El antiguo, el nuevo y el rehabilitado
Discapacidad
Hasta que pasamos vergüenza, hasta que entendemos que nadie está libre de tener una discapacidad, que nadie está libre de ser discriminado, que nadie es más que nadie, pero tampoco menos
QUERÍA comenzar estas líneas hablando del Palmeral y de sus sorpresas, del Ateneo y del Teatro Romano, pero me invade desde anoche una frase que me dirigió una compañera.
ATENEO
Eso no quiere decir que el Ateneo y su inaccesibilidad no sean merecedores de algún comentario, ya que es una de las pocas edificaciones culturales de la ciudad que se resiste a incorporar mecanismos de ayuda que posibiliten que todos los ciudadanos podamos contemplar sus adentros. Que si es un edificio protegido, que si es imposible incorporar un ascensor, que si hoy llueve, que si mañana hace sol... La verdad es que el tiempo pasa y el edificio se está condenando, él solito, a ser una verdadera vergüenza para la ciudad, ya que todos hemos podido observar cómo la adecuada rehabilitación y, sobre todo, la voluntad de muchos por incorporar accesibilidad a las instalaciones ha cambiado la usabilidad de las mismas sin alterar su fisonomía.
PALMERAL
Casi mejor usaremos el apellido de este fantástico paseo que ha permitido acercar el puerto a la ciudad. Palmeras hay, un montón, y sorpresas también, unas pocas. La verdad sea dicha es que la ciudad cuenta con una increíble infraestructura que permitirá pasear de una forma agradable y cómoda, pero no puedo entender que a estas alturas de la película, todavía nos empeñemos en colocar escalones donde no es necesario, que todavía apostemos por crear discontinuidades donde no deben existir. El Palmeral de las Sorpresas contiene más desniveles, escalones y discontinuidades de las que habíamos imaginado, y la solución es bien fácil, solo deben procurar unir lo que de lógica debe estar junto, porque si en una superficie a nivel son capaces de crear barreras arquitectónicas no quiero ni pensar cómo plantean salvar la diferencia de cota de casi metro y medio que existe con el paseo de los curas.
TEATRO ROMANO
Han tardado en rehabilitarlo casi los años que tengo, es decir, que por más ganas que le haya puesto solo lo he podido ver desde el muro de la calle Alcazabilla, y tras acabar la obra, sigo sin verlo, sigo anclado en el muro de una calle donde antes pasaban cientos de coches y ahora miles de turistas, pero yo sigo en el muro, en ese que grita que las cosas se pueden hacer de otra forma, que se pueden hacer para todos, que la grava y los chinos (piedras) son incompatibles con las ruedas y las sillas. Sin embargo, en mi cabeza sigue la frase que me decía anoche mi amiga. Y es que no hay nada como vivir las cosas en primera persona para darse cuenta. Fueron a comer a un chiringuito, como a diario hacemos miles de malagueños, pero a ellos, los espetos no les sentaron bien. Y todo por culpa de poner una mesa más, de llenar un aseo con decenas de cajas, de no tener un mostrador accesible, de un camarero grosero, de un "no es para tanto" y todo porque pensamos que a nosotros no nos afecta, que esas cosas solo le pasan a los demás, que no somos nosotros quienes nos quedamos a las puertas del Ateneo cuando todos suben, que no somos nosotros los que os esperamos desde el muro de la calle Alcazabilla. Y todo porque en vez de asumir estos problemas como propios y actuar todos en un mismo sentido, los rechazamos creyendo que no nos van a afectar. Hasta que pasamos vergüenza, hasta que un día los vemos más cerca de la cuenta y entendemos que nadie está libre de tener una discapacidad.
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