Antonio Palomo, el último músico de un hotel de gran lujo de Marbella
Simultaneó su oficio de zapatero en el taller que montó su padre hace 60 años con la orquesta de Los Monteros, que durante 30 años amenizó las noches a los clientes
El turismo en Marbella y los nazis
Aprendió el oficio de zurcir zapatos de la mano de su padre mientras estudiaba guitarra en el conservatorio. Aunque lo que de verdad le gustaba era la música. Antonio Palomo decidió ser músico antes que zapatero. Con quince años ya formaba parte con unos amigos de su primera banda The Crazys. Aún adolescente se le presentó la posibilidad de hacer música a mil kilómetros de su casa. Con su grupo se apuntó a un viaje a Agadir para tocar en los hoteles del sur de Marruecos.
–Me inicié con mi padre en el oficio de zapatero y de músico con José Miguel Ogalla, que tocaba muy bien la guitarra. Ayudaba a mi padre, pero no me apetecía reparar zapatos, para mí era como hacer churros. Tenía las manos sacrificadas por el trabajo. Me gustaba más crear, hacer bolsos o pulseras, la artesanía. Pero cuánto tiempo te puede llevar hacer ahora una funda de un móvil. Este trabajo seguro que te da más satisfacción pero muy poco dinero. Pronto me di cuenta que entre ser zapatero o artesano lo más rentable era reparar calzados.
Durante dos meses la banda actuó en Agadir con Antonio como guitarra de la orquesta dedicada a alegrar las estancias de los turistas en los hoteles marroquíes . Los contratos se sucedieron, de Tánger a Tetuán o Marrakech, hasta completar un año. Antonio recuerda con rubor cuando fueron presentados en el Instituto Español de Tetuán como un famoso grupo musical de España.
–El teatro estaba lleno. Y después de la actuación salimos como si fuéramos los Rolling Stones. Todo fue muy bien, el tipo que lo organizó era una maravilla de relaciones públicas. Sacaba a un marroquí, vestido de mariachi, a cantar rancheras mexicanas.
A la vuelta de la gira por Marruecos nos propusieron cargar unos alijos de droga en nuestra furgoneta. Dijimos que no y eso nos salvó. En todos los viajes que habíamos hecho hasta entonces nunca nos habían parado, pero esta vez nos registraron en Algeciras. El Jeep estaba repleto, nos desmontaron hasta los bafles en busca de droga.
En la década de los setenta algunos hoteles costumbraban a ofrecer música en vivo. Durante algunos años Antonio actuó como músico en el hotel Andalucía Plaza, tarea que simultaneaba con el oficio heredado de su padre.
–De día estaba en la zapatería y de noche con el traje de músico en el hotel. Una noche Rocío Jurado actuó en una gala en el Andalucía Plaza. Cuando acabó el concierto bajó a la sala Castilla y acompañada por un guitarrista se arrancó por flamenco. Lo hacía muy bien.
Del hotel de José Banús, en 1984 Antonio fichó por la orquesta de Los Monteros. El hotel con 35 habitaciones que en los años sesenta abrió el banquero Ignacio Coca, después de tres ampliaciones se había convertido en un establecimiento de gran lujo. Sumaba168 habitaciones, una veintena de apartamentos, 440 empleados. Los desayunos se servían en bandeja de plata. Un hotel que más bien parecía un club, para muchos el más lujoso de la Costa de Sol, se podía permitir tener su propia orquesta con los músicos integrados en la plantilla.
Rafael de la Fuente, como director del establecimiento desde los setenta hasta principios de los ochenta, contribuyó a forjar la década de oro de Los Monteros, del que Ingrid, la reina madre de Dinamarca, hizo su casa. Fue entonces el primer establecimiento hotelero del país en colgar una estrella Michelin en su restaurante, El Corzo, y en hacer del club de playa La Cabane un preciado refugio.
–Para el hotel era un atractivo importante contar con su grupo de música. Era casi una obligación. Se cuidaba mucho su presentación y las formas, recuerda De la Fuente.
–En los años ochenta los clientes árabes nos dejaban mucha propina, con ella pudimos comprar una mesa de mezclas enorme. Nos pedían temas como My way y a cambio nos daban propinas. Esa época pasó y los clientes también, entonces en lugar de dejarnos dinero nos invitaban una copa. Estaba tocando y en el piano se amontonaban las copas.
En una ocasión Felipe Campuzano, que tocaba el piano muy duro, nos pidió que le dejáramos nuestro teclado. Tocó pero nos destrozó las teclas. Chiquito de la Calzada actuaba los jueves con su grupo y cantaba flamenco, y también artistas como La Solera de Jerez.
Dimitri era un violinista muy especial. Viajaba de la ciudad francesa de Lyon a Marbella en su coche del tirón, sin parar.
–Cada dos o tres meses lo teníamos aquí para tocar con nosotros. No se le pagaba nada, le dábamos un bocadillo y bebía agua bien fría. Con él grabamos dos temas en una cinta. Hacíamos música variada y de baile para todos. Teníamos una pareja de clientes suizos, muy simpáticos, dueños de una farmacéutica, que por las noches venían a bailar. Nos trajeron un reloj para cada uno. Hicimos una gran amistad. También venía a bailar Paco Gómez del cine Alfil, era una época muy bonita.
–En la orquesta éramos cinco músicos, con el cambio de explotación y la llegada de la cadena Occidental Hoteles nos propusieron eliminar el grupo y pasar a ser camareros. Un compañero que era teclado y cantante, y sabía idiomas, se reconvirtió en conserje. Yo me negué, soy músico. Al final quedamos dos. Había empezado como guitarra, luego tuve que aprender a tocar el teclado y también el bajo, de manera autodidacta. El hotel nos pagó la edición de una cinta de cassette con la grabación de varios temas que vendíamos ahí. El compañero se fue y me quedé solo. Tenía mas libertad, cambié el teclado y los altavoces.
–Después llegó un nuevo director al hotel que primero me sugirió que tocara el piano, luego me lo impuso. Lo hice, también de forma autodidacta pude tocar, me ayudó mucho José Nogales, que era un magnífico pianista y director de la oficina del Banesto. Yo tocaba el piano en el restaurante El Corzo y en el bar Azul del hotel.
Eso fue hasta diciembre de 2008 cuando el hotel pasó a manos de un empresario ruso. Ernest Malyshev, de un grupo petrolero ruso, se comprometió a reflotar el hotel y atraer clientes de su país. En cambio, en menos de un mes despidió a 72 trabajadores que decidieron encerrarse en el establecimiento bajo una leyenda, que bien se le pudo ocurrir a Antonio, que evocaba la resistencia: moriremos con las botas puestas.
–Nos pasamos más de un año y medio protestando, durmiendo en el hotel y cocinando paella en la calle. De día trabajaba en la zapatería y de noche, a oscuras, porque no teníamos electricidad, hacía bulto en las protestas del hotel.
Lejos quedaba el verano de 1988, cuando Michael Jackson durmió en la Suite Real a razón de unos cinco mil euros la noche. Y se escabullía de ese hotel vestido de operario para esquivar a los fotógrafos.
El hotel, que los Coca perdieron por las deudas bancarias, se valoraba en 27.000.000.000 de pesetas (1,4 millones euros). El imperio del banquero se desmoronó. A finales de los años noventa una nueva propiedad se hizo con el hotel clínica Incosol y Los Monteros, en poder entonces de la Reserva Federal de EEUU, por solo una peseta. Desapareció hasta el club de tenis que se destinó a la construcción de viviendas adosadas. Años después, cuando ya no quedaban terrenos, un empresario libanés, como nuevo dueño del hotel, vendió un centenar de habitaciones de un edificio y segregó de la propiedad el club de playa.
–Entonces llegó el empresario marroquí Judah Azuelos, que parecía un hombre muy sereno. Su nuera quería que yo pasara de pianista a ser DJ. Al final redujo la plantilla a menos de la mitad, de 83 empleados quedaron cuarenta, al resto nos despidió. Yo llevaba 28 años en el hotel.
–En otros tiempos había montado un laboratorio fotográfico encima de la zapatería y empecé a hacer fotos. Tenía una cámara rusa Zenith, que compré en Ceuta con un objetivo de 125 milímetros. Iba al campo de fútbol con la cámara y me hicieron pasar como prensa a un espectáculo de motoscross, y claro cuando finalizó me pidieron las fotos. No tenía experiencia, tuve que ponerme a hacer el revelado, colgar los negativos y quedarme hasta la madrugada a hacer las copias.
En el edificio Siete Puertas estaba el bar La cueva de Esteban. Acepté el curioso encargo de poner una foto de promoción del local en la solapa de cajas de cerillas tipo cartera. Me pidieron unas doscientas, todo hecho a mano. Con el tiempo que me llevó hacerlas más que ganar algo he perdido dinero.
Antonio atesora como reliquia la cinta de la entrevista que hace más de cincuenta años le hizo Salvador de la Peña sobre su primer grupo de música en la radio del Movimiento. De esa época todavía mantiene contacto con el hijo del dueño de un hotel de su gira por Marruecos, que también es músico y al que suele visitar en Tánger.
Formó parte de la expedición al Amazonas que organizó su amigo y también músico, José Miguel Ogalla. Antonio escribió el guión del documental del viaje, Hijos de la luna.
–En la selva aprendí que el animal que ataca no es el yaguar o el cocodrilo, sino el mosquito. Viví momentos preciosos de noches bajo un cielo de luciérnagas o en un islote rodeado de mariposas. Recuerdo la muerte de un miembro de la comunidad indígena Yonomamis con la que convivimos. Durante el rito funerario incineraron el cadáver y luego sus cenizas se mezclaban en una papilla de plátano, que después tuvimos que tomarla.
Le gusta escribir letras de canciones, tiene registradas más de medio centenar, que graba en su propio estudio. Hace una semana le dedicó una rumba al panadero Carlos Montes, en la que le canta al “arte escondido de José María Gómez; al agente Francisco Fuentes, El Civilillo; a Antonio Luna, El Ilustrado, y a la última pregonera, Carmen Pastore, Pichu”. Evoca ahí a los vecinos del barrio que en el último lustro han declamado desde el balcón de la cafetería de Montes el pregón oficioso de las fiestas de Marbella.
–Tengo un canal en You Tube, donde cuelgo mis trabajos, pero no le dedico tiempo, no me prodigo mucho en las redes.
Ahí tiene las ocho canciones y varios cuentos que le escribió a su nieta de nueve años. Huye de los focos. En los hoteles que trabajó nunca persiguió una foto con el barón Thyseen, Lola Flores o Sean Connery. Aunque alguna vez vio de lejos a Julio Iglesias alternar con los músicos. En pocas ocasiones ha actuado en ferias y verbenas o tocado con unas camisetas largas en el antro de Jimmy, de la calle Peral, algún que otro fin de semana.
–En la zapatería tenía una clienta que cantaba en el coro rociero y que llegó a ser alcaldesa. Me encargó que le hiciera un arreglo musical de El pobre Miguel para cantarlo en el coro. Lo hice, lo utilizó y hasta el día de hoy. No ha tenido en cuenta que personalizar un arreglo no es fácil, que lleva su tiempo y que es un trabajo.
Su padre abrió hace sesenta años el local de reparación de calzados que Antonio, como maestro artesano, ha conseguido mantener mientras se dedicaba a la música. Ahora es Álvaro, su hijo y también músico, quien continúa al frente de la tienda, la tercera generación de zapateros.
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