Málaga

Tonto el último o invocación del octavo pasajero

  • La Feria llega hoy a su fin pero, mientras tanto, el Centro volvió a acoger ayer una jornada a tope con todos los contrastes a flor de piel

  • Respecto a lo adornarse la cabeza, cada uno se pone ahí arriba lo que considera oportuno, claro

Allá por 1975, el escritor y cineasta chileno Alejandro Jodorowsky, quien años antes había fundado en París el movimiento Pánico con Roland Topor y Fernando Arrabal, decidió sacar adelante la que iba a ser la película más cara de la historia. Se trataba de la adaptación de Dune, la novela de ciencia-ficción de Frank Herbert ambientada en un planeta desértico sobre un imperio galáctico. Para el reparto, Jodorowsky comprometió nada menos que a Mick Jagger, Orson Welles y, atención, Salvador Dalí, quien habría de encarnar al Emperador. La música correría a cargo de Pink Floyd y la dirección artística quedaría en manos del dibujante francés de cómics Jean Giraud, más conocido como Moebius. Jodorowsky mostró especial empeño en la participación de Dalí, pero el pintor puso como premisa una exigencia innegociable: para trabajar en Dune, debía hacerlo como el actor mejor pagado del mundo. Aquello significó un revés para la producción, pero el director del filme encontró una solución reduciendo al mínimo indispensable los días de rodaje y la presencia en el metraje de Salvador Dalí (cuando en 1978 Marlon Brando puso la misma condición para Superman, la medida adoptada fue también idéntica: dejar en el guion únicamente sus escenas elementales). Eso sí, el genio del surrealismo siguió de cerca el proceso creativo de la película y prestó sus consejos al equipo artístico, sin limitarse a su tarea interpretativa. En una ocasión conversó con H. R. Giger, un entonces joven escultor suizo al que Jodorowsky había contratado para que ayudara a Moebius con los figurines y el diseño de los personajes. Dalí observó sus bocetos y, ni corto ni perezoso, le sugirió que incluyera entre las criaturas del planeta Arrakis a hombres con enormes penes en la cabeza. Para el pintor, esta imagen significaba la cima del surrealismo; y qué mejor lugar que un planeta lejano para hacerla realidad. Giger obedeció al artista catalán, pero no sirvió de mucho: Jodorowsky no encontró a un solo inversor para su proyecto, que se fue al traste antes del rodaje y que al menos se ganó la leyenda de ser la película más cara jamás rodada. David Lynch adaptó finalmente Dune en 1984 y actualmente el cineasta Denis Villeneuve prepara su versión, cuyo estreno en dos partes está previsto para 2020. Jodorowsky dejó para siempre el cine, aunque pudo consolarse emprendiendo una fructífera carrera como guionista de cómics junto a Moebius. En cuanto a H. R. Giger, cuando en 1978 Ridley Scott le encargó el diseño de la criatura alienígena que iba a protagonizar su próxima película, Alien, el octavo pasajero, decidió sacar del cajón los bocetos de aquellos hombres con enormes miembros viriles en la cabeza que había dibujado por recomendación de Dalí; y, si se fijan bien, la enorme y alargada cabeza del monstruo tiene justo la forma de eso mismo en posición erecta. ¿Por qué les cuento esto? Porque ayer pasaban ocho jovencitas por la calle Santa Lucía en plena despedida de soltera, uniformadas con camisetas cuyo lema, también unitario, rezaba ¿Nos agarramos un pedo? y todas ellas llevaban, exacto, enormes y vistosos penes de gomaespuma en sus cabezas. Es decir, el sueño surrealista de Dalí, la más perfecta representación del inconsciente, encontró su hábitat natural en la Feria de Málaga. ¿Dónde si no, acaso?

Lo curioso es que antes de llegar a la calle Granada, las presuntas se cruzaron con una familia de origen árabe. El padre se paseaba tan pancho, con sus bermudas y sus chanclas, sin perder detalle de lo que pasaba en su teléfono móvil. La madre caminaba diez pasos atrás con su hiyab, su embarazo de por los menos ocho meses, un niño en una mano y una niña en la otra. La mujer miraba fijamente al suelo, tal vez porque prefería no asistir al espectáculo genital de las uniformadas, tal vez porque en el fondo no había nada mejor que mirar. Semejante contraste resultaba altamente representativo de una Feria del Centro que hoy llega a su fin y que ha coincidido con la llegada de muchos turistas procedentes de países árabes en los que las manifestaciones públicas sobre la sexualidad pueden llegar a ser una cuestión delicada; a modo de contrapunto definitivo, la fiesta mayor de Málaga es cada vez más explícita en cuestiones cachondas, por lo que no sería ni mucho descabellado hablar de choque de civilizaciones al imaginar a jordanos o saudíes de visita para conocer el Museo Picasso metidos en una plaza cualquiera a rebosar y en la que elementos como los penes de gomaespuma y las muñecas hinchables no son precisamente extraños. Si los situacionistas del Mayo del 68 hubieran sabido que la desinhibición iba a llegar a tales niveles en una ciudad como Málaga, habrían dado seguro como buena la jugada. Desde luego, tampoco las cuatro cuarentonas ya borrachas como cubas que decidieron emplear ayer los andamios de la calle Especerías a modo de barras de striptease parecían acusar en la conciencia el peso del patriarcado ni de la formación religiosa catequética española. Muy cerquita, en la plaza de Camas, un tipo con pantalón corto verde, camisa arremengada y mocasines marrones, con melena engominada y acento de Las Rozas, afirmaba así de tajante cuando aún eran las dos de la tarde: "Esta noche, la que no corra más que yo se puede dar por follada". Habría estado bien comprobar si luego fue tan valiente, aunque quienes ponen en duda iniciativas como los puntos violeta del No es no deberían pensárselo dos veces. Como fuere, la Feria contó ayer la víspera de su último día y el centro registró otra jornada de aúpa con las calles llenas, el concurrido y habitual desfile de tradiciones feriantes en torno a la calle Larios hasta las 18:00 y el despiporre beodo y recalcitrante entre Uncibay, La Merced y el Teatro Cervantes hasta vaya usted a saber qué hora. Una vecina de la calle Frailes comentaba resignada que ya no recordaba la última vez que abrió la puerta de su casa sin encontrarse restos de orina, vómitos o algo peor. Que el baldeo diario de Limasa no era suficiente. Por no hablar de los cristales rotos. Lo único razonable que se le podía decir era ya falta menos, además de admitir que vivir en el centro exige cualidades heróicas, en el caso de que no se opte por el exilio, cuando de la Feria de Málaga se trata.

En cualquier caso, el calendario prodiga este año jornada festiva el lunes de después y, por tanto, un día añadido a la fiesta para hoy domingo. Lo que no logró consolidar en su día el Ayuntamiento lo han conseguido el sistema de distribución del tiempo y el santoral católico. Y no está mal que así sea, aunque parece que los consumidores tampoco están satisfechos con este modelo de Feria: habrá que ver qué piensan cuando sean los hosteleros los que agarren la sarten por el mango. Ayer, los tres ases descamisados que no sabían que jugaba el Málaga y que iban dando tumbos en la calle Salinas pedían ya una última resaca a gritos, pero no, hoy toca nueva ración de desmadre. Ya puestos, podía ser Feria todo el año. Tonto el último.

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