Málaga

Superar las barreras del día a día

  • Tres discapacitadas físicas hacen un recorrido por la Colonia de Santa Inés para mostrar los logros y escollos hacia la accesibilidad

El acto de andar para la gran mayoría es tan mecánico que ni siquiera perciben si han de subir escalones, rebasar contenedores en mitad de la acera, entrar por puertas estrechas o subir a autobuses sin rampa. Pero para los que viven la ciudad sobre una silla de ruedas, son obstáculos insalvables en un camino ya de por sí difícil. María José Román, Angustias Ruiz y Zósima Burgos son vecinas del barrio de la Colonia de Santa Inés. Ellas se han convertido en reivindicadoras de una Málaga más accesible. Salvar las barreras del día a día es su principal cometido.

Las tres pertenecen a la asociación de discapacitados físicos Amfai. Aunque antes se podían valer con muletas, sus brazos ya no responden tras años de esfuerzo y tuvieron que recurrir a la silla. Las tres son víctimas de la epidemia de polio de los años 50 y llevan décadas encarando su situación con la mayor normalidad posible. Sin embargo, no todos se lo han puesto fácil. Hace no tanto tiempo su barriada las condenaba a transitar por las calzadas, a tener que hacer trayectos larguísimos para cruzar una calle o a esperar más de una hora a que pasara un autobús con la rampa operativa.

Pero la cosa está cambiando y las barreras arquitectónicas en la Colonia de Santa Inés desaparecen poco a poco del mapa. Tienen contacto directo con el concejal de Accesibilidad, Raúl López, que también ha paseado en varias ocasiones por la zona para controlar sus puntos negros y poder eliminarlos. Siempre vigilantes, cuando se encuentran con una dificultad sacan su cámara y envían al Ayuntamiento su queja. Para empezar un recorrido con ellas han elegido el centro de salud Teatinos. Allí muestran un paso de peatones con el pertinente rebaje que han conseguido más de dos años después de que el ambulatorio se inaugurase. Se congratulan de este logro -antes tenían que entrar por un garaje- pero señalan que en dos de las aceras de acceso a dicho centro los contenedores de basura cortan su paso.

También van a tener un encuentro con la delegada de Salud porque el ambulatorio no tiene puertas automáticas que les permitan una fácil entrada ni camillas regulables. "Tuve un herpes en la pierna y como no me lo podían ver ni curar en la silla, vinieron a mi casa para atenderme", asegura Zósima. "No te puedes ni hacer una simple citología, porque no hay celadores ni nadie que te pueda subir a esas camillas", afirman las compañeras.

Pero si dejan atrás el centro de salud y continúan su recorrido dicen que ellas "pueden llorar con un ojo" porque se han hecho muchas mejoras, sobre todo, desde que se creó el Área de Accesibilidad. Y, aunque hay demandas que han tenido que esperar hasta un año para ver cumplidas, los conflictos más graves han encontrado solución. Angustias asegura que todos los días "hacemos la ruta del bordillo" y aún encuentran trabas cuando ya hay leyes que las deberían haber eliminado por completo.

En una de las calles antiguas del barrio, subiendo hacia Navarro Ledesma, las aceras son tan estrechas que han de ir por la carretera. Ya en la calle principal, se paran en la puerta de la panadería. Ésta tiene un escalón mínimo, de unos centímetros, pero lo suficiente para que les impida la entrada. María José y Angustias piden el pan desde la puerta y la amable empleada las despacha en mitad de la calle. "Los comercios en general están fatal, muchos son antiguos y casi todos tienen escalones", aseguran Zósima, Angustias y María José. Y cuentan que una carnicería recién abierta ha pasado seis o siete meses sin instalar la rampa a pesar de la demanda de sus clientes.

Zósima trabaja en una mercería del barrio y tiene instalada una de madera. Cuando sus amigas van a la peluquería que se encuentra junto a ésta, le tienen que pedir el soporte para poder acceder a ella. También entidades bancarias como Cajamar, cuentan con un pequeño escalón a la entrada. "Nos quedamos en la puerta y tenemos que esperar a que nos vean para que nos atiendan en la calle, cuando ponen el aire acondicionado y cierran todo, tenemos que esperar a que alguien entre o salga", señalan las tres mujeres.

Lo malo es que esto se repite en otros barrios, en el centro de la capital, en grandes superficies. "En las cafeterías y restaurantes, los baños para minusválidos, como son más amplios, los utilizan de almacén", dice María José. También ocurre esto en los probadores de las tiendas de ropa. Pero si hablamos de paradas de autobús, la línea 23 tiene una frente a la laguna que no está preparada como el resto y si hay coches aparcados no pueden activar la rampa. Y si estas vecinas mencionan uno de los mayores atractivos del barrio, su laguna, se quejan de que no pueden acceder a ella. Hay puertas con escaleras y las que no las tienen no cuentan con una acera preparada.

En esta zona una veintena de personas se ve obligadas a usar sillas de ruedas como Zósima, Angustias y María José que tienen otra gran reclamación pendiente. "En la provincia no tenemos residencias especializadas para personas con discapacidad y la gente con 50 años se tiene que ir a un geriátrico", comentan. Amfai se fundó con el propósito de lograr ese objetivo y su lucha continuará hasta ver una casa-hogar que les de cobijo.

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