Vecinitas

Hoy ha sonado un ring por la tarde cuando estaba echado en la cama, pero con un sonido al que no estoy acostumbrado, creo que es el de la puertaRezo porque sea el cartero, los del gas que se han colado o las 'hare crisna' si quieren, pero no mi vecino con inquietantes intenciones. Miro por la mirilla. Es una chicaHolaaaaaa, saludo con voz grave, capaz de hacer temblar los pilares del edificio. Perdona, es que tengo un problema. Cuántas veces no se habrá escuchado esto...

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Vecinitas

SOY tan, tan hot, un sexy singular, un sexy regional, oh, oh, oh, ven a mí". No aconsejo llamar al telefonillo de mi pisito. Se queda pillao y forma un circo en el bloque que despierta hasta las piedras. Sobre todo, a la hora de la siesta. Si a eso sumamos un despertador que lustra mi mesita de noche desde hace nueve años y sobre el que ignoro qué tengo que hacer para que no suene cuando a él le dé la gana, podemos llegar a concluir que soy uno de los residentes más populares del barrio.

Llevo un año para que me arreglen el telefonillo, pero no hay manera, y odio a todos y cada uno de los niños que tienen la gracia de tocar el timbre y echar a correr. "Niños, que el mío se queda pillao", les chilla desde la ventana el presidente del club de fans de Herodes. Toca vestirse y bajar con destornillador y cara de pocos amigos. Hoy de repente, ha sonado un ring por la tarde cuando estaba echado en la cama, pero con un sonido al que no estoy acostumbrado. Creo que es el de la puerta.

Sólo espero que no sea mi vecino albano-kosovar, con dos metros y medio, pinta de militar aún en el ejército serbio y único ocupante del edificio junto a mi persona. Rezo porque sea el cartero, los del gas que se han colado, o los hare crisna si quieren, pero no mi vecino con inquietantes intenciones. Miro por la mirilla. Es una chica.

Abro sin reparar en mi atuendo. Pijama de ositos de pantalón, soy un clásico hasta en verano, y camiseta interior de tirantas de ésas de albañil. "Hola, soy tu nueva vecina de abajo".

Entonces, como un profesional del agasaje ante una asustada corderilla, salta en mí ese resorte de conquistador nacío para amar, una postura arrebatadora, suavemente apoyado sobre la puerta, esos ojos entornados y cejas fruncidas al estilo Noriega, con esa música que suena de hilo musical como banda sonora "I'm too sexy for my love, too sexy for my love, love, love, love's going to leave".

"Holaaaaa", saludo con voz grave, capaz de hacer temblar los pilares del edificio. "Perdona por molestarte, es que tengo un problema". Cuántas veces esa frase no habrá sido el inicio de un guión de película, sí, sobre todo en ésas.

"Cuéntameeee", invito desde la puerta, sonando más dulce que un postre de chocolate con nata y carameeeelo.

Como bien viene recogido en el currículum de playboy de barrio, la ayuda a la vecina es una asignatura fundamental. Eso si está buena, claro. Si no, buenas tardes y saludo en la panadería, si eso. Casi tres años estuve con una, ¿para qué ir más lejos?, y antes de mudarme aquí, perdí un tren por intentar abrir una puerta en plan Macgiver con una tarjeta de crédito. Las llaves se le habían quedado dentro. Era madre soltera y necesitaba de un macho, aunque sólo pudo tocar al timbre de un niñatillo que, al menos, puso todo de su parte.

"¿Tienes las llaves de los contadores de la luz?", dice mi vecina imperturbable y, al pronunciar la frase, como en las series malas, se escucha un sonido a disco rayado. Ohhhhh, no viene a pedir azúcar o un limón, la excusa perfecta.

La chica dice que su primera factura supera los 250 euros y el dueño pasa de ella, por lo que ha decidido pagarlos para poder ver la tele. "Ehhhh, no", contesto mientras mando un mensaje a mi cerebro. Operación: desactivamos lanzamiento de los virus del amorrrrrr.

Ya como una persona normal, le aconsejo que reclame a Sevillana y le insista a su propietario, que cómo va a comerse un marrón así. La chica está desconsolada y las luces de neón chillan que necesita de un abrazo pero, ojo, buitre no come alpiste.

"Lo siento, ¿puedo hacer algo más por ti?", escucha con un tono neutro y sin ningún tipo de invitación al afecto. "No, gracias". "Suerte". Cierro la puerta y vuelvo a mis quehaceres. Aún me puedo echar otros veinte minutillos.

"Demasiado mujerona pa mi gusto", pienso para encontrar una explicación a cómo, con semejante pose, ha podido salir indemne de mis virus, para los que aún no se ha inventado vacuna.

Reparo en un lamparón de natillas en la camiseta y que me falta un botón en la portañuela del pijama. Necesito hilo y una aguja. Y ensayar más.

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