Territorio El Palo

Pulso a un barrio

Condicionado por su naturaleza periférica y su propia ‘leyenda negra’, lucha por reafirmarse como enclave obrero y multicultural.

Territorio El Palo
Territorio El Palo
P. Bujalance · V. R. Bayona Málaga

27 de marzo 2016 - 01:00

En unas jardineras que salen al paso junto al mercado dos hombres mantienen instalado un mercadillo con libros de segunda mano, en el que también puede encontrarse una jaula y diversos útiles domésticos. Una mujer detiene su carrito de la compra y se pone a hojear unas novelas infantiles mientras, casi a su espalda, un joven subsahariano mantiene una larga conversación con el móvil apoyado a la entrada de una farmacia. Este Sábado Santo ha traído consigo un veranillo adelantado y en el trasiego abundan las prendas ligeras y las mangas cortas: aquí, en esta promesa del estío, El Palo se reconoce a sí mismo. Es mediodía y en los puestos del mercado todavía se cantan las excelencias de los productos, aunque el barrio parece más barrio a su espalda, en la calle Miguel Moya, el surco peatonal en el que una peluquería atestada anuncia tintes a 5 euros. La actividad comercial se traslada al aire libre: una gitana vende espárragos bien suculentos, como para abastecer de tortillas a toda la Costa del Sol, y el bien conocido puesto de golosinas y caramelos recibe a su acostumbrada clientela. Las fruterías que se han multiplicado en los últimos años hacen también de la jornada, anclada sin misericordia entre dos festivos, su particular agosto. Y entre quienes buscan plátanos, ciruelas y verduras se mezclan gentes de todos los orígenes: mujeres con hiyab, parejas que discuten con sonoro acento centroamericano, africanos altos y sonrientes y hasta algún turista japonés que ha llegado hasta aquí haciendo fotos. Pasadas las Cuatro Esquinas, junto a la calle Real, una pintada sobre un muro encalado que reza El Palo con Limasa recuerda la índole reivindicativa y socialmente activa vinculada tradicionalmente al barrio, poderoso caldo de cultivo para los votos de IU en la capital. Y un tanto más allá, conforme se avanza por la Carretera de Almería en dirección Este, los abuelos se reúnen a discutir de política, de cocina y de lo que haga falta sentados en los bancos cercanos al campo Nuevo San Ignacio, donde el recientemente apuñalamiento de Samuel Galán, jugador del filial del Alhaurín de la Torre, ha vuelto a llevar al enclave a una posición incómoda. Pero esta no es la primera vez que El Palo lucha por sobreponerse a su propia leyenda negra, tal y como dejaron bien claro los vecinos que tras el suceso salieron a manifestarse para reclamar más deporte y menos violencia. Atravesada la Avenida Salvador Allende acontece el mar al fin, pleno y radiante, como exento de tales negruras. Pero aunque la temperatura acompaña, el viento desluce el solaz de los potenciales bañistas.

El Palo debe su nombre al término latino palus, que podemos traducir como marisma. De hecho, tal y como apunta un informe del Ministerio de Fomento de 2001, la morfología de las diversas fincas existentes antes de la Reconquista de 1487, dispersas en torno a numerosas lagunas, marcó a fuego el destino de la zona desde sus orígenes. Asentamiento fenicio primero y romano después antes de la dominación árabe, la extensión fue sufriendo una paulatina pero continua despoblación a lo largo de los siglos, hasta que en el XIX se instalaron aquí diversas familias procedentes de otras poblaciones afectadas por la sequía. La pesca y la agricultura se convirtieron en las principales actividades económicas, aunque la desconexión con el resto de la ciudad dificultó enormemente el desarrollo del área, un problema que el tranvía vino a solucionar en el siglo XX sólo de manera muy parcial. Posteriormente se pusieron en marcha otras iniciativas para reducir el aislamiento de El Palo, nunca con demasiada fortuna: ya en 1940 Franco quiso resarcir un tanto el entorno de la Carretera de Almería del brutal castigo infligido en la Guerra Civil con la construcción de las llamadas casas ultrabaratas, medida calcada de las casas baratas que Alfonso XIII mandó levantar en Ciudad Jardín durante los años 20 y dirigida a la población en mayor riesgo de exclusión que entonces se agrupaba en chabolas aunque con bastante menos éxito (al contrario de las de Ciudad Jardín, fueron derruidas). La forja humilde se mantuvo así en el barrio, no sin trances conflictivos. En las últimos décadas El Palo se ha convertido además en un nudo de amplia naturaleza multicultural y un ejemplo notable de integración, con numerosas organizaciones sociales y vecinales implicadas en la convivencia; la naturaleza periférica de la zona, sin embargo, obliga a hacer esfuerzos extra.

La acepción humilde y el aislamiento terminaron forjando, de manera un tanto inevitable, una leyenda negra respecto a El Palo contra la que los vecinos trabajan para ofrecer una imagen muy distinta, si bien es en este siglo cuando el lado más oscuro de la historia ha incorporado a sus agentes más sonoros. Fue en 2000 cuando Rafael Fernández Reyes, más conocido como El Cachulo, mató cuando aún era menor de edad a un hombre de 33 años con ocho cuchilladas. En 2009, después de una condena a ocho años en un centro para menores que no llegó a cumplir en su totalidad, el mismo Cachulo recibió un disparo de escopeta en el área paleña conocida como Las Cuevas, una de las más peligrosas del barrio, que a punto estuvo de acabar con su vida. Dos hermanos de Fernández Reyes fueron condenados además a 121 años de cárcel por un doble crimen cometido en Pedregalejo en 1999 a cuenta del control de determinados bares de copas de Málaga. También ha dado no pocos titulares el llamado clan de los Aranda, implicado en el narcotráfico y el blanqueo de dinero, cuyos cabecillas fueron detenidos en 2007, en una operación en la que también terminaron bajo arresto un director de banco y varios empresarios farmacéuticos. Para el anecdotario queda en este repaso la figura de Erik El Belga, uno de los mayores ladrones de arte del último siglo en todo el mundo y vecino muy popular en El Palo. Ahora, el apuñalamiento de Samuel Galán se incorpora al capítulo menos deseable de la historia de El Palo, una desgracia mayor por cuanto afecta a uno de los ejes de la identidad del barrio: el fútbol.

Además de los hitos que ha podido contar en los últimos años el CD El Palo, que ha militado dos temporadas en Segunda B, el antiguo San Ignacio es celebrado aún como fábrica incombustible de talentos del calibre de Basti, Portillo y Carlos Aranda, que jugó en el Real Madrid, el Sevilla, el Zaragoza y el Granada (y quien, sin embargo, como para añadir más leña al fuego, fue detenido el año pasado en Málaga tras una reyerta a las puertas de una discoteca en la Plaza de Uncibay). Preguntado al respecto, otro futbolista criado aquí, Raúl Gaitán, lamenta el último suceso que ha terminado con dos jugadores del filial de El Palo en prisión por un presunto delito de asesinato en grado de tentativa: "Nunca ha pasado nada tan grave como esto, pero espero que no manche la cantera de futbolistas ni a la buena gente de la barriada. El Palo ha cambiado mucho desde mi infancia: antes sólo pensabámos en estar en la calle con un balón y cuatro piedras para hacer las porterías y era todo jugar, jugar y jugar. Eso, hoy por hoy, no se hace, ni en El Palo ni en ningún otro lado. Yo estoy encantado de haberme criado aquí, de haber jugado en El Palo y de ser paleño". Apunta Gaitán un matiz interesante: "La gente de El Palo tiene su cosilla diferente, su guasa, como yo digo. Debe ser por el carácter, que es algo que se percibe en el fútbol. El futbolista paleño se caracteriza por el ímpetu, pero es que la barriada lo da". Y añade: "El Palo siempre ha sido como un pueblo. Antes tu puerta estaba abierta, entraba el vecino a coger una herramienta, un tornillo, sal, lo que fuera. En pocos sitios se podía se podía vivir con esa tranquilidad con la que vivíamos allí. Pero lo bonito y lo bueno se nos va, se pierden esas costumbres".

Esta noción independiente, como de municipio aparte, unida a esa posible fortaleza del carácter, todavía es abundante entre los vecinos. Como recuerda el profesor de la Facultad de Ciencias de la Comunicación de la Universidad de Málaga Francisco Paniagua, nacido en los antiguos corralones del barrio, "todavía seguimos diciendo 'vamos a Málaga' cuando vamos al centro". Y es que El Palo es "un barrio con su filosofía propia; el carácter de la gente es casi como el de un pueblo que en muchas cosas se ha ido modernizando pero en otras cosas sigue siendo igual". Esta impresión obedece a un aislamiento urbanístico esencial para el que los diferentes PGOU no han sabido encontrar remedio, pero, más allá de las dificultades geográficas, habría que preguntarse si esta (a menudo) escasa identificación con Málaga responde a un desapego por parte de El Palo hacia el resto de la ciudad (como por lo general se sostiene) o ha sido Málaga la que quizá no ha sabido (o no ha querido) hacer de El Palo una cuestión propia, dejados a un lado los populares restaurantes y marisquerías a las que acuden malagueños y turistas de todas las latitudes. Algunos elementos y equipamientos esenciales tuvieron su última implantación malagueña en El Palo: Paniagua señala que el barrio no se asfaltó hasta mediados de los 80, y que "hasta que no embovedaron el arroyo, no podíamos ir al colegio cuando llovía. Incluso una vez recuerdo cómo entraban las olas al colegio". Pero las carencias en cuanto a servicios municipales son todavía notables. El mismo Paniagua echa en falta más zonas verdes, una verdadera asignatura pendiente en una extensión de tan alta densidad de población; y lo mismo podríamos decir de áreas de juegos infantiles, claramente insuficientes, así como de equipamientos sanitarios: la reivindicación de la Asociación de Vecinos para la construcción de un centro hospitalario es ya histórica.

En el listado de cuentas pendientes, el asunto cultural es especialmente doloroso. El presidente del Ateneo de Málaga, Diego Rodríguez, que también es vecino del barrio, afirma que El Palo "está necesitado urgentemente de espacios culturales que puedan ofrecer a los ciudadanos una programación digna en cuanto a música y teatro, por ejemplo. Los espacios culturales son prácticamente inexistentes y no ocurre lo mismo en otros distritos. Ojalá que el antiguo cine Lope de Vega se convirtiese en un espacio cultural importante. En el Palo haría falta una especie de Ateneo de El Palo, una extensión del Ateneo. Con todo lo que significa esa palabra: una oferta diversificada de la cultura". Rodríguez subraya igualmente que a este lado de la ciudad "hay un potencial cultural muy importante y hay grupos con inquietudes a los que les falta espacios donde desarrollar sus iniciativas", lo que vendría a justificar más equipamientos en este sentido. De ello da cuenta el director teatral José Antonio Triguero, que fundó a mediados de los 80 la Asociación Juvenl Mirapalo y la compañía del mismo nombre: "Siempre que hemos hecho algo en El Palo, la respuesta ha sido brutal. Cualquier cosa a nivel cultural que realices tiene una respuesta inmediata". Si en sus inicios Mirapalo trabajó el estímulo de actividades artísticas, su vocación es actualmente más vecinal, "orientada al encuentro con la gente, porque poco a poco esto se va perdiendo". La vida aquí, dicen los paleños, es amable. El resto es cuestión de futuro.

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