Un cálido adiós para las dos últimas monjas del Císter
El convento terminará de desmantelarse en unos meses y su futuro es una incógnita
El convento del Císter vivió ayer el penúltimo capítulo de su cierre, al menos del cese de su actual actividad. Tras el reciente desmantelamiento de sus enseres, que fueron trasladados al monasterio cisterciense de Santo Domingo de la Calzada (La Rioja), ayer las dos últimas religiosas históricas del convento malagueño, de más de 80 años cada una, dijeron adiós en una emotiva eucaristía. Ya sólo quedan otras dos monjas de la orden que fueron enviadas para llevar a cabo la mudanza. En poco tiempo todo habrá terminado y el futuro, sin monjas, está en manos del Obispado, que debe decidir qué hacer con el convento.
Las monjas de clausura del Císter dejan por falta de vocaciones el histórico convento malagueño al que esta orden religiosa estaba ligada desde 1617. Las directrices de la orden son reagrupar a las religiosas en La Rioja. Pero en cuatro siglos se han creado muchos vínculos entre estas monjas y la capital malagueña. Ellas han sido guardianas de lo mejor del legado barroco de Málaga, que se puede visitar en el museo del Císter, y sus manos han preparado algunos de los más deliciosos dulces que se podían probar en la ciudad y que las Damas del Císter quieren perpetuar en una publicación de recetas. Por encima de todo está el trato humano, como ayer quedó de manifiesto.
Sor María Auxiliadora, la última abadesa del convento, y Sor Isa María (de 84 y 87 años) no estuvieron solas en su despedida. La iglesia se llenó de feligreses y amigos. No faltó, por supuesto, una amplia representación de la Hermandad de Caballeros y Damas del Císter, guardianes de esta orden religiosa, ni tampoco de la Hermandad del Santo Sepulcro, vinculada en los últimos años a estas monjas. Al término de la eucaristia, los asistentes no dudaron en acceder al convento para despedirse en persona de las religiosas, que hoy parten a primera hora de la madrugada.
Iniciar un nuevo camino al epílogo de una vida es una aventura para la que las religiosas dicen estar preparadas. "Nos vamos por voluntad propia, así lo ha querido la orden porque no hay vocaciones", explica Sor María Auxiliadora, que quiere evitar cualquier tipo de polémica sobre el traslado. La abadesa del convento es natrual de Mollina e ingresó en él en 1950. Su vida ha estado siempre al servicio de Dios, según explica, y así seguirá siendo en adelante, aunque el destino ha querido que sea lejos de Málaga.
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