Lo que no se compra no existe

Consumir es un derecho y en una sociedad capitalista como la nuestra constituye además una satisfacción l Tras la orgía navideña, las rebajas mantienen en alza esta bendita manera de participación cívica l Pero ¿por qué regla de tres la cafetera de Nespresso nos hace más demócratas?

Colas para comprar en la calle Nueva. ¿Quién no se llevaría a casa al guarda de seguridad por un módico precio?
Colas para comprar en la calle Nueva. ¿Quién no se llevaría a casa al guarda de seguridad por un módico precio?

08 de enero 2010 - 01:00

CLARO, con los regalos de los Reyes Magos ya desempaquetados es muy fácil hablar. De hecho, quien aquí escribe es desde el pasado miércoles feliz poseedor de la discografía completa y remasterizada de The Beatles, un argumento de peso para no escuchar otra música durante los próximos 20 años. Pero no me refiero tanto a los artículos que son regalados, y menos aún los sufragados por sus Majestades, como a los que uno compra a golpe de tarjeta para tener un detalle en Navidad (ah, bueno) o para hacerse con un chollo en las rebajas. Hace ya algunos años leí un artículo de Jon Juaristi en el que, frente a los apocalípticos (incluso el tono recordaba vivamente a los integrados de Umberto Eco) que advertían de los males del consumo como gasóleo del capitalismo más injusto e insolidario, el autor vasco se reivindicaba como consumidor y defendía la idea de que adquirir a cambio de dinero artículos no sólo de primera necesidad, sino constitutivos del capricho y satisfactorios del ocio, constituía un placer a cuya revocación nadie puede obligar. No sé si las miles de almas que abarrotaban el domingo pasado la Fnac de Málaga Plaza hasta las escaleras mecánicas (desistí nada más meter las narices en la calle Hilera) habrán leído a Juaristi, pero lo cierto es que, aun con la conciencia perjudicada por el miedo al extracto bancario que llegará a fin de mes, resulta difícil no darle la razón. Lo malo (y lo bueno) de tener la redacción en plena calle Larios durante el periplo navideño es que no tienes excusa: puedes bajar en cualquier momento, a ver si aquí encuentro el telescopio para Antoñito, y lo tienes todo al alcance. Aunque haya que guardar colas enormes y entrar a la pelea como un gato sin castrar para no ser borrado del mapa. La cuestión es que no sólo he disfrutado del hecho de comprar, de firmar el recibo tras pasar la tarjeta y pensar, puedo comprarlo, lo compro, también de ciertas estampas familiares, padres primerizos dejándose el sueldo de dos meses para la primera epifanía de su primogénito en el Toys r'Us, abuelos guiados por las manos de sus nietos, pero qué es lo quieres si aquí no veo más que cabezas, antiguos camaradas que se hacían con objetos para regalarlos y recuperar alguna amistad perdida, (lo juro, en el Superskunk de calle Granada) a ver si le gusta al cabezón de Jorge y hacemos las paces. Ahora, en las rebajas, todo es diferente, más onanista, menos solidario. Muchos compran con la boca pequeña y quienes lo hacen a todo trapo airean su pecado, no su orgullo. Pero el derecho, claro, es el mismo. Total, que si los de siempre querían que se comprara mucho para que la maltrecha economía se doliera menos del tiro en la nuca, en Málaga, donde incluso adelantaron la inauguración del alumbrado malagueño para que el fuego prendiera con antelación, no podrán poner muchas pegas. Se ha comprado a destajo. Si a la Catedral le hubieran puesto un precio, alguien la habría pedido con un lazo. Ni siquiera habría esperado al remate de la segunda torre.

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