Tribuna de Opinión

La competencia y la incompetencia como terapia de la felicidad

Alumnos del colegio Manuel Altolaguirre, de Palma-Palmilla, jugando en uno de sus campos. Alumnos del colegio Manuel Altolaguirre, de Palma-Palmilla, jugando en uno de sus campos.

Alumnos del colegio Manuel Altolaguirre, de Palma-Palmilla, jugando en uno de sus campos. / Javier Albiñana

Escrito por

Miguel Ángel Muñoz. Dtor. CEIP Manuel Altolaguirre

Los libros de autoayuda han proliferado en la sociedad a la misma velocidad que los seres humanos vamos involucionando a niveles cada vez más preocupantes. Sociedades modernas, con herramientas nunca vistas en nuestras manos, no somos capaces de digerir las diferentes situaciones calamitosas que se nos van presentando y sin tiempo para poder asimilarlas. Y, aun así, seguimos queriendo mantener nuestro estado de bienestar e incluso aumentarlo. Ante tanto problema existe la dificultad de encontrar soluciones; aun cuando sabemos que todo problema tiene su solución.

Todos esos libros de autoayuda antes mencionados tienen en común que tratan de transformar las palabras en emociones y sentimientos al igual que en estímulos. Sirven para ayudar al obeso a controlar su ansiedad, al desordenado a dejar la entropía como su mejor amiga, al tímido a ser más lanzadito y así cientos de temas que nos hacen a las personas imperfectas e infelices.

La solución, al final, siempre está en las manos de cada uno de nosotros. Todos los autores llegan más o menos a las mismas conclusiones, la competencia y la incompetencia tienen mucho que ver en todo esto. Si hay algo en común en todo este maremágnum de situaciones es que también se ven implicados los dirigentes que nos gobiernan (dando igual las tendencias). Ocurre en todos los estamentos que se rigen por esos “principios competenciales”; con la diferencia de que sus decisiones influyen en nuestras vidas y en generaciones enteras.

A nivel emocional, familiar, profesional… nosotros también montamos nuestros circos particulares de siete pistas; les damos de comer a psicólogos y abogados tanto especialistas en civil, como en penal, no siendo capaces por la mala gestión competencial de gobernar nuestras propias vidas. La competencia se define, a lo vasto, como la capacidad se hacer algo; del mismo modo la incompetencia como la no capacidad de hacer ese mismo algo. Pero además la literatura habla de subtipos de competencias e incompetencias como son: la competencia consciente, la competencia inconsciente, la incompetencia inconsciente y la incompetencia consciente.

Aquí se introduce un concepto nuevo que es la de consciencia e inconsciencia que viene a ser si nos damos cuenta de las cosas o estamos a por uvas. Vivir con gente competente o ser competente es lo ideal evidentemente; y que los que nos gobiernan o nuestros jefes fueran de este modelo es como una lotería social. Las personas competentes no suelen generar problemas ya que el competente no los crea y si se producen busca la solución. En el competente la consciencia o inconsciencia es un mero trámite, porque es competente con esfuerzo o lo tiene tan asimilado que lo hace de manera natural.

Cuando hablamos de incompetencia es cuando la cosa se complica ligeramente, ya que nuestra tendencia de humanos es ser imperfectos, defectuosos de fábrica y algunos con un gen de mala leche bastante significativo. Es una herramienta electoral bastante usada, motivo de la mayoría de los divorcios y de una vida carente de felicidad y de alegría. Es cuando se usa la incompetencia como arma arrojadiza y no como para lo que creo que personalmente está, que es darnos la verdadera felicidad y convertir nuestros talentos personales en regalo para los que nos rodean.

Todo el mundo vale para algo y es competente en algo. El problema radica en forzar la máquina en algo para lo que no se sirve o exponer a nuestro cuerpo a cosas para lo que ni en cinco vidas podrás alcanzar. La incompetencia consciente es la que hace un mayor daño, porque a sabiendas de que eres un membrillo, insistes en llevar a generaciones al abismo; tomando decisiones que a todas luces son una aberración y una locura, creando dolor y sufrimiento inútil. Ejemplos en la historia hay unos cuantos.

Además, este tipo de perfil canta mucho, ya que afortunadamente, lo bien hecho de lo mal hecho es muy diferenciable. La incompetencia inconsciente es la que demuestran las personas que realmente no saben que lo hacen mal; ni tienen la capacidad de discernir lo que hacen. Es una de las funciones de la educación tanto familiar como escolar; aunque la escuela con las diversas leyes educativas vaya olvidando, poquito a poco, esta función tan fundamental.

La felicidad, por tanto, es conseguir que tus incompetencias vayan pasando a conscientes tomado las decisiones para que sean cada vez más competentes y que se contagie mediante un virus llamado SENTCOM-23 (sentido común año 23), se convierta en pandemia y contagie a los cráneos privilegiados que nos dirigen desde la incompetencia consciente. Con ello conseguiremos más personas como Jacinda Ardern (primera ministra de Nueva Zelanda) consciente de sus competencias, que nos enseñe el camino a seguir y las generaciones puedan vivir en tranquilidad sin miedos a que les caiga un misil encima.

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