La casa recuperada

El Museo de Málaga abre mañana sus puertas en el Palacio de la Aduana tras 20 años de clausura y con sus colecciones reunidas por primera vez en una misma sede

Pablo Bujalance Málaga

11 de diciembre 2016 - 09:11

Cuando el 12 de diciembre de 1997 unos cuantos soñadores salieron a la calle con el fin de reclamar la Aduana para Málaga, pocos contaban todavía con que aquel empeño fuese a traducirse en frutos concretos. De entrada, el Gobierno de España se apresuró entonces a considerar inviable la salida de la Subdelegación del Gobierno del edificio del siglo XVIII, utilizado desde sus orígenes para causas administrativas. Pero aquellos ilusos, en virtud del manifiesto suscrito aquel mismo otoño, se habían constituido ya como plataforma con el mismo lema, La Aduana para Málaga: una organización que aglutinaba a 52 colectivos sociales de la ciudad implicados en la misma lucha. Cuando, en enero de 2001, la plataforma revalidó su puesta en escena con la histórica manifestación que salió de la Plaza de la Constitución y que culminó en la misma Aduana, con una lectura del renovado manifiesto a cargo de Manuel Alcántara y una inesperada multitud unánime en su reivindicación, el signo varió de manera radical: las instituciones de diverso signo político se dieron por enteradas y el proceso se condujo de manera ya imparable hasta que, en 2005, se acordó el traslado de la Subdelegación del Gobierno a su actual sede de la Caleta, en virtud de una permuta por la que el Convento de la Trinidad pasó a manos de la Junta de Andalucía para su reconversión en equipamiento de uso cultural. El Museo de Málaga tendría su destino final en el Palacio de la Aduana, tal y como lo habían pedido los malagueños. Y vería aquí por primera vez reunidas sus colecciones de Arqueología y de Bellas Artes en una misma sede. Desde entonces, el camino no ha resultado sencillo; pero mañana, 12 de diciembre de 2016, 19 años después de aquella primera manifestación, el Museo de Málaga reabrirá sus puertas en su casa: una Aduana ganada, finalmente, para Málaga.

Ciertamente, la propia ciudad miraba todavía con cierto escepticismo en 1997 la posibilidad de que su museo reabriera en semejantes condiciones. Aquel mismo año, el Museo de Bellas Artes había cerrado sus puertas en el Palacio de Buenavista, señalado ya como sede del futuro Museo Picasso; y sólo un año antes, en 1996, el Museo Arqueológico se había despedido de su tradicional emplaza miento en la Alcazaba a costa de la reforma del monumento, donde las piezas acusaban ya un serio desgaste a causa de las limitadas calidades de conservación. Pero lo que nadie esperaba era que aquella tímida primera reivindicación, ya vehemente, iba a tener que esperar nada menos que dos décadas para obtener respuesta. Custodiados en el Palacio Episcopal primero y en las naves habilitadas ad hoc por la Junta de Andalucía en el PTA después, sometidos mientras tanto a los procesos de conservación y restauración necesarios, los fondos artísticos han dormido el sueño de los justos durante demasiado tiempo; igual suerte corrieron las piezas arqueológicas, guardadas primero en los fondos del Convento de la Trinidad y embaladas luego en cajas guardadas en las dependencias que anteriormente había ocupado el Archivo Histórico Provincial en la Avenida de Europa. En gran medida, por tanto, el Museo de Málaga es un museo olvidado; para gran parte de los malagueños que a partir de ahora acudan a la Aduana, la visita constituirá un ejercicio memorialístico, pero para toda una generación que ha venido después se tratará de una revelación primeriza. Cabe apuntar, no obstante, que el Museo Arqueológico se ha renovado durante todos estos años al 50% con restos hallados en este plazo; la reconversión del Museo de Bellas Artes también ha sido notable, con no pocas adquisiciones y donaciones de otras pinacotecas, especialmente el Museo del Prado. Para todos, por tanto, lo que acontece aquí y ahora es un museo nuevo.

Un museo dispuesto en un equipamiento de 18.000 metros cuadrados (de los que son útiles 14.500) en los que presenta unas 15.000 piezas de su sección arqueológica, unas 2.700 obras en su colección de Bellas Artes, una biblioteca de 30.000 volúmenes que incluye entre otras joyas el legado de Jaume Sabartés (cómplice esencial de Pablo Picasso), la sede de la Real Academia de Bellas Artes de San Telmo, un salón de actos, un almacén abierto a visitas y aulas didácticas. En los próximos meses se incorporarán una cafetería, un restaurante y las salas reservadas a las exposiciones temporales. Todas estas instalaciones hacen del Museo de Málaga el mayor de todos los de titularidad estatal gestionados por la Junta de Andalucía: un paseo por la identidad cultural, histórica y artística de Málaga en el que sus habitantes tendrán oportunidad, con acceso libre y gratuito, de reconocerse en su patrimonio, dejarse conquistar por todas y cada una de las civilizaciones mediterráneas que se asentaron en su territorio desde la Prehistoria hasta el Renacimiento y admirar la dimensión de capital artística que Málaga adquirió dentro de España en el siglo XIX.

Precisamente, el siglo XIX es el gran eje en torno al que se articula el relato que, de manera unificada, presenta el Museo de Málaga en sus colecciones; y es que fue en la misma centuria, la que conoció a la Málaga de mayor pujanza industrial y desarrollo económico, cuando el Museo Arqueológico y el Museo de Bellas Artes tuvieron su particular génesis, con dos historias trazadas en paralelo. En su finca de La Concepción, los marqueses de la Casa Loring comenzaron a atesorar una amplia colección arqueológica, especialmente centrada en la antigua Roma, que se nutría en gran medida de elementos encontrados en la provincia de Málaga y que llegó a ser reconocido, también por su empeño científico de dilucidación histórica, como uno de los primeros museos arqueológicos de España, popularizado ya entonces con el nombre de Museo Loringiano; habría que esperar al siglo XX para que Fernando Guerrero Strachan y Juan Temboury armaran su particular museo arqueológico en la recién reformada Alcazaba, constituido ya como tal en 1939. La confluencia de ambas colecciones convenció finalmente al Gobierno para la constitución en 1947 del Museo Arqueológico Provincial de Málaga, con sede también en la Alcazaba con Temboury, delegado principal de Bellas Artes, como principal promotor. Por su parte, el Museo de Bellas Artes tiene sus orígenes en la Real Academia de San Telmo, nacida igualmente en el siglo XIX con un mandato irrevocable: el de reunir todos los bienes desamortizados en las iglesias y conventos de Málaga y mostrarlos en un museo público. Aunque los académicos cumplieron su cometido brindando protección y amparo a las esculturas y lienzos del Convento de Santa Clara y el Convento de la Merced, la incipiente proyección de los pintores malagueños y de quienes se habían asentado en la ciudad como profesores y divulgadores terminó orquestando un cambio de dirección proverbial: el Museo de Bellas Artes adquiriría un carácter de museo moderno y quedaría consagrado a artistas como Muñoz Degrain, Carlos de Haes, Enrique Simonet, Ferrándiz y Moreno Carbonero. El éxito de la empresa y la intervención de algunos de estos artistas permitió que el Museo Provincial de Bellas Artes, creado por Real Decreto en 1913 e inaugurado en 1916 en su primera sede en de calle Pedro de Toledo (cedida por el marqués de Larios), pasara a nutrirse de otras colecciones nacionales como la del Museo del Prado. Ahora, el Museo de Bellas Artes de Málaga incorpora a artistas como Moreno Villa y otros exponentes de las vanguardias, además de los mayores creadores que alimentaron el aliento artístico de la provincia desde la Guerra Civil hasta el presente.

Diecinueve años después, por tanto, aquella manifestación adquiere un sentido pleno. Los malagueños tienen el museo que pidieron. El futuro empieza hoy.

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