Línea 11

Otra ciudad, otra estación

  • La línea 11 de la EMT es una celebración de la diversidad, una Babel con ruedas que reúne mil y una historias en un trayecto que no cabe en una sola identidad: aquí hay algo más que Málaga

Son las 11:05 en la parada de la línea 11 de la EMT en la zona norte Alameda. Llega un autobús grande, articulado, al que suben veinte personas. Se trata de un grupo heterogéneo en cuanto a edad y orígenes sociales: hay señoras mayores con la compra del mercado, un matrimonio alemán que también lleva verduras y legumbres en bolsas de plástico, una joven de rasgos asiáticos que escucha música en su ipod y un señor que viste un abrigado gorro gris tipo ushanka a pesar de que el día es primaveral y caluroso. Cuando el vehículo inicia la marcha se mantienen tres conversaciones a través de otros tantos teléfonos móviles. El tráfico está altamente congestionado y hasta la siguiente parada en la Alameda, en la zona sur, transcurren varios minutos. Suben entonces dieciséis personas. La media de edad es considerablemente inferior: en su mayor parte son estudiantes con carpetas y mochilas. Un pasajero subsahariano se sienta en la parte trasera, en la última fila, y junto a él se sientan dos jóvenes que conversan en inglés. Conviven en el mismo grupo un hombre con bañador, cabellera mojada y chanclas y una señora con abrigo marrón abrochado hasta el cuello. En la primera parada del Paseo del Parque suben otros siete usuarios, todos también jóvenes y estudiantes. Abundan auriculares, tecleos frenéticos en teléfonos móviles y flequillos sobre la frente. En la acera se despliega una feria de artesanía, bendecida por el buen tiempo. En la segunda parada, frente al recinto Eduardo Ocón, sube un señor mayor y llega detrás in extremis una mujer joven que lleva a un bebé en brazos y que a su vez aguanta en la parada hasta que llega a la misma otra mujer, mayor, que parece ser su madre. Uno de los jóvenes estudiantes que subió en la parada anterior, muy rubio, vestido con una sencilla camiseta amarillo y pantalones vaqueros, saca de su bolso un libro y empieza a leer mientras permanece de pie en el centro del autobús, justo en la sección intermodular. El libro es de Gabriel García Márquez y lleva por título Hundra ar av ensamhet: Cien años de soledad en sueco. Justo a su lado, una señora enfundada también en un abrigo (éste negro) continúa hablando por el teléfono móvil y detalla a su interlocutor las señas de una guardería infantil.

Tras un importante atasco en la Plaza del General Torrijos, el autobús llega al Paseo de Reding. En la primera parada, junto a la plaza de toros, suben cinco viajeros, y en la siguiente bajan tres. Hay más bolsas de plástico con compras hechas en el supermercado. Tres pasajeros leen el periódico. Ya en la primera parada del Paseo de Sancha, frente a la escuela de Turismo, baja una señora que con gran esfuerzo logra posar el pie en la acera sin perder el equilibrio. Las terrazas de los bares y cafeterías presentan una ocupación notable, en correspondencia con el clima soleado. Ya en el cruce con el Limonar, frente a la Subdelegación del Gobierno, bajan seis pasajeros y suben tres muchachas que mantienen una conversación animada sobre una película que han visto en el cine la noche anterior. En Miramar bajan dos viajeros (una señora cargada de bolsas de la compra y un chico con unos vistosos auriculares que dejan filtrar la música al exterior) y suben otros dos, un matrimonio entrado en años que encuentra dos asientos en la zona intermedia del vehículo. En Bellavista se produce el mismo intercambio de usuarios, bajan dos y suben dos. Tras el trayecto surcado de elegantes viviendas, jardines ornamentales y hermosas balaustradas, el autobús accede finalmente al Paseo Marítimo Pablo Picasso. Hay gente paseando, practicando footing, montando en bicicleta o enfrascada en los artilugios gimnásticos de uso público. Abundan las madres que llevan a sus bebés en cochecitos para aprovechar los rayos de sol, como un apunte para un verano inminente. En la parada frente al Morlaco no suben ni bajan usuarios. Un empleado municipal corta el césped, que deja un extraño reguero verde sobre el asfalto.

En los Baños del Carmen bajan dos pasajeros y suben otros dos. Unas vallas impiden el paso de los peatones junto a los muros, en los que el derrumbe es notorio. En los accesos se amontonan envoltorios y otros restos de basura. El autobús toma el siguiente cruce a la izquierda y llega al cruce con la avenida Juan Sebastián Elcano, en cuya primera parada suben dos viajeros, una mujer con la melena morena recogida en un moño y un hombre menudo, con una tupida barba blanca y una gorra azul de pintor. En la siguiente parada se apean tres pasajeros y suben otros tres, entre ellos una mujer muy morena, de rasgos latinoamericanos, que ocupa un asiento de la parte trasera y cruza los brazos, en un gesto casi de contrición. En el cruce con los Galanes bajan dos jóvenes mochileros y suben cuatro señoras, mayores, que caminan muy despacio hasta los pocos asientos disponibles. La antigua discoteca Bobby Logan se alza como un reducto arqueológico. En el cruce con el Paseo de las Acacias no se produce intercambio de pasajeros. Las viviendas revisten aquí un especial encanto, con sus verjas cubiertas de enredadera, el rojo primordial de sus fachadas, la filigrana de sus tejados y algunas veletas. En el cruce con Jaboneros bajan cuatro viajeros y suben dos. En un enorme solar aparece un edificio antiguo, que debió acoger algunas entidades administrativas, con dos muros completamente derruidos. Un enorme cartel anuncia la próxima construcción de un centro deportivo wellness a cargo del Ayuntamiento.

En la siguiente parada, junto al nuevo Mercadona, bajan diez pasajeros y suben dos. El perfil imponente del colegio de San Estanislao asoma a babor y en Echevarría bajan seis pasajeros, entre ellos la chica de rasgos orientales que había subido en la Alameda y el joven lector de Cien años de soledad en sueco. En la siguiente parada, la de la iglesia, bajan diez usuarios y suben tres. El Mercado del Palo presenta una vitalidad notable, con clientes que entran y salen en competencia por hacerse con las mejores mercancías, carrito en mano. Las aceras acumulan excesiva suciedad. Algunos locales comerciales están cerrados y éstos anuncian en su mayoría alquileres o traspasos. No obstante, los bazares, tiendas y bares que sí siguen abiertos transmiten una sensación de bullicio. En sus puertas se confunden clientes autóctonos del barro y comerciantes chinos y magrebíes. Un hombre sentado junto a la puerta trasera de salida dice a un vecino con el que acaba de encontrarse: "Ahora voy de vuelta pa Málaga". En la puerta de un Quitapenas, otros hombres, vestidos con mangas cortas y con afeitados no precisamente depurados, observan el paso del autobús.

Ya en la primera parada de la carretera de Almería bajan nueve pasajeros, y en la segunda cinco. Una joven se despide del chófer con dos besos. En la calle Leopardi termina de apearse toda la tripulación salvo el cronista. El bus llega finalmente a Playa Virginia a las 11:40. Hace calor. Fin del trayecto.

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