El crimen de Ancha del Carmen

calle larios

lLa Málaga favorable a los escaparates avanza con paso firme y las intenciones políticas encuentran feliz cumplimiento

Adivinen quién pierde a cambio

No es una novela negra

Esto que una vez fue Ancha del Carmen en el barrio que en alguna ocasión fue conocido como El Perchel.
Esto que una vez fue Ancha del Carmen en el barrio que en alguna ocasión fue conocido como El Perchel. / Jesús Mérida
Pablo Bujalance

26 de agosto 2018 - 01:34

Casi da reparo salir ahora a recordar la contribución de El Perchel a la forja histórica de la identidad malagueña. Todo el mundo sabe que aquí se coció el principio del quid, aunque sea porque Cervantes citó el barrio en su Don Quijote. Resultaría imposible trazar un relato de la ciudad a modo de libro que pudiera ser leído sin dedicar un capítulo bien extenso y jugoso a este corazón metamorfoseado a destajo a lo largo de los siglos en los mil y un percheles posibles. Hace ya mucho, sin embargo, que la última metamorfosis se convirtió en definitiva: El Perchel dejó de ser lo que fue para siempre en virtud de una reordenación urbana que se consideró imprescindible para dotar a Málaga de las hechuras de gran ciudad que pedía a gritos. Después resultó que aquella jugada tuvo más de pelotazo inmobiliario que de otra cosa, pero de alguna forma había que justificar el derribo. Ahora, décadas después, el experimento continúa con las eternizadas obras del Metro y la tajada servida al olvido, pero todavía, ay, quedan, o quedaban, pequeños remansos en los que la memoria llegaba a confortarse. Más aún, diantre, basta cruzar la calle Plaza de Toros Vieja, que nada tiene que ver ya con aquel agujero ciego, para que algún cosquilleo se remueva a estas alturas. En la calle abierta el mercado también es otro, pero resulta que si entras, compras algún pescado y te sientas a tomar una cerveza algo se reconcilia sin remedio con lo que fue la ciudad y lo que fuimos en otro tiempo. Lo mismo sucedía con la calle Ancha del Carmen: bastaba echar un vistazo a la vía desde la iglesia y la inquietud quedaba colmada, aquí estamos, ésta es la Málaga en la que mis sentidos se reconocen. Por no hablar de los instantes de la Semana Santa en los que la Misericordia se hacía empedrado silencioso a la luz de los cirios. Escribo bien, hacía: la anunciada reforma de Ancha del Carmen ha llegado a su fin (esta semana aún iban y venían operarios dando los últimos retoques) y no queda ni rastro del legendario firme. Pero esto es lo de menos. Que la calle necesitaba un meneo urgente era público y notorio desde hacía tiempo, pero había dos opciones sobre la mesa: se podía intervenir en Ancha del Carmen bajo la premisa de lo que significa la calle para muchos malagueños, con conciencia plena del peso histórico y memorialístico que su trazado atesora; o se podía ignorar cualquier argumento al respecto y actuar como si se tratase de una vía cualquiera, con ánimo uniformador y sin complicarse la vida. Pues bien, el Ayuntamiento ha decidido quedarse con la segunda opción. Ancha del Carmen es ya, por derecho, como una de las muchas calles anodinas, aburridas y sin vida que pueblan nuestro centro histórico. Un recodo sin gracia por el que sólo apetece pasar de largo. Que había otras alternativas es evidente, pero resulta admirable aún el modo en que esta ciudad confunde el conservacionismo urbanístico con la preservación del alma de los lugares. En las principales ciudades europeas este asunto está resuelto; aquí, para lograr que algo parezca nuevo hay que desangelarlo sin remedio.

No hay ni un árbol, ni un banco en el que sentarse, ni una mísera maceta. Nada que invite a la convivencia, a la vecindad, a pararse un rato y respirar. Nada que recuerde al peatón que se encuentra en El Perchel, ni un geranio, ni un azulejo. Nada. Sólo el mismo suelo gris que pisamos desde aquí hasta la Plaza de la Merced, un par de farolas feas e impersonales y la estampa en su desembocadura de la iglesia del Carmen, tan solitaria, isla triste que parece llorar su propia supervivencia. Lo que ha sucedido en Ancha del Carmen es un crimen, pero no hay novela negra que valga, sino la satisfacción de una voluntad política bien concreta. Cuando salen los concejales de turno prometiendo rascacielos en todos los distritos, barrios financieros, norias más altas y demás lucecitas, se refieren exactamente a esto. Cuando insisten en la necesidad de transformar Málaga dibujan en el horizonte una ciudad impersonal (sin personas), sin gracia, sin raíces. Una Málaga donde lo importante no sea vivir, ni siquiera estar, sino cuadrar las cuentas. El futuro pinta más bien feo. Pronto no merecerá la pena ni recordar su nombre.

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