Aquellos años y estos
Lunes de Feria
El nublado, la resaca o bien las estrategias de dosificación dejaron algunos huecos en las calles del centro durante el día. No fueron demasiados, la música y el alcohol siguieron corriendo. Hoy toca volver al trabajo, a ver ahora qué hacemos.
AYER y hoy pueden estar separados por 30 años de historia. Y unidos, al mismo tiempo, por un sentimiento que no se agota con las arrugas o las canas. El decorado muta, el ambiente se transforma, los hábitos pueden ser otros. Pero la vieja guardia se erige como atalaya para salvaguardar el espíritu más intrínseco de la Feria de Málaga. Grupos de amigos con un tambor y una caña, coros, pandas de verdiales, cuadros de baile, biznagueros disfrutan de la fiesta con el ánimo de entretener a los demás mostrando, al mismo tiempo, las bondades de la tradición. De manos y voces brotan la alegría de una malagueña, los toques enérgicos del violín, la fiesta hecha sevillana. Aunque en esta función caben todos y detrás de este telón hay otras tablas para acoger versiones pop de Fito o el Mamma Mía tocado por los vientos de la charanga. Y para beber, ¿por qué no hacemos un botellón?
Un cielo nublado y amenazante -aunque la lluvia no terminaba de descargar-, la resaca de la noche del domingo -repleta en el Cortijo de Torres- o las estrategias de dosificación para poder aguantar toda la semana dejaron ayer algunos claros en las calles del centro. A las 16:00 era más fácil caminar que en las dos jornadas anteriores por Constitución, Granada o plaza del Siglo. Pero eso no significa que no hubiese ambiente, el alcohol siguió corriendo sin descanso. También la música, como la que ponían junto al Banco Popular, en la calle Larios, el coro Balcón de Olletas.
Una treintena de amigos, vecinos y "agregados" de la zona de Olletas cantaban, tocaban y bailaban ayer para ellos mismos y para todos los que querían escucharlos y animarse también a dar unos pasos. De la primera a la cuarta. Y el que no que diga olé. El sábado se reunieron 52. Son los mismos fundadores que los que hace tres décadas bajaban en carreta desde los Montes para disfrutar de la Feria. Solo que entonces tenían a sus hijos pequeños y ahora son sus nietos los benjamines del grupo. Se reúnen en Navidad, en Semana Santa, celebran los eventos familiares, los bautizos y las comuniones. Pero el momento álgido lo viven en agosto. Nadie viaja en esta semana, todos se entregan a lo que más les gusta.
"Volveremos el miércoles, el viernes y el sábado, antes veníamos todos los días, incluso con los niños chicos, pero ahora se nota la edad", explicaba Reme Villalba. Entre 50 y 60 años ronda la edad de los fundadores de este coro. Todos se enfundan sus trajes típicos -Reme tiene 15 trajes y cuatro mantones-, cargan con el cajón, el tambor y la caña y se apostan en los mismos puntos de siempre para llenarlos de sabor. "Venimos a cantar y a bailar, no comemos hasta las seis", afirmaba ayer con su flecos naranjas, su flor en el pelo y su sonrisa imperturbable. "Al centro hay que darle otro empuje, habría que impulsar la pervivencia de estos coros, de estos grupos que se está perdiendo", consideraba Reme. "Cantamos también para que la gente se divierta", apuntaba su amiga Conchi y sólo había que mirar alrededor para certificar que estaban creando ambiente.
Con la "chuleta de Triviño" en el tambor, las canciones iban saliendo una tras otras y se iban invitando las parejas a bailar en el centro del corro. Este grupo siempre hacen el mismo recorrido. Empiezan la manzana siguiente a la portada. Allí quedan para continuar después en la calle Strachan, en la Catedral, en la plaza del Obispo y frente al Sagrario. Luego tienen mesas reservadas en Los Hidalgos y allí, ya de puertas para adentro, continúan la juerga hasta que el cansancio hace mella. "El sábado estuvimos hasta las 22:00", recordó Reme.
El coro Balcón de Olletas lamentan que en el centro se baile poco de la "verdadera Feria, lo que es de Málaga" y consideran que sus cantos no molestan "como lo puede hacer un altavoz". Aún así, y aunque confiesan la manga ancha con los horarios, no se atreven a tocar mucho más allá del horario establecido por el Ayuntamiento. Absolutos fanáticos de la Feria del centro -"para nosotros es más accesibles, bajamos en autobús y, además, es aquí donde empezó todo"- lo importante para ellos es seguir unidos treinta años después. "Algunos han caído enfermos y se han recuperado y seguimos en esto, que nos da la vida", comentaba Reme, dispuesta a seguir su segunda jornada de fiesta.
Para la panda de verdiales San Gabriel de la Joya era la primera. Dos autobuses de la pedanía antequerana desembarcaron ayer en Málaga para que el 25% de los habitantes totales del pueblo disfrutasen de la celebración. Esta nueva panda, nacida de la fusión de otras dos antecesoras, de estilo Almogía, viajó de forma particular "para disfrutar". "No venimos cobrando", decía su alcalde, Francisco Romero El canito. Pero no sólo participaron como espectadores. También se hicieron protagonistas, cogieron sus instrumentos, tocaron y bailaron para deleite de propios y extraños. Entre ellos también se podían ver las nuevas generaciones, la gente joven que empuja este folclore ancestral hacia el futuro.
Pero el presente en la Feria de Málaga también se sienta en los escalones de las plazas y hace botellón para ahorrarse unos euros. En la plaza Mitjana, en Madre de Dios, en Uncibay... cualquier lugar en el que se reúna un grupo es bueno para beber mientras se charla. Laura queda todos los años con sus amigas del gimnasio y de las clases de salsa y antes de ir a los bares a bailar la música que más les gusta llenan sus vasos de plástico con sus botellas compradas en el súper. Ayer habían preparado combinados de ginebra y Seven Up y charlaban en Uncibay mientras de fondo sonaba el directo de los Monkey Makers. "Es por el tema económico, es mucho más barato hacerlo así, luego dentro consumimos algo pero mucho menos", señalaba.
Con sus botellas en la mano también había quien seguía su recorrido hasta quedarse congelado en Molina Lario, frente a la Sala Premier. Con sus cuellos estirados, miradas hacia arriba y móviles preparados para grabar a la charanga que animaba desde la primera planta. Enganchados a la música, a las propuestas jaleadas en los balcones, se derretían en sonrisas amplias y sinceras en las que cabía toda la felicidad entera. Como si nadie tuviese este mes que pagar la hipoteca, ni examinarse en septiembre de asignaturas suspensas, ni acudir a una cita médica dentro de tres semanas. Ni volver a sellar el paro. La eternidad se concentraba en ese instante, en esa canción. Y con esa sensación de plenitud, si el alcohol ingerido no fastidió demasiado con una mala borrachera, se irían a casa y querrían volver al día siguiente. Aunque fuese laborable. A ver qué hacemos ahora.
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