Un bocado solitario en el Cortijo
Una gran oferta gastronómica inversamente proporcional a la afluencia de gente
D ICEN que todos los caminos llevan a Roma, o al menos eso comentaban los más de 20 abuelos que, acompañados de sus nietos buscaban la parada con el autobús que les llevara al Real Cortijo de Torres. Tras más de diez minutos de incansable búsqueda se sumaron 15 minutos más de propina para esperar al vehículo. Pero si alguien tiene alguna duda sobre el espíritu familiar y renovado de Málaga y los malagueños este hubiera sido el escenario perfecto para corroborarlo. "Abuela vamos a hacernos un selfie": la idea de esa niña de 10 años tuvo tal acogida que se fue propagando desde un extremo de la cola hasta el final.
El trayecto que dista el centro del Real Cortijo de Torres podría considerarse uno de los que más emoción reúne en tan poco espacio y sobre ruedas. La apertura de puertas del vehículo desembocó en un tira y afloja de nietos a abuelos que, con facultades casi de equilibrista, pudieron pisar tierra firme.
Pero lejos de la concepción de Feria abarrotada que otorga la celebración en el centro, el atrezzo del recinto Ferial parecía más propio de una verbena de pueblo. Casetas que ya hacían vibrar el suelo con sus altavoces y coches de caballo que trotaban sin obstáculos por calles dignas de un pueblo, si no fantasma, poco concurrido. No obstante, conforme la vuelta de reconocimiento se adentraba en el corazón del Real se podía apreciar como empezaban a aflorar familias completas y alguna que otra gitana entrando y saliendo de alguna de las casetas.
Más no sólo eran personas lo que entraba y salía de caseta en caseta, el olor jugó un papel protagonista en este escenario.
Desde parriladas de carne a la brasa, pescaito frito o paellas hasta platos típicos de algunos pueblos que tenían su espacio reservado en el Real Cortijo de Torres. El paseo por el Recinto Ferial era toda una fosa de cocodrilos para los aferrados a alguna dieta, sobre todo, porque en todas y cada una de las casetas existía la oportunidad de degustar de manera gratuita algún plato concreto. Cocineros y anfitriones 3.0 que competían con jóvenes relaciones públicas de casetas de fiesta y persuadían con sus completas cartas a todo aquel goloso que asomara su cabeza por la puerta. Y es que no sólo era sabroso todo lo que olía, fuentes decoradas de manera meticulosa para los amantes del pescaito frito, sardinas espetadas en sus respectivas barcas, paelleras gigantes cuyo color no dejaba a ningún curioso indiferente, etc.
Pero se ve que este panorama tan atractivo para los amantes de buen comer no fue suficiente para llenar de color, lunares y volantes el Real Cortijo de Torres. Exceptuando apenas cuatro casetas, el resto se encontraron sumidas en el más triste vacío.
Los escenarios preparados con artistas que ofrecían todo tipo de música, estaban listos para comenzar el cante y el baile, a la espera de la entrada de algún comensal para darle al play, pero al igual que los peroles atestados de papas a lo pobre listos para degustar, sufrieron una dilación más dura de la que su paciencia era capaz de soportar, lo que les llevó a despejar las tarimas.
Por otra parte, sería importante que alguien comunicara a las gitanas del centro las ventajas que ofrece el Real Cortijo de Torres para las portadoras del atuendo clásico. A diferencia de la Feria de centro, el recinto ferial, además de ser el lugar idóneo para el roneo de caballos, permite a las gitanas que no escatimen en volantes. Los anchos pasajes que dividen la zona en callejuelas tienen el tamaño perfecto para lucir la vestimenta de la semana hasta el punto de aliviar las altas temperaturas con pequeños aspersores colocados estratégicamente. Algunos tacharon ese leve rocío de agua de "sucio y asqueroso", pero la mayoría de las flores que adornaban los tocados del pelo de las folclóricas no decían lo mismo. Aunque nada es suficiente para llenar el real, sólo hay que echar un ojo a las paelleras y peroles sin probar.
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