cuya respuesta le reportará pingües beneficios, desde viajes a Londres hasta cursos de idiomas e incluso prácticas en empresas extranjeras. La cosa, llamada Beefeater London Calls, parece tener como objetivo promocionar los encantos londinenses (como si hiciera falta) y de paso recordar al personal las virtudes del lingotazo moderado. Total, que si quería caldo, con la que está cayendo, aquí está mi segunda taza. Ayer, en la inauguración, se montó un sarao de lo más lindo con telefonistas monísimas y figurantes que parecían ir de la Guardia Suiza. No faltaron curiosos ni colas para llamar a Londres, al fin y al cabo quién no tiene un primo en Londres. Desde los cubos de la revista de moda apenas han transcurrido unos días, de manera que aquí la tenemos, la calle Larios, el gran salón de té ganado al tráfico, convertido en un expositor envidiable al alcance del patrocinador más generoso. Ya no son suficientes los coches que compiten con los desfiles y muestras en el Festival de Cine, ni los paseíllos de la baronesa Thyssen, ni tantas exhibiciones a beneficio de las más diversas marcas: exposiciones como la de Rodin hablaban mejor de esta ciudad, aunque, seguramente, este tipo de actividades generan un beneficio (más) inmediato. La calle en la que media Málaga respira se ha convertido no en una milla, sino en una gallina de los huevos de oro. Pero cabe preguntarse, aunque sea tarde, a costa de qué.
Puede considerarse, de nuevo, una determinada intención en este tipo de propuestas, o mejor una manera bastante evidente de pensar la ciudad. Tal y como escribí hace una semana, me cuesta imaginar semejantes despliegues al servicio de empresas privadas en otros enclaves privilegiados de Europa como el Puente de Carlos en Praga, la Puerta de Brandeburgo en Berlín y el Palacio de los Inválidos en París; y si ocurren, son episodios muy, muy puntuales. No faltará quien alegue que estos ejemplos son claramente patrimoniales, pero ¿acaso hay algo en Málaga más patrimonial que la calle Larios? ¿Qué se entiende por patrimonio? ¿No es acaso lo que pertenece a todos, lo que se establece como derecho común a los ciudadanos, más aún, a las personas? Todo depende, al fin, de lo que signifique Málaga y de lo que se quiera a Málaga cuando se toman decisiones como la que aquí atañe. Por mucho que el alcalde se adjudique la transformación de la vía, la calle Larios es potestad de todos y ésta debe seguir siendo la premisa obligada a la hora de intervenir en ella. Y aunque sea difícil acertar con lo que se pone y se quita, la caja rápida no parece lo más indicado si nos atenemos a los estrictos márgenes (¿hay otros?) de la noción de espacio público. Por mucho que ofrezcan llamadas gratuitas a Londres y las cabinas telefónicas despierten la curiosidad más sentimental, lo que los de Beefeater quieren, como corresponde, es que el personal que se acerque termine consumiendo su producto. Y si para ello se les ofrece la primera calle de la ciudad, con los seguro ingentes tributos que tamaña confianza implica, pues adelante. Pero lo más triste es que el malagueño ya andará prevenido, y cada vez que decida visitar la calle Larios irá pensando en lo que le van a vender. Ocurre un poco como la emisión de cine en televisión: la reivindicación por parte de los espectadores de su derecho a ver películas sin cortes publicitarios es histórica y poco a poco ha ido calando (el debate es ahora otro con la renovación profunda del sistema público al respecto, pero sirva igualmente el ejemplo), así que, de la misma forma, quienes amamos la calle Larios, que algunos quedamos, preferimos verla en su integridad, no a trozos.
Todo se reduce al precio. Si usted quiere organizar en la calle Larios un maratón de pintura al aire libre, vaya a preguntar al Ayuntamiento, a ver qué le dicen. Además de ciudadano, oiga, hay que ser contribuyente, y mucho. Una señora de rasgos orientales que paseaba ayer con su sombrilla firme contra el sol no vio nada raro en las cabinas: seguramente pensó que estaban allí de toda la vida. Lo peor es que a lo mejor tenía razón. Ya veremos.
También te puede interesar
Lo último
El parqué
Sesión de máximos
Tribuna Económica
Desdolarización global: el inicio del declive del imperio
Yo te digo mi verdad
Manuel Muñoz Fossati
Vuelve el cristianismo
En tránsito
Eduardo Jordá
Mon petit amour
Contenido ofrecido por Caja Rural Granada