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El Prisma

El estado del alcalde

  • De Francisco de la Torre se pueden enumerar muchos defectos y errores. Sus dudas, su 'habilidad' para confeccionar equipos, su terquedad con determinados proyectos... ¿Pero que no se patee los barrios?

AUNQUE a veces no lo parezca, Francisco de la Torre también es humano. Puede que se trate de una persona poco expresiva, rígida, y que su pasión -todo hombre tiene una, como nos recuerda aquella escena de El secreto de sus ojos- sea tan rara como que le apasiona ser alcalde de Málaga. Pasarse horas, y horas en el despacho bajo montañas de papel. Estrechar manos hasta el punto de que habría que revisarle los dedos para comprobar si se le han borrado las huellas digitales. Acudir a prácticamente todos los actos a los que le invitan, dándose situaciones de chiste como la de tomar el primer plato en un sitio, el segundo en otro y el postre en un tercero. Llamar por su nombre a los vecinos que le jalean o increpan. Saberse al dedillo, como la lista de los reyes godos, el callejero de la ciudad, los contenedores, los kilómetros baldeados y todo tipo de datos absurdos que en realidad no valen las neuronas que ocupan. Como humano, aunque raro, que es, el regidor se equivoca. Y mucho, porque toma muchas decisiones. Bueno, en realidad más que tomarlas se las piensa, porque uno de sus grandes defectos es la duda, postergar decisiones, la parálisis por el análisis. Aunque hay quien sostiene que en realidad De la Torre no duda. Simula que se piensa las cosas y las discute y negocia, pero para acabar imponiendo su idea original a su interlocutor por agotamiento. Por K.O. Uno es un concejal llamado Manuel, acude al despacho del alcalde a proponerle una visión distinta de un proyecto y sale de allí convencido de que su nombre es Pedro José.

Al regidor también se le reprocha su terquedad. Cuando se encabezona con algo, como ocurrió con el maldito Museo de las Gemas, no hay quien se lo saque de la sesera. Algo similar pasó con la manzana del Astoria, con la cutrez de obra de La Merced, con ese horror impropio que es el tercer carril en el Paseo de los Curas -sigue siendo una aberración que Málaga carezca de un carril-bici litoral por la manía de su alcalde y sus asesores por el asfalto y los coches-. Y así con muchos temas, como la cabezonería de que el Metro irá soterrado o no irá o su pelea actual con la Policía Local.

De la Torre se ha gastado el dineral que no tenía el Ayuntamiento en muchos proyectos tan absurdos como innecesarios. La sede de la Gerencia de Urbanismo, Tabacalera y el Astoria, suman cien millones, dinero que hoy echa en falta la ciudad para muchas cosas. El regidor presume de que en la última década el Consistorio ha invertido 2.000 millones. Dónde los ha invertido, porque no se ven por ninguna parte, es otra cuestión. Su política cultural de mini-museos de la señorita Pepis también es reprochable. Y su gusto a la hora de confeccionar equipos, francamente cuestionable. Sus gobiernos han contado y siguen contando con buenos concejales, pero lamentablemente han sido minoría frente a los mediocres. Aunque, desgraciadamente, ese es un reparo que se puede hacer también al Consejo de Gobierno de la Junta o al de Ministros. Del alcalde se podrían seguir enumerando muchos defectos, pero a nadie se le ocurriría afearle que no se patea las calles y los barrios. A nadie, salvo a la portavoz socialista, María Gámez, que en el Debate sobre el Estado de la Ciudad se sacó de la manga la ocurrencia de que debería viajar menos a Nueva York y más a Nueva Málaga. No sólo se trata de la crítica más absurda que se le puede hacer al munícipe, que lleva 12 años pisando la calle más que todo el grupo municipal del PSOE junto. Además se trata de todo lo contrario. Ojalá De la Torre hubiera viajado más -ojo, no a tanta beatificación papal-. Porque en todos los viajes se aprenden cosas. Y quizás su Málaga, la Málaga de De la Torre, sería hoy una ciudad puede que no tan inteligente, pero sí más moderna. Mejor.

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