De la 'cochinita' al Metro en un siglo
Una anciana que cumplirá 101 años el próximo mes de junio y el último jefe de estación del antiguo tren en El Palo descubren el suburbano malagueño


Año 1968. José, picador en mano, repite con gesto cotidiano el mismo acto a cada diez segundos. Recoge el tique que le tiende el pasajero y con un movimiento sutil deja en el papel la huella de un triángulo. Esa es la labor que, desde hace años, ejerce José en la estación de El Palo del tren que hace el recorrido entre Málaga capital y Zafarraya, conocido como la cochinita. A sus algo más de 40 años, este jefe de estación asiste a los últimos días de funcionamiento de un ferrocarril que forma parte de la historia de la provincia de Málaga. Mientras se afana en su ejercicio matutino, Carmen se sube en esta misma parada con dirección a Rincón de la Victoria y, como el resto de viajeros, le tiende su pequeño billete para que lo valide.
La escena aquí descrita es imaginada, dibujada con los retazos de una realidad pasada que, a pesar de todo, pudo haber tenido lugar, aunque ninguno de sus protagonistas tiene recuerdo de ello. Pero si 44 años atrás Carmen no subió al tren donde José trabajaba ni reconoció al entonces jefe de estación, sí lo hizo el pasado viernes. Ambos, testigos vivos de un tiempo en el que no era común ver hileras de coches aparcados en el entorno de la Alameda Principal y en el que ir de un punto a otro de la urbe se hacía en tranvía, se dieron las manos en lo que hoy sustituye al antiguo ferrocarril urbano, el Metro.
A sus 100 años (a punto de cumplir los 101 el próximo mes de junio), la una, y con 87 años, el otro, Carmen y José cumplieron el anhelo de tocar el material del que está hecho el tren que recorrerá las entrañas de la urbe a partir de febrero de 2013 y de oír, como lo harán los millones de pasajeros que harán uso de este medio de transporte, la campana que, casi a modo de trono de Semana Santa, indique el inicio de sus recorridos. Lejos del chucu-chu y del olor a carbón de la cochinita, José mira emocionado cómo se mueven los vagones con la potencia de la electricidad, mientras Carmen se agarra con fuerza inusitada para sus años a las barras dispuestas en mitad de pasillo.
"Lo mismo coincidí alguna vez con él en el tren", dice Carmen, que asegura que cuando nació "casi no había coches". Eran los años, tira de memoria, en los que el Parque y la Alameda Principal mostraban un aspecto más verde y frondoso, lejos de la autovía urbana en la que hoy se han convertido. Su voz refleja el testimonio de una anciana que redescubre una ciudad que poco tiene que ver con la que caminó en su juventud, en la que la calle Cuarteles "era terrizo". Catorce años lleva viviendo en el asilo de las Hermanitas de los Pobres, situado junto a la estación Málaga-María Zambrano.
Como José, Carmen quería conocer qué era eso del Metro, eso de lo que tanto leía en los periódicos y de lo que tanto hablaba la gente. Y el pasado viernes lo hizo de la mano de los que controlan el presente y el futuro de este proyecto, con Enrique Salvo, director del suburbano, y Fernando Lozano, gerente de la concesionaria, al frente. "No sabía que estaba esto", dice Carmen antes de ironizar señalando a su sobrino, José Luis, como responsable de que ella hable desde el mismo interior del tren. "Me ha liado", dice.
El lío en el que está le hace feliz. Lo delata su manera de mirar cada elemento del tren, de los talleres y cocheras del suburbano, junto a Los Asperones, en la sonrisa cómplice que traslada cuando Salvo le pregunta por cómo lo está pasando. Lejos de los debates que antaño anquilosaron el desarrollo de esta infraestructura y, probablemente, recordando aquellas décadas en las que Málaga disfrutaba de tranvía, Carmen no tiene dudas cuando ensalza la importancia de esta obra. "Es una novedad, es una cosa importante para Málaga".
A punto de cumplir los 101 años, relata la mujer de su sobrino que todos los días hace crucigramas, sudokus con los que desarrollar una mente tan extensa como vida como lleva en su cuerpo. "Yo no creía que estuviésemos aquí", confiesa con el mismo tono que emplean los niños ante las sorpresas de verdad.
A Carmen le toca compartir la alegría con José. El último jefe de estación que tuvo el ferrocarril de Málaga en El Palo. Historia viva del tren en la provincia, sobre el que los años no pasan en balde, pero en cuyos ojos se contempla una manera especial de entender los vagones que tiene ante sí. "¿Contento?", le pregunta Salvo, a lo que José, casi como un susurro, responde: "Divino". Casi muestra deleite cuando tiene la oportunidad, en el interior del habitáculo reservado para los conductores del suburbano, de pulsar la campana de inicio de recorrido.
"Me trae recuerdos de una pila de años... Esto no se parece en nada a lo que había en aquella época", explica en compañía de su hijo, Manuel. Éste cuenta que el trabajo que desempeñaba su padre como jefe de estación no consistía sólo en picar los billetes de los pasajeros, sino que incluía también el control de todos los detalles necesarios para que el tren pudiese salir. "Como ya se conocían todos, se daban anécdotas cuando tenían que esperar porque faltaba algún pasajero habitual", cuenta Manuel.
No es la primera ocasión en la que José toma contacto con el Metro. Un año atrás, más o menos, los responsables del suburbano lo invitaron a visitar el desarrollo de los trabajos de construcción. "Fue una sorpresa muy grande para él, una inyección de vitalidad enorme, había que estar detrás de él, porque iba por todos lados con el bastón". El siguiente paso, ya cumplido, era el de subirse a uno de los trenes. "Salvo le ha prometido que antes de que se inaugure le darán un paseo bajo el túnel", cuenta Manuel, que explica cómo su padre lleva meses ansioso por cumplir esa especie de sueño.
El corto periplo por entre las entrañas de talleres y cocheras es aprovechado por el director del suburbano para explicar algunos detalles de los trenes y del proyecto, del que se mostró convencido estará plenamente en servicio a lo largo del año 2015. Mucho queda aún para que el Metro alcalde su estación término en La Malagueta, antes de la cual los pasajeros habrán de bajarse en la de El Perchel, en febrero de 2013.
Al inicio de la visita a los talleres y cocheras del Metro en Los Asperones, donde tuvo lugar el recorrido, José porta en su mano un pequeño obsequio. Arropado por una funda de cuero negra, el que fuera último jefe de estación de la cochinita le entrega al director del Metro el último picabilletes que tuvo en sus manos, el mismo con el que, quizá, marco con tan singular triángulo el billete de Carmen.
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