Málaga

La conquista de Santa Inés

  • La línea 8 de la EMT es en su largo trayecto una batería de mundos en colisión, una extracción de la Málaga urbana y fronteriza en la que muchas ciudades conviven para mayor fortuna del contraste

Son las 11:35 y el autobús de la línea 8 de la EMT, un largo vehículo articulado en dos módulos, sale de su parada en la Alameda frente a la iglesia de Stella Maris con 14 pasajeros a bordo. Hay muestras representativas de varias categorías sociales: una señora mayor vestida de negro desde el cuello hasta los pies, parapetada en el asiento ubicado justo detrás del conductor, con una melena blanca rizada y un periódico gratuito en las manos; una madre que ha dejado el carrito de su bebé sin plegar en la zona habilitada a tal efecto, mientras ella juega de pie a hacer muecas al pequeño, que ríe entretenido; y un tipo sentado en la parte trasera con chaqueta de cuero, una amplia cicatriz en la mejilla izquierda y flequillo de rocker, que va canturreando algo de flamenquito mientras se marca el compás aporreando el respaldo del asiento delantero. Sólo dos mujeres sentadas en la zona intermedia conversan sobre una tercera en discordia. Al llegar a Hacienda el tráfico es denso. En la rotonda que señala el comienzo de la calle Hilera, detrás de El Corte Inglés, algunos peatones cruzan de manera peligrosa por la carretera, sin semáforos ni pasos de cebra. Las dos mujeres que van charlando señalan el nuevo busto instalado en la rotonda, una misteriosa escultura realzada por un monumental pedestal blanco. "Algo tiene que ver con La Esperanza", dice una de ellas.

En la parada de la calle Hilera sube una joven con chaqueta vaquera blanca y botas altas que habla por el teléfono móvil. Después de comprar el billete a cambio de una ingente colección de calderilla, se siente en la parte trasera, cerca del tipo que canturrea, sin dejar de atender al interlocutor. En el cruce con Armengual de la Mota el atasco es ya notable. El número de locales comerciales que anuncian su traspaso o alquiler parece haber crecido en las últimas semanas. Ni en la parada de esta calle ni en la Mármoles se produce intercambio alguno de viajeros, pero a la altura de una panadería decorada al estilo francés que anuncia por todo lo alto la venta de producto para celíacos alguien solicita bajar en la siguiente. En la primera parada de Martínez Maldonado se apean dos viajeros y suben siete. También se trata de un grupo heterogéneo: dos mujeres cargadas de bolsas que vienen de hacer la compra, tres estudiantes con carpetas repletas de apuntes y dos hombres mayores no precisamente apresurados. En las anchas aceras de la calle los bares lucen sus terrazas, todas vacías. Un negocio tipo compro oro presenta en su puerta el siguiente reclamo: In gold we trust. En la segunda parada, pasado el cruce con Eugenio Gross, no baja ningún pasajero pero suben cinco, entre ellos un cuarentón con un chándal azul demasiado ajustado y otra chica que viste botas de cuero altas muy parecidas a las de la anterior y unos auriculares vistosos. En otra parada de autobús, a la misma altura pero en sentido contrario, dos albañiles vestidos con camisetas blancas manipulan agachados unos montones de ladrillos. Uno muestra con más generosidad de la debida su hucha a toda la galería.

En la tercera parada de Martínez Maldonado, en Las Chapas, bajan dos pasajeros y sube un estudiante con barbita y pelo largo, tocado con una gruesa rebeca blanca y otros auriculares. El chico se sienta justo al lado de la portadora de los otros auriculares, de manera que en el autobús queda acotada un inconfundible área musical. En la cuarta parada de la calle sube otra joven estudiante y una mujer que lleva un largo rollo de papel de regalo. Otras dos chicas, también estudiantes, suben en la primera parada de la Avenida de Carlos Haya. En la segunda, ya cerca del Hospital bajan dos pasajeros y suben un total de 32, todos estudiantes, que se distribuyen por todo lo largo del autobús. Un grupo se queda de pie en la rueda de conexión de los dos módulos. "Vamos a quedarnos aquí, que es como la Feria", dice un tardoadolescente demasiado castigado por el acné. Otros dos compañeros narran una hazaña nocturna por la que la policía terminó pidiéndoles la documentación. Dos chicas comen una bolsa de patatas Ruffles y ofrecen a un jovencito que viste un polo de Lacoste blanco. "Si quieres más, coge", le dice una de las muchachas. Ya en el Hospital hay un trasiego notable de entradas y salidas. Una ambulancia pide paso. Al menos cinco miembros del personal sanitario han salido a la calle a hablar por el móvil sin quitarse sus batas blancas. En la tercera parada de la avenida suben cuatro pasajeros, entre ellos un señor grueso, enrojecido, calvo, con una rebeca azul echada en los hombros, que se sienta junto a un estudiante que revisa unos apuntes. Ni en la cuarta parada ni en la quinta de la avenida se producen intercambios de pasajeros. En la zona intermedia del autobús confluyen dos conversaciones mantenidas por estudiantes: unos cuentan a sus oyentes algo parecido al guión de un cortometraje de ciencia ficción que quieren rodar; los otros están organizando una fiesta. "En 2010 ya había máquinas del tiempo", dice un joven en el seno del primer grupo. "Tráete condones", dice otro en el segundo. En la sexta parada de Carlos Haya bajan tres personas, entre ellas la mujer del papel de regalo. En la séptima, junto a la residencia militar Castañón de Mena, baja un viajero. El chico del polo blanco dice a un compañero: "Me han ofrecido salir en La Esperanza, pero no sé". Se refiere a salir en una banda de música. Los que van organizando la fiesta estallan en carcajadas por algún chiste.

En la primera parada de la calle Navarro Ledesma, junto al Parque del Cine, no hay intercambio de pasajeros, pero en la segunda suben dos y bajan cuatro. En la tercera suben tres mujeres con carritos de la compra. En la Colonia de Santa Inés el paisaje humano es de hecho mayoritariamente femenino: los pocos hombres que se ven están sentados a las puertas de los bares. En la cuarta parada baja una joven que sale disparada, con mucha prisa. Uno de los que iban narrando el guión de su película pregunta a otro: "¿Te digo quién muere al final?" Y el otro responde: "No me lo digas. ¡Muere Bob Esponja!" En la primera parada tras el cruce con Diego Fernández de Mendoza baja un pasajero. Tras la rotonda, el autobús enfila por la avenida José Ribera en dirección al Campus de Teatinos. En el paisaje se sortean casas antiguas, supervivientes del antiguo núcleo periurbano de la Colonia, con urbanizaciones construidas en las últimas décadas. Hay bares con escasa clientela, comercios variopintos y locales cerrados. Tras dos paradas sin intercambio de pasajeros, en la tercera, ya junto a la Biblioteca de la Universidad, suben tres viajeros y bajan un total de 25 estudiantes. Pero, nada más caer en tierra, unos cuantos se detienen y uno que todavía no ha terminado de bajar pregunta al chófer por la Facultad de Medicina. El conductor les aclara que la parada correcta es la siguiente, o la siguiente a ésta. Así que un total de trece jóvenes que habían bajado vuelven a subir tras pedir permiso. "¿Hay que volver a sacar el billete?", pregunta uno de ellos para risas y burlas de los demás. Están allí de visita, procedentes posiblemente de un instituto de secundaria. En Medicina bajan los 13 y algunos más hasta que en el autobús sólo quedamos 14 pasajeros. En el Hospital Clínico bajan dos usuarios y suben tres. Ni en la calle Edo ni en la Avenida de Plutarco se producen intercambios, pero en la Avenida Parménides suben cuatro personas mientras algunos deportistas juegan al paddle en las pistas contiguas. El autobús enfila entonces por El Romeral hasta Torre Atalaya. Son las 12:23. Fin del trayecto.

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