Una cloaca histórica bajo los pies de la ciudad
Los trabajos en un tramo del colector que discurre por el foso de la antigua muralla de la ciudad han permitido evaluar su interior tras un derrumbe
Las entrañas de la ciudad esconden un auténtico laberinto de cloacas, alcantarillas y conducciones difícilmente imaginable que adquieren vida propia bajo nuestros pies. Es la cara invisible del entramado urbano, pero fundamental salvaguarda de la ciudad que bulle en el exterior. Fenicios, romanos y árabes definieron el trazado de muchas de las que conformaron siglos después la red de saneamiento de la Málaga moderna. Pero sólo una de aquellas originarias vías de evacuación sigue siendo utilizada en la actualidad como un colector convertido en arteria básica del centro histórico, con la excepcionalidad de formar parte de un Bien de Interés Cultural (BIC) y testigo directo de su historia.
Su función era militar y constituía uno de los primeros obstáculos que debían superar los atacantes que pretendían asaltar la ciudad a través de la férrea muralla levantada en el siglo X, en los albores de la ocupación árabe. El foso tenía casi tres metros de profundidad y otros de ancho que lo hacían infranqueable para los enemigos, y un canal artificial idóneo para evacuar las aguas tanto fecales como pluviales de todos los arroyos, que discurrían por la zona alta del centro histórico y que suponían un verdadero riesgo cuando llovía de forma torrencial para esa parte de la ciudad.
El tramo, que discurría entre el la zona de Mundo Nuevo y el principio de la calle Carretería a la altura de la conocida como Tribuna de los Pobres, poco a poco se fue consolidado como colector en el siglo XVIII a medida que numerosas casas se fueron adosando a la muralla sin permiso como un fenómeno que pronto se descontroló. La única solución que encontró en aquellos momentos el Cabildo Municipal, según contó la arqueóloga Ana Arancibia, fue autorizar la construcción de estas viviendas en todo el trazado de la muralla entre la puerta de Granada y puerta Nueva "a cambio de que cada propietario cubriese y limpiase la zona de foso sobre el que se asentó con su propio dinero conformando un colector a trozos por el que discurrirían todas las aguas negras de la zona".
Desde aproximadamente el año 1750 ha permanecido prácticamente inalterable aquella amalgama de obras individuales que dieron lugar a un colector embovedado de alrededor de un kilómetro, que desembocaba en el río Guadalmedina, a base de ladrillo macizo, mampuestos y mortero de cal.
Pero el paso de los años y el difícil mantenimiento de una infraestructura tan particular sobre la que se consolidó una importante zona residencial de la ciudad, le han ido pasando factura hasta el punto de que hay tramos que no han resistido los avatares del tiempo. Fue lo que ocurrió hace ahora casi diez años se produjo un socavón de algo más de un metro en el interior de uno de los inmuebles situado en el tramo comprendido entre el número 90 de la calle Carretería y el número 4 de la Plaza de San Pedro de Alcántara, lo que dejó entrever el derrumbe que se había producido en la bóveda original del antiguo colector.
Pero a simple vista, Rafael Pozo García-Baquero, el arquitecto encargado del diseño y ejecución del proyecto posterior de restauración junto a Ana Arancibia como arqueóloga de la empresa Taller de Investigaciones Arqueológicas, explicó que "el daño no parecía más grave", pero cuando pudieron acceder al interior de la cloaca comprobaron que las consecuencias del derrumbe habían afectado de lleno a la bóveda y había dejado al descubierto incluso parte de la alzada del foso y de la muralla medieval.
Aún así, tuvieron que transcurrir más de nueve años hasta que pudiera llevarse a cabo la reparación de este derrumbe que terminó afectando a un tramo de casi nueve metros. La obra, promovida por la Gerencia Municipal de Urbanismo del Ayuntamiento e Málaga y financiada por la Empresa Municipal de Aguas (Emasa) por un importe de 37.600 euros, se hizo entre el 29 de julio y el 13 de septiembre del año pasado justo antes de que comenzara la temporada de lluvias.
No fue tarea fácil. "Hubo que sanear todas las injerencias directas sobre el tapial de la muralla porque el agua ya había llegado hasta allí", indicó el arquitecto, que además resaltó que tuvieron que trabajar con el riesgo de derrumbe de otros tramos de la bóveda y la concentración de gases por la acumulación de las aguas fecales en su interior.
Un arquitecto, dos arqueólogas, un jefe de obra y un máximo de cinco peones formaron el equipo encargado de devolver al colector la estabilidad pérdida tras el derrumbe mediante técnicas de reconstrucción incompatibles con el BIC que había que proteger. Para ello, se usaron los mismos materiales con los que se recubrió el foso en el siglo XVIII y se colocaron placas de material de hiato entre la mampostería nueva y la antigua muralla para garantizar su protección. La bóveda también se logró restaurar con la forma original gracias a la colocación de una cimbra de madera y el resultado fue espectacular.
Pese a las dificultades, la restauración de este tramo del céntrico colector supuso un auténtico hito en una infraestructura patrimonial que "requiere más protección y mantenimiento porque si se deteriora se corre el riesgo de que la ciudad pierda su identidad y personalidad", advirtió Arancibia.
Sobre todo porque ya son pocos los que se conservan. En las calles Alcazabilla, Granada, Larios, Císter o la zona de la Aduana quedan vestigios de estas antiguas canalizaciones que, aunque sin ser vistas, forman parte de la historia de la ciudad.
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