Coronavirus en Málaga

El ‘invierno’ invade la costa

  • La ciudad de Marbella, uno de los principales destinos turístico de lujo del sur de Europa, se prepara para afrontar una temporada alta copada por la incertidumbre del Covid-19 

Una mujer cruza la avenida Ricardo Soriano, en Marbella.

Una mujer cruza la avenida Ricardo Soriano, en Marbella. / M. J. S. (Marbella)

Un invierno prolongado se avecina y parece asolar la Costa del Sol, y a pesar de su famoso microclima, Marbella se prepara para un cierre indefinido con esta pandemia de Covid-19 con la que el combate a la estacionalidad parece jugar a la inversa y con la incertidumbre de que el negocio del sol pueda hacer su agosto este 2020.

La ciudad registró el pasado mes de febrero un total de 141.190 pernoctaciones y 47.279 viajeros, según la encuesta de ocupación hotelera que realiza el Instituto Nacional de Estadística (INE), siendo éstos los últimos datos recabados del sector antes de decretarse el estado de alarma por la pandemia de coronavirus, y que pueden resultar los mejores que arroje el destino turístico en este año atípico.

La llegada de visitantes este verano está en entredicho y en pleno inicio de la temporada alta faltan extranjeros perdidos, cruzando las calles sin mirar, tours de mayores siguiendo un pañuelo en el aire y colapsando las estrechas calles del casco antiguo o grupos de jóvenes que gritan su alegría por las calles del municipio. No hay turistas portando toallas al hombro o sombrillas al aire dispuestos a masificar las playas, viandantes medio tostados luciendo zapatillas con calcetines ni el vendedor ambulante con su pirámide de gorros. Tampoco coches deportivos de última generación haciendo rugir sus motores con melenas y calvas al viento. Las aglomeraciones se concentran estos días extraños en las inmediaciones de los supermercados y de las farmacias.

Es un viernes a las dos de la tarde, hora punta. Ya no hay agentes regulando los desplazamientos en los entornos de los colegios y parece que el levantamiento de la hibernación al sector industrial inyecta algo de vida en Ricardo Soriano, la arteria principal de la ciudad. Dueños de perros paseando a sus mascotas o carritos de la compra invaden la vía de manera tímida pero continuada, al igual que el tráfico rodado, protagonizado en gran parte por empresas de servicios y vehículos de reparto a domicilio. Una obra de mejora de los viales continúa en la esquina de la calle Valentuñana mientras los peatones pasan al lado con sus bolsas.

El transporte urbano preside la calzada, casi vacío, con algún que otro usuario. “No hay casi nadie. No tenemos contacto con nadie, la primera fila está anulada y toda la gente se sube y se baja por detrás”, señala Antonio Triano, conductor de la línea 1, que conecta el norte de la ciudad con Puerto Banús. Cuenta el descenso de viajeros que el servicio ha experimentado con el estado de alarma: “Hemos pasado de 600 ó 700 viajeros que teníamos a 20 ó 30 en un turno de ocho horas”.

Es un sábado cualquiera a las 17:00 horas en la segunda quincena de abril. El repicar de las campanas de la Iglesia de la Encarnación irrumpen en el centro histórico con algún televisor de fondo. De la muralla del Castillo aún cuelgan algunas insignias recordando esa Semana Santa que nunca se celebró. Un mirlo juguetea en la fuente que corona la plaza del templo santo y su negro destaca entre el fondo de grises y blancos que componen el empedrado y las viviendas del espacio. La desolación invade los sentidos al dejar atrás persianas de comercios echadas, restaurantes cerrados y patios vacíos donde habita la industria de la felicidad. Ya no hay mesas ni sillas que esquivar en la Plaza de los Naranjos y el alumbrado automático de la fachada de un suntuoso negocio de restauración se activa sin saber que ese día no habrá función. Una patrulla de la Policía Local visita el lugar y llama la atención a una periodista que porta una cámara fotográfica. Sigue su camino por el desierto comercial en el que se ha convertido el casco antiguo de Marbella.

Paseando por la calle faltan restaurantes, clubes de copas, camareras apurando un cigarro en la esquina del bar y una amplia oferta comercial derrochando estilismo, donde el marrón del papel de embalar ha sustituido en muchos casos a los ostentosos escaparates del centro, muchos para resguardar los productos de los rayos solares, otros para vaticinar un vacío de locales que se ha extendido al exterior.

El silencio inunda las calles de la ciudad vieja y solo es interrumpido en la Plaza África por los susurros del agua cayendo en la fuente Virgen del Rocío, situada más abajo, en el Parque de la Alameda, imperceptible por estos lares hasta que el estado de alarma ha copado la vida de las urbes. Un coro de taxistas mata el tiempo en la parada del céntrico parque: “He entrado a las dos y media, mira la hora que es y sigo sin clientes”, lamenta Juan Díaz. El conductor asegura que “en Marbella hay unos 328 taxis que trabajan todos los días en una temporada normal y estamos trabajando a diario unos 40”, valorando que la demanda del servicio ha caído un 85%, que en la actualidad se reduce a recorridos a “los centros médicos, los ambulatorios o los supermercados”.

Una mujer pasea a su perro peludo por la pequeña selva urbana, desolada. Un indigente busca sin éxito monedas en una cabina telefónica. Continúa su paso cargando su mochila, dejando atrás las sillas apiladas de la cafetería anexa al casino. Las estatuas de la Avenida del Mar custodian el paseo de mármol que nadie pisa, mientras señoras desde los balcones invitan a despejar la vía blandiendo la mano al grito de “venga, venga”. Otros, miran el Mediterráneo desde sus hogares conversando por teléfono o realizan largos paseos en sus céntricas terrazas. Otras viviendas permanecen vacías a la espera de ser ocupadas.

La costa está envuelta por un gris plateado. La playa de La Venus, que avistaba el propio Walt Disney en la década de los 50 del pasado siglo cuando acudía a la Costa del Sol a descansar acompañado por su perro Pluto para alojarse en el hotel El Fuerte, hoy cerrado; luce hoy comida por las olas. Una montaña de arena apilada espera a ser extendida y socavones a ser rellenados. Una mujer de mediana edad reposa escondida a la sombra de unas hamacas acopiadas. Cuenta cómo no tiene “vivienda propia” y pernocta en la casa de “unos amigos”. De repente, una pareja de policías nacionales se apresura a disolver el esporádico encuentro y solicita la identificación. En la playa de El Faro, las gaviotas disfrutan del litoral y una neblina sustituye las hileras de humo provocadas por el asado de espetos de otras temporadas. El Paseo Marítimo está despojado de caminantes, bicicletas y patines eléctricos mientras dos extranjeras pasean ajenas al mundo.

Como se puede y con cuidado. Esperando a que esto pase”, comenta Jonatan a la pregunta de cómo lo lleva, un repartidor de Glovo abordado mientras espera en su moto a que el semáforo le dé luz verde para continuar con su servicio, asegurando que “el trabajo ha bajado mucho”.

La Milla de Oro se presenta absolutamente vacía, los lujosos hoteles Puente Romano y Alanda se cruzan las miradas uno frente al otro, sin clientes. Las colmenas de luces de antaño son hoy habitaciones aireadas esperando a cobijar el sueño de nuevos viajeros. Al lado, la mezquita y el palacio de la realeza saudí. Una operaria de limpieza retira las hojas de una marquesina sin pasajeros. “Muy triste, está todo muy vacío, pero lo estoy viviendo con normalidad”, relata María Pedrosa. “Tengo suerte de tener trabajo, estoy fija en el Ayuntamiento. Estoy triste por las personas que están esperando las ayudas”. Un par de Mercedes circulan por Puerto Banús, desabastecido de visitantes, donde una furgoneta de alquiler de coches con música electrónica a toda pastilla emula por unos momentos la fiesta perenne que es el espacio.

Mientras, la vida continúa en los barrios más populosos de la localidad costasoleña, donde la cerveza y el aperitivo se toman ya en los balcones, las conversaciones apresuradas se realizan a metros de distancia, el reguetón se cuela entre las ventanas y las banderas rojigualdas ondean junto a la colada. Mascarillas verdes, azules o de estampados; las inmediaciones de los comercios inundadas de guantes desechables, paseos de mascotas y un ir y venir de bolsas de supermercado llenan las calles en estos días de pandemia que quedarán en la memoria colectiva.

 

La céntrica playa de El Faro, en Marbella. La céntrica playa de El Faro, en Marbella.

La céntrica playa de El Faro, en Marbella. / M. J. S. (Marbella)

Vista general de la avenida del Mar. Vista general de la avenida del Mar.

Vista general de la avenida del Mar. / M. J. S. (Marbella)

La calle Enrique del Castillo, situada en el Casco Antiguo. La calle Enrique del Castillo, situada en el Casco Antiguo.

La calle Enrique del Castillo, situada en el Casco Antiguo. / M. J. S. (Marbella)

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