Como en casa de uno, en ningún sitio

Calle Larios

Que Málaga ha dado un salto enorme hacia vaya usted a saber dónde se demuestra en su oferta gastronómica, especialmente en la de su centro histórico l A menudo uno entra a restaurantes en los que se prometen comidas y ambientes caseros y sólo puede preguntarse: "Pero, ¿dónde vive la gente?

Los platos sorprendentes y elaborados, a bajo precio, casi han borrado del mapa a los manjares de siempre.
Los platos sorprendentes y elaborados, a bajo precio, casi han borrado del mapa a los manjares de siempre.

31 de agosto 2012 - 01:00

AVECES, determinadas situaciones domésticas terminan convirtiéndose en compromisos de los que uno no sabe muy bien cómo salir. Hace unos días iba yo por la calle tan contento cuando recibía la llamada de una compañera de Sevilla, que me formuló el siguiente encargo: "Una amiga mía ha llegado a Málaga esta mañana y me pregunta por sitios para comer. ¿Podrías recomendarme algo? Ella prefiere la comida casera". Después de unos minutos dándole vueltas al asunto, terminé por recomendar a la susodicha que viniera a comer a mi casa, que algo apañaríamos, si lo que quería realmente era una carta familiar. Resulta tremendo el modo en que la oferta gastronómica se ha multiplicado en Málaga, especialmente en el centro histórico. Hay restaurantes y bares para todos los gustos: vegetarianos en los que la clientela consume pasteles de brócoli mientras lee a Herman Hesse, pizzerías que se disputan la fidedigna masa a la piedra como si se tratara del Santo Grial, establecimientos cuya complejidad en la carta va acorde con lo barroco de su decoración, freidurías de toda la vida que se reciclan brindando paellas recauchutadas a los turistas, templos gastronómicos que aseguran basar sus recetas en el aceite de oliva, locales donde venden como pipirrana rodajas de tomate con ajo picado y dos anchoas, sushi-bars en los que uno no entra por temor a salir convertido en Ken el de la Barbie, restaurantes árabes en los que uno espera pacientemente que le sirvan el cordero mientras suenan cantos bereberes con karkabas y darbukas a toda mecha, cafeterías cuyo más excelente producto se fabrica a partir de los excrementos de cierto animal asiático parecido al lince, franquicias consagradas a las tapas y montaditos, rincones de inspiración andaluza donde todavía te ponen un vermú y en el que los mejillones al vapor se venden como algo exótico, puestos de papas asás en los que puedes atiborrarte por cinco euros de todo lo que entre en el producto, refugios en los que cierta clase intelectual se sienta a discutir sobre la última película de Alexander Sokurov mientras degusta unas lentejas con queso parmesano y bacon, dispensadores de brunch al más alto nivel, terrazas en las que nada más sentarte te ponen una cazuelita con humus, barras en las que dan a probar las ensaladas más inverosímiles, queserías, bodegas de antaño adaptadas a los desmanes de ahora y otros ejemplares como las yogurterías que han invadido la calle Granada (qué tiempos aquellos en los que sólo comían yogurt los afectados por implacables infecciones estomacales) y, la joya de la corona, los cupcakes, o magdalenas gordotas de las que nadie había oído hablar hace un año y ahora son lo más in en Twitter. De todo esto, más o menos, le informa Málaga Hoy en su sección De menú, así que qué les voy a contar. Pero casero, casero... ¿Será que como en casa de uno, en ningún sitio, como reza el dicho popular? Y al fin y al cabo, ¿qué es la comida casera? ¿Significa esta idea lo mismo para todos?

Es curioso, porque por más que comprenda a Sancho Panza cuando decía que le bastaba medio queso y medio pan para andar el camino, soy de esos impertinentes a los que les gusta probarlo todo. Pero este año he almorzado en el centro muy a menudo por aquello de conciliar la vida laboral y la familiar y tengo que admitir que el concepto casero no está muy arraigado en la hostelería malagueña. Tal vez sí fue así hace tiempo, pero hoy resulta más fácil que te hagan sentir como un extraño cuando has pedido algo tan sencillo como una crema de verduras y un filete con patatas. Será que es más importante ampliar la clientela y ello exige eliminar cualquier rastro de cotidianidad, de tradición parroquiana en torno a una mesa. Quizá exista alguna excepción, y pienso en cierto bar frente al mercado de Atarazanas, pero hay que acostumbrarse a los codazos. Uno considera una tragedia que ya no se cocine con fuego, así que ya me dirán. Habrá que traer el bocata de casa cuando no apetezcan experimentos.

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