Donde acampa la lentitud
La vida es en este barrio del extremo occidental de la ciudad una cuestión de costumbre, en la que hasta los cambios más aparatosos terminan asimilados por el paisaje y en la que el elemento decisivo es el humano
Avenida de los Guindos, frente al Centro Cívico. Dos hombres entrados en edad comparten cerveza y aceitunas a una hora impropia, en la que la mayor parte de la civilización apura el café del desayuno, más aún siendo sábado. La prensa se revela implacable en la barra: el paro asciende en España hasta los cinco millones de desempleados en España y los 238.000 en Málaga. El comentario se impone, urgente. Uno de ellos, que viste una impecable camisa a rayas y luce un piloso bigote que casi lo convierte en figurante, decide tomárselo por el lado bueno: "Antonio, menos mal que ya estamos jubilados". Y el cómplice, que ha dejado apoyado en un taburete su bastón y un sombrero pinturero y despide aroma a Floïd a kilómetros, ejerce su derecho a réplica: "No, hombre, no. Nosotros ya estamos jubilados, pero a ver quién nos va a pagar las pensiones. Esto no puede seguir así. La gente tiene que trabajar". El primero decide calentar el asunto: "Ya, pero es que la gente no tiene gana de trabajar. En mis tiempos la gente se iba a Alemania, a América, donde hiciera falta. Pero ve tú a uno de esos niñatos que están en la calle y dile que se vaya a Alemania a trabajar en un taller". El del afeitado depurado no se queda atrás: "Que ya se van, hombre, ya se están yendo las criaturas a Alemania. Pero es que en Alemania no hay trabajo tampoco, ni en América, ni en ninguna parte. Eso es lo malo de ahora, que antes te podías ir, pero ahora ¿a dónde vas?" Todo esto, escrito así, parece ir muy deprisa, pero nada más lejos de la realidad. Cuando los dos amigos decidieron entrar en política y meter las manos a los nombres propios, ya llevaban un buen rato repartiendo culpas. El tiempo, en aquel ambiente no precisamente luminoso, con las sillas aún subidas a las mesas, transcurría como un cuerpo laxo y lánguido. Fuera, muy cerquita, en la avenida Sor Teresa Prat, los vecinos dan con sus pitufos y tostadas en las terrazas dispuestas bajo las arboledas, mientras el hermoso sol de otoño se filtra entre las ramas. La lluvia reciente ha limpiado la atmósfera y algo húmedo se conserva en el éter, mientras en la calzada resisten algunos charcos. Seguramente aquí, en Los Guindos, el agua tarda más tiempo en secarse que en otros barrios de Málaga, pero es que al visitante le bastan unos minutos de olisqueo impertinente para advertir que sí, que en este barrio todo transcurre de manera notablemente más lenta. Claro, más lenta que dónde, podría preguntar el lector. Que en el centro, seguro. Y que en no pocos barrios, también. Más aún en sábado, cuando las aceras apenas comienzan a ser tomadas por niños en bicicleta, padres en atuendo chandalero de día libre y abuelos vestidos de rutina. Pero también de lunes a viernes, por más que el traslado de la sede de la Diputación a la calle Pacífico haya multiplicado la refriega, al menos en apariencia. Uno ve el enorme edificio plantado en toda su estática dimensión, aislado y aséptico, y parece que ha estado ahí siempre. Una vecina que pasea a su nieto en una inglesina flamante digna de la posguerra y de acompañante con chistera confirma la apreciación: "Pues la verdad es que al principio había mucho jaleo, pero ya se nota menos. Viene mucha gente pero se va enseguida". Seguramente, es el aire residencial el que imprime al paisaje esta connotación de calma, de tránsito mecido. En esto, la misma Diputación y el Centro Cívico ejercen de frontera: a un lado, en las proximidades del Parque del Oeste, abundan las jardineras, los restaurantes, los bancos para sentarse, las urbanizaciones modernas o convenientemente restauradas, las fachadas limpias a excepción de algunas paredes que no han escapado de la implacable dedicación de graffiteros y pintamonas; al otro, en los lindes de la Térmica, el barrio mantiene su agrio regusto industrial, sus aceras maltratadas, algunas papeleras quemadas, enormes cocheras que parecen cerradas desde hace siglos y mucha más suciedad en las aceras. En una y otra orilla, sin embargo, el tiempo se mantiene tan quieto como el mar, hoy tan sereno, al que conducen.
La actual configuración de Los Guindos nació a finales de los 70, cuando los suelos consagrados a las antiguas industrias metalúrgicas quedaron a disposición del municipio y se optó por la construcción de viviendas. Los años más duros del desarrollismo brutal habían quedado atrás y se pudo aplicar un modelo urbanístico mucho más racional, con más zonas comunes y áreas consagradas al esparcimiento vecinal, pero la idea no llegó a materializarse en su plenitud hasta que se inauguró el Parque del Oeste. En los últimos años, Los Guindos han mejorado en seguridad y servicios y eso lo ha convertido en un barrio de ocio, con una oferta gastronómica amplia, bares y locales para los gustos más variados y usuarios que acuden casa fin de semana de los más diversos enclaves de la capital. No obstante, son muchos los elementos del pasado que aún perduran: el Centro Cívico mantiene su perfil continental y decadente, con sus historias de hambrunas y niños desahuciados y otras más recientes que hablan de fantasmas y rodajes cinematográficos. En el otro extremo del barrio, el Pabellón deportivo recibe a la futura cantera del Unicaja con religiosa devoción: solos, en pandilla o llevados por sus padres, los infantes acuden en esta mañana de sábado de manera masiva a sudar las camisetas verdes que ya llevan puestas mientras desde fuera se escucha el rechinar de las zapatillas en el parqué. El baloncesto se respira aquí como una seña de identidad especial y es además un agente decisivo en las relaciones humanas: en casi todas las casas del barrio vive alguien que forma parte de la familia del basket malagueño, lo que une no sólo a los protagonistas, también a sus progenitores, cómplices y amigos. Muy cerca, por cierto, tuvo su casa la primera tetería de Málaga, Trotamundos, un pequeño habitáculo repleto de aromas en la que se daban cita cantautores, rapsodas y gafapastas de la más diversa calaña y que cerró hace algunos años. Aquel local era el reflejo de la importante población universitaria que hasta hace una década residía en Los Guindos y que posteriormente fue absorbida por el desarrollo de Teatinos. Todo, sin embargo, formaba y forma parte de la rutina más escrupulosa. Cualquier cosa sucede aquí sin provocar ruido innecesario. Y parece que funciona.
Las sensaciones se multiplican en Las Pirámides. ¿Un centro residencial y exclusivo aquí? Más o menos. Alguien lo soñó así una vez. Como la playa, un remanso silente en este otoño que durará siempre.
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