La conquista del espacio
Señalado por una de las densidades de población más altas de Europa y por una geometría imposible, la que fuera última promoción de viviendas de Franco en Málaga es hoy un crisol tranquilo y autónomo
En ocasiones, el olor de un guiso en plena calle devuelve al caminante a su infancia. La nostalgia se acrecienta cuando la olla imaginada se perfila en alguna de las ventanas abiertas, y entonces sí, no hay duda, hubo una época en la que eran habituales estos aromas, en que la ciudad era una cuestión de vecinos, de proximidades. Entre la avenida Ortega y Gasset y el camino San Rafael, en el distrito de Cruz de Humilladero, el barrio de Santa Julia contiene no pocas de estas sorpresas, que los urbanitas, pobres criaturas con los sentidos atrofiados, reciben a menudo con estupor. Invadido en sus aceras por el tráfico detenido, este enclave mantiene no obstante su placidez de villa incardinada en las mismas entrañas de Málaga, como un remanso abierto en medio del ruido. Hay vecinas que conversan en corro a las puertas de las casas, niños que juegan al fútbol con absoluta libertad en plena calle (privilegio extraño donde los haya), hombres que discuten sobre la avería que mantiene a un coche aparcado y con el capó abierto. La ropa se luce tendida en las ventanas, mientras algunos tramos del tendido eléctrico se pasean peligrosamente a escasos centímetros de las ventanas. Los naranjos están cargaditos, aunque los árboles más característicos del barrio son esa especie de ficus con forma de barril. El mestizaje es aquí norma común: no faltan mujeres con velo islámico, africanos que pasean a sus perros ni argentinos empeñados en poner todas las coronas del mundo en la cabeza de Messi, mientras dan con dos cafés en el bar de la esquina de la calle Doctor Mañas Bernabéu. Una sensación de placidez recorre todo el paisaje, recortado, hecho como a trozos. En la misma calle, el videoclub Harmony, uno de los más antiguos de la ciudad, mantiene su clientela habitual. Hay tiendas de moda con ofertas que llaman la atención poderosamente en los escaparates, peluquerías y alguna academia de baile desde la que se escuchan los taconeos. Pero todo ocurre inevitablemente cerca: las distancias aquí siempre son cortas, porque el espacio urbano no permite demasiadas expansiones. Una chica reparte publicidad y deja sus folletos en los parabrisas de los coches, y hay que cruzarse con ella sin más remedio por estas otras calles, bautizadas con nombres de palos del flamenco, incluidos la Caña y el Polo. Tiene trabajo por delante. Vuelve a oler a comida, pero esta vez puede ser cuscús. Los gatos se adueñan de las esquinas y un perro los observa desde su ventana.
La promoción de viviendas de Santa Julia se construyó a finales de los 60 (el proyecto corresponde a 1967) y fue la última que realizó Franco en la ciudad. Todo el barrio está consagrado a estos bloques uniformes de cuatro plantas, sencillos, con pisos de dimensiones modestas. El trazado urbanístico se hizo con una premisa fundamental: el aprovechamiento del espacio al máximo. Por eso, aunque las alturas no son aquí decisivas, Santa Julia fue durante muchos años el barrio con mayor densidad de población de Europa (en el ranking le siguen muy de cerca La Luz, La Paz y también La Unión). Esta naturaleza se percibe de manera inmediata en algunos recodos: en la parte más próxima al camino San Rafael, los edificios están tan cerca que, si hubiera ventanas en esos muros, los vecinos podrían darse fácilmente la mano. Y, sin embargo, en Santa Julia también hay plazas, soportales, áreas peatonales. En determinada concepción urbanística, se consideró que el espacio para respirar debía formar parte de la inversión precisa. La extensión triangular que ocupa el barrio es así una mezcla de muchas cosas, de aperturas y cierres, de ampliaciones y reducciones, pero el conjunto es habitable. Y, cabría decir, sorprendentemente doméstico, a pesar de las incomodidades que se deducen fácilmente de la falta de suelo.
En algunos tramos la suciedad ha tomado con demasiada impunidad las aceras. Se ven no sólo envoltorios y plásticos, también ropas viejas y enseres inútiles que han sido lamentablemente esparcidos sin mucho criterio. Pero los vecinos de Santa Julia tendrán una estación de Metro bien cerca, y además disponen de todo tipo de tiendas a su alcance entre el camino San Rafael y la calle La Unión. Una mujer que trae una bolsa de una zapatería se muestra encantada cuando se le comenta el asunto: "Pues sí, la verdad es que aquí hay de todo. Se puede comprar ropa más barata que en el centro y de igual calidad". Otro vecino señala como principal problema la antigüedad de algunas casas: "Algunas familias tienen problemas con humedades y algunos servicios básicos". Un simple vistazo basta para comprobar que algunos bloques han sido reformados, o al menos pintados, recientemente, mientras otros mantienen intacto el prisma original. "Los pisos son muy chicos, y como ahora los jóvenes lo tienen difícil para instalarse por su cuenta, las familias lo tienen difícil para repartirse el espacio", apunta el mismo señor. La conquista del espacio aún no ha terminado.
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