Málaga

Los cafés que perviven en el Centro Histórico de Málaga

  • Este domingo cierra la mítica cafetería Central, tras haber atendido a miles de clientes en un siglo

  • Cada vez son menos los establecimientos históricos que sobreviven en el núcleo de la capital malagueña debido a los altos arrendamientos y alquileres que soportan

Clientes desayunando en Café Central.

Clientes desayunando en Café Central. / JAVIER ALBIÑANA (MÁLAGA)

A finales del siglo XIX y principios del XX las cafeterías se llamaban cafés y eran centros de reunión de intelectuales o sencillos trabajadores. Lugares en los que reír y disfrutar, pero también espacios para cerrar negocios y hasta debatir sobre política. Sin embargo, la mayoría de ellos ya ha pasado a la historia en el Centro Histórico de la capital malagueña.

Este domingo cierra sus puertas uno de los míticos: el Café Central, tras un siglo acogiendo a miles de clientes. Un emblema de la hostelería malagueña y donde se acuñó el código para pedir un café en Málaga: solo, mitad, sombra, nube.

Situado en la Plaza de la Constitución, este café abrió sus puertas al público en 1920, pero fue años más tarde cuando José Prado –el padre de Rafael– fusionó el Café Múnich (ubicado en el Pasaje Chinitas), el Café Suizo (en la esquina de la Plaza de la Constitución con calle Santa María) y el que estaba situado entre los dos anteriores en la plaza de la Constitución, el Central, de ahí su nombre.

En 1954 –durante la posguerra–, y a consecuencia de la escasez de café que había, José Prado decidió crear lo que posteriormente se ha convertido en la Biblia del café malagueño. Para evitar tirar el café que servía y volver a hacer otro si el cliente no estaba conforme, Prado puso distintos nombre a este ordinario manjar según la cantidad exacta de café y la proporción justa de leche que quería el consumidor. De esta manera, nació el solo, el mitad, el sombra o la nube, entre otros.

Estas distinciones se encuentran ilustradas en una cerámica que realizó Amparo Ruiz de Luna y que tradujo al latín el padre agustino Laureano Manrique, y a día de hoy es lo más fotografiado del local y parada turística obligatoria para aquellos que quieran conocer la manera de servir el café en Málaga.

Rafael Prado, que constituye la segunda generación del Central, ya desde pequeño “echaba una mano” en el negocio familiar y, aunque a lo largo de su vida ha llevado a cabo otras actividades, siempre ha estado vinculado al café que lo ha visto nacer, explica.

A sus 67 años, este “empresario romántico” –así se define– se jubila y, con él, el histórico Café Central cierra sus puertas. Aunque el cese de su actividad laboral es el principal motivo para echar la persiana al negocio, reconoce que también influyen los “elevados costes de los arrendamientos en el Centro Histórico”. Lamenta que “no merece la pena seguir”.

Advierte sobre la dificultad que tienen los cafés históricos para mantenerse abiertos y explica que las nuevas cafeterías del centro están cambiando su modelo de negocio. “Los establecimientos que están abriendo ahora no tienen camareros que te atiendan en la mesa porque no pueden costearlos”, manifiesta. Prado reconoce que mantiene la esperanza de que en un futuro alguno de sus nietos reabra el negocio familiar. “Esos son sueños que uno tiene”, apunta.

El Central cierra. No obstante, aún perviven en el centro algunas salvedades como El Madrid, uno de los pocos cafés de antaño que sigue abierto. Ubicado en la confluencia de las calles Granada y Calderería desde 1892, sus orígenes son confusos, explica el gerente del café, José Vera.

Algunos historiadores informan de que inicialmente fue una tienda de ultramarinos y una confitería con un pequeño salón. A principios del siglo XX, obtuvo gran fama en la capital malagueña, ya que no cerraba por la noche.

La clientela era variada según confirman testimonios de la época. Desde madrugadores a comerciantes. También fue centro de reunión de periodistas para debatir sobre distintos asuntos. Además, fue uno de los primeros locales que incorporaron un salón exclusivo para mujeres, pues en la época estaba mal visto que se mezclaran personas de distinto sexo.

Otro de los míticos es Casa Aranda. Desde 1932, en concreto desde el 2 de febrero, lleva sirviendo a sus clientes.  Antonio Aranda abrió el primer despacho de café y churros en la calle Herrería del Rey.

Cuentan que antes de abrir su negocio, Aranda se encerró durante meses (algunos historiadores hablan de casi dos años) para dar con la materia prima de su negocio. Debido a que pasó su infancia en el campo, conocía perfectamente las harinas y los aceites.  Después de muchas combinaciones, encontró el tipo de trigo con el que fabricaría sus churros, primero a mano y más tarde con una máquina que encargó personalmente en Ceuta y que era especial para una harina candeal de fuerza.

Así fue como comenzó un negocio que, a diferencia de la mayoría de los cafés históricos de Málaga, no solo se ha mantenido sino que se ha extendido, ya que en 2013 abrió un nuevo establecimiento en el número 6 de la calle Santos.

También sobrevive desde hace más de 70 años en la calle Pozos Dulces El Diamante. Fundado por José Gálvez y Aurora Toro -un matrimonio de primos hermanos- en 1949, este café aún conserva la mayoría del mobiliario y objetos de entonces.

Gálvez y Toro también abrieron una lechería en  la calle Horno y empezaron a ofrecer en su bar leche con fresas. Producto estrella aún en la actualidad.

El Diamante se centraba sobre todo en desayunos y tapas hecho por Aurora, atendían mayoritariamente a comerciantes de la zona y no cerraban ningún día del año

A principios de  los años 70, los dueños traspasaron el negocio a sus tres empleados y en 1994,  cuando uno de ellos se jubiló, entró en su lugar Francisco Cerezo, un joven de 22 años. Al poco tiempo, cuando los demás también se jubilaron, Cerezo se quedó con la cafetería que actualmente regenta con su mujer, María Victoria Castillo.

Cerezo asegura que el negocio “va bien” y, aunque desde la pandemia solo abren por las mañanas, dan en torno a 160 desayunos diarios.

Cafetería Framil es otros de los establecimientos dedicados, fundamentalmente, a servir desayunos en el centro de la capital, aunque con algunos años menos de historia.

Miguel Criado y Eulalia Claros fundaron el negocio familiar en el año 1987 y para la elección del título del local hicieron un juego de palabras con los nombres de sus hijos: Francisco, Miguel y Lourdes.

Su actual dueño, Francisco explica que la especialidad de la casa son los churros con chocolate, aunque también sirven tapas y menús. El hijo de los Criado, que confiesa que “ahora hay mucha más competencia que antes” en este tipo de negocios, confía en que el Framil dure “muchos años más”. 

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